Cartas al director
Los toros y el público
Valencia, Sevilla, Madrid… La temporada taurina arranca y una vez más comprobamos las mismas deficiencias que minan más la fiesta que los antitaurinos de nuevo cuño: tardes con demasiado ladrillo visto en los tendidos, quizás explicable por tanto cornúpeta predecible y de escaso trapío con ternas repetitivas con su monoencaste predilecto ya confeccionados casi para toda la temporada.
Quizás no sea tanto el elevado precio de las entradas exigido por un cuantioso costo de producción como el aburrimiento continuado en los tendidos lo que hace que el aficionado no acuda en masa. Las plazas se llenarían si saliesen al albero astados de estirpe indómita, íntegros y bravos. Toreros curtidos, impredecibles con los trastos como el toro en su embestida y que dirigiesen el acero certeramente al hoyo de las agujas sin alargar innecesariamente la faena; las mejores que conservo en mi memoria no pasaron de quince o veinte intensos y sentidos muletazos.
No debemos olvidar que presenciamos un espectáculo supremo donde la vida y la muerte corren parejas a unos bellos ritos atávicos de una épica inigualable. Sólo así los aficionados no pararían de crecer y la fiesta disfrutaría de una inquebrantable salud más allá de impostados animalistas y modas pasajeras.