Cartas al director
Dispersión como equilibrio
Hubo un tiempo en que Alemania fue la brújula europea. En nuestra profunda confusión continental, nos orientaba donde quedaba el norte. Con ella serena, robusta… ; liderando…, todo era más fácil. Pero resulta que su abastecimiento energético gripó con la guerra de Ucrania. Se fue al garete el gas barato que obtenía de Rusia, casi en exclusiva. Su crecimiento económico ha quedado bastante tocado desde entonces. Ahora resulta que su principal socio comercial, China, es puesto también en entredicho por Estados Unidos. Así que tenemos a Alemania en un vive sin vivir en mí. Toda una encrucijada política. De momento está tratando de diversificar su abastecimiento gasístico, que es lo que tendría que haber hecho decenas de años atrás. También ensaya cómo dispersar su vinculación con China, entre otras cosas para no enfadar al presidente Biden. La receta es buena. La forma de reducir el riesgo pasa por alcanzar el equilibrio a base de expandir los socios comerciales, pero sin desvinculación con ninguno de ellos. Así que ni Alemania, ni tampoco Francia, ni Italia pretenden dar la espalda a China, si bien ensayan medir su modelo de relación con ella. No es para menos ante la incertidumbre del rumbo que tomarán los asiáticos como resultado de su desorbitado crecimiento. La fórmula alemana se me antoja muy sensata, en este mundo multipolar en el que estamos inscritos. Así que, si de multiplicar se trata, tampoco veo razonable el entregarse a ultranza a quien ha sido nuestro cielo protector, EE.UU., que en su dialéctica bilateral con China podría introducirnos en derivas a considerar. Siendo como es EE.UU. el alma de la OTAN, de momento ya ha logrado reorientar la amenaza global hacia el Pacífico. Y yo no estoy muy seguro de qué bien nos aporta nuestra inscripción en esta defensa/amenaza tan mundial, cuando la nuestra, la de España, es mucho más cercana y en otros parámetros. Así que, como Alemania, también vivo sin vivir en mí. Si la virtud estriba en la dispersión, expandamos también nuestro amor, más allá del hasta ahora incondicional a EE.UU., no vaya a ser que su también confusión, que la tiene, nos salpique.