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Cartas al director

Camino de esperanza

Pasaron unos días de julio haciendo el Camino de Santiago, creo que fue su primera vez. Solo cinco etapas desde Sevilla a Sarria en coche y a partir de ahí andando a Santiago. Tiempo suficiente para tener una primera opinión. Es, salvando las distancias, como cuando tomas una primera tapa en Sevilla o el Puerto de Santa María: te anuncia bondades de cosas que vendrán. Las buenas tapas te anuncian el paraíso, con frecuencia. Caminar cansa y también engancha. Caminar bien acompañado fue nutritivo. Anduvieron bien equipados porque encontraron etapas de calor y otras de algo de lluvia: mirar, escuchar y descubrir cómo te puedes encontrar con un catedrático, un empleado de banca o un grupo de jubilados. Aprendieron los unos de los otros, porque vieron y escucharon muchas cosas, algunas de ellas hermosísimas y gratuitas: el peinado del viento a los sembrados. Las nubes, que corren tanto como sus sombras en la tierra, el trino de los pájaros, el murmullo de ríos, cascadas, pozas, riachuelos. El paisaje físico y el humano, y las pausas en cada instante que parecen, en medio de la naturaleza, una especie de meeting point de Heathrow: gente de todo el mundo, exultante en el descanso. Cada uno con sus razones, que emergen en las breves conversaciones, donde la gente se descubre.

Cada uno tenía sus motivos para emprender el viaje: salir del día a día, de la zona de confort, sorprenderse, maravillarse por algo pensable, pero no por ello menos sorprendente. Cumplir un reto. Hacer una pausa. Salir de la cotidianidad que nos devora. Estar cansado físicamente por decisión propia vigoriza: te da medida de tus límites, te recuerda tu tono, tus posibilidades. El dolor moderado te exige que prestes atención, sobre todo a tus pies, a tus piernas. Te relaciona contigo con contundencia y con humildad. La geografía física, los edificios, las personas se imponen. Se deslizaron y se cruzaron con encuentros tangenciales de los que, naturalmente, si no eres impermeable, sales algo cambiado. La belleza de esta experiencia es que, al caminar 117 kilómetros, como ellos, no eres tú el que pasas por el paisaje. O no solo eso: es el paisaje que pasa por ti. La felicidad, a veces, es algo muy pegado al cansancio cuando la causa es justa. Hay belleza en muchas cosas, ­porque, generosas, nos esperan sin condiciones. Dedicado a las familias, Bernal, Mora y Viguera que hicieron ese camino especial, 23 personas en total, 6 adultos y los demás jóvenes y niños, que regresaron felizmente a sus casas llenos de cariño y amistad reforzada en un camino compartido, que a pesar de las dificultades no hizo mella en su salud.

Genaro Novo

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