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Cartas al director

Los «límites» de Dios

La omnipotencia de Dios creó el cielo, la tierra y todo lo que contienen: las maravillas de la tierra y las maravillas del cielo que son un pequeño reflejo de la belleza de Dios. Igualmente, la omnipotencia de Dios podría destruir, aniquilar, en una fracción de segundo, todo lo creado. El culmen de esa omnipotencia divina fue la creación del hombre a su imagen y semejanza y a quien dotó de una libertad que ahora no puede retrotraer: son los «límites» de Dios.

El amor de Dios es poderoso y su misericordia infinita. Pero la libertad humana es también poderosa. Podríamos decir en lenguaje coloquial que es la única piedra que Dios no puede remover. Escribió Edith Stein: «El derecho de decidir por uno mismo recae en el alma. Este es el gran misterio de la libertad de la persona: Dios mismo se detiene en su umbral».

Sí, hay que reincidir, es algo misterioso que hace grande al hombre y es, por tanto, portador de una gran responsabilidad. Y a través de la administración de esa libertad será el autor, centro y fin de la vida religiosa, económica y social en la tierra. No hacerlo así, ejercerla de manera indebida, arrastraría al hombre hacia un libertinaje inconsecuente que conduciría sin más a un desorden caótico de la humanidad, como lo es en el que actualmente nos encontramos inmersos.

Pero Dios, por iniciativa suya y por amor, nos creó para elegirnos a una misión determinada, y es que por la misteriosa unión de cuerpo y alma el hombre es como la voz que de manera consciente y en representación del universo proclama y alaba la grandeza y la gloria del Dios creador, redentor y salvador. Y a ese fin es al que deberíamos dirigir nuestros pasos.

Juan Antonio Narváez Sánchez

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