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Cartas al director

La aplicación de la Justicia

Convivir en una sociedad cuyas leyes hayan sido vehiculadas democráticamente está muy bien. Pero lo que no se antoja tan bien es la tardanza en la aplicación de la Justicia y, peor todavía, el engorroso batiburrillo del lenguaje judicial políticamente correcto.

Porque si, para el caso, alguien resulta robado y sabe quién ha sido el autor del pillaje, hasta que un juez no se avenga a dictar sentencia no podrá llamar ladrón al sujeto en cuestión y, si por descuido lo hace, puede que antes de que el ratero sea condenado, la víctima acabe siendo declarada 'delincuente', adelantándose a destiempo judicial a quien realmente lo es.

'Hurtar' la sinceridad de los sentimientos, de las opiniones y del lenguaje de la calle sobre hechos y realidades como la 'copa de un pino' no favorece la democracia. Para la sociedad llana y en casos de evidencia irrefutable, algunos 'aditamentos' del argot jurídico-conceptual más que acercar la Justicia al ciudadano lo que consigue es alejarle de ella y más de uno de estos considera tales 'subterfugios lingüísticos' como meras tapaderas para excusar la lentitud de los procesos.

Pero con la modernización de las sociedades y las 'inteligencias artificiales' asaltando todo lo habido y por haber, no obstante, las minorías van haciendo acopio de latiguillos, y el castizo rural «no mezclar churras con merinas» –refiriéndose al trasunto ovino que no al de procedimiento lingüístico–, se ha incorporado a su vademécum 'de lo correctísimo', de tal modo que ahora al personal no le queda más remedio que ensamblar en su jerga lingüística vocablos como presunto para referirse a alguien a la espera de que ese calificativo se extinga o en román paladino se concrete por sentencia judicial, o lo que sea.

A los diabéticos –entre los que me cuento–, los edulcorantes distintos al azúcar nos sirven para endulzar, entre otros, los vasos de leche tan habituales en la dieta mediterránea. Otros 'edulcorantes', política y judicialmente correctos, también pretenden almibarar su realidad. Sin embargo, en determinadas ocasiones y circunstancias lo que logran es amargar la existencia de los que cumplen con la Ley por nombrar a los hechos y las cosas como siempre se han llamado.

Jesús Arroyo

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