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Cartas al director

El problema no es el islam

El problema no es el islam. El problema somos nosotros. Europa alberga a más de 30 millones de musulmanes y, aunque la gran mayoría de estos inmigrantes llegan buscando una vida mejor, todos, sin excepción, creen en algo superior, tienen convicciones, principios y una moral, que, aunque choquen con nuestra cultura, intentarán conseguir que se impongan hasta el final.

En contraste, una gran parte de los europeos ha dejado de creer en Dios, en la familia tradicional, en el honor y en la palabra. Hemos perdido incluso el significado de la Navidad. Sin embargo, hemos adoptado con facilidad la aceptación de más de treinta géneros, los intercambios de sexos y el aborto como soluciones, así como el buenismo de mentes confundidas, como la de Zapatero.

El islam no es, esencialmente, una religión de paz, sino de conquista. Podríamos debatirlo durante días, pero en su esencia, esa es su naturaleza. Esto significa que no mostrarán piedad en la defensa de sus creencias. Nos hacen creer que se integran eligiendo opciones políticas de izquierda porque saben que son más permisivas y débiles. Nos venden la idea de que apoyan la integración y votan a favor del aborto, aunque jamás lo permitirían en sus hogares. Participan en marchas feministas, pero en privado menosprecian a sus mujeres. Van al desfile del orgullo, pero muchos de ellos no dudarían en lanzar a homosexuales desde lo alto de sus edificios.

Estamos perdiendo esta batalla, porque se trata de una guerra de valores, y Europa ha abandonado los suyos. Cada día se confirma el vacío que nos invade y el abismo hacia el que nos dirigimos como sociedad, con actos como la burla a la Última Cena. No es que hayamos sustituido nuestros valores por otros, es que simplemente ya no tenemos. Los selfies, los influencers, … Son solo un reflejo del egoísmo y del individualismo tecnológico que esta sociedad progresista nos ha impuesto.

El problema no es el islam. Es nuestro.

Y me temo que, para muchos, solo nos queda esperar el regreso de quien, una vez más, no se dudaría en crucificar.

Luis Asenjo

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