Pensar

Puede argumentarse que es un condicionante de los tiempos que vivimos; esto es, de la rapidez cuando no urgencia de nuestra actividad cotidiana, de la dependencia cada vez más esclavizante del reloj y de los instrumentos informáticos. Sobre todo, si percibimos que con los programas informáticos y la introducción de la Inteligencia Artificial se pretende «facilitar» los desempeños de las personas.

Me estoy refiriendo a las medidas cada vez más extendidas de encubrir, disfrazar, soterrar y al fin y al cabo, limitar e incluso impedir la facultad humana de pensar.

Según la RAE pensar en su primera acepción, es formar o combinar ideas o juicios en la mente y tiene, entre otros, como sinónimos argumentar, justificar, probar, demostrar, explicar. La segunda de las acepciones señala cómo razonar es ordenar y relacionar ideas para llegar a una conclusión, incluyendo como sinónimos pensar, discurrir, reflexionar, analizar, meditar, deducir, inferir, deducir. Pensar, por consiguiente, es la facultad que tenemos para formar juicios o llegar a conclusiones, en ejercicio de la libertad ante una determinada situación, cosa o incluso personas.

Como decía, el pensar tiene muchos «enemigos», empezando por el propio poder institucionalizado al que no le interesa tener ciudadanos críticos sino súbditos, que dejen al político de turno «pensar por ellos». Y tales intenciones se muestran claramente en la atención (o habría que decir desatención) a la educación, al llevar adelante enfoques de asignaturas (incluso las Matemáticas) desde la perspectiva de género o realizando reducciones, simplificaciones e incluso falsedades en los planes de estudios en las asignaturas de Historia, Filosofía, Religión…

Naturalmente, el pensamiento formado con libertad de criterio conlleva la asunción del riesgo de equivocarnos, pero precisamente el reflexionar permite la posibilidad de corregir nuestros errores: una cita de Alexander Pope dice que errar es humano; perdonar es divino y rectificar es de sabios.