Biblioteca, refugio y recogimiento

Últimamente, por circunstancias sobrevenidas, visito con mucha frecuencia una biblioteca próxima a mi trabajo, un idílico lugar para leer, por supuesto, pero también para respirar con calma, reflexionar sin prisas y dejarse llevar hasta donde decida viajar la mente. Abandonarse al mundo de las ideas y divagar proporciona un íntimo placer. Me atrevería a decir que una biblioteca tiene algo de paraíso perdido en medio del océano ciudadano.

El pasado 24 de octubre se celebró el Día de las Bibliotecas. Bien merecen su día. No desvelo nada nuevo si afirmo que una biblioteca es un recinto de cultura: en ella se encierra casi todo el saber de cualquier disciplina, más ahora gracias al acceso al mundo digital. Y no solo es el contenido, inmenso e inabarcable, pues ilimitado es el volumen de documentos, textos, lecturas, libros singulares, enciclopedias, periódicos, etc., asimismo importa el continente, el espacio. Las bibliotecas son rincones de recogimiento como lo son las iglesias, refugios de bendito silencio y de paz. Cuando entras en una, penetras en un cosmos diferente al de tu vida cotidiana, te sientes sano y salvo del exterior.

Cuántos pensamientos se habrán forjado en una biblioteca. Cuántos seres anónimos, no faltan ejemplos de renombrados escritores, habrán encontrado en una sencilla de barrio su patio de recreo, su mundo aparte. Y cómo olvidar la callada, pero tan necesaria y reveladora labor de las bibliotecas de colegios, institutos y universidades, que alimentan cada día nuestro futuro. Dicen por ahí que la cultura salva siempre y más, si cabe, en tiempos delicados como los actuales, cuando a todos nos sobran motivos para desnortarnos y, en ocasiones, perdemos la capacidad de comprendernos a nosotros mismos. Cicerón comentó a este respecto: Si hortum in bibliotheca habes, deerit nihil. Verum est.