Cartas al director
Memoria histórica
A buenas horas, mangas verdes. Las personas generosas quieren devolver a la sociedad lo que les ha dado. Su acercamiento a la política tiene el único propósito de poner su experiencia y conocimientos para mejorar la vida de los demás.
El fin de otros es medrar; casi nunca son sólo gandules, la ambición, el rencor o la envida, son frecuentes compañeros de viaje; nunca, aunque estén siempre «repartiendo», la generosidad.
Yolanda Díaz, en unas fechas que a la gente de bien evocan otras cosas, ha exigido eliminar las ayudas a la Iglesia por celebrar misas por la muerte de Franco.
Para Sánchez Albornoz, Azaña, por acción o por omisión, demostró, como mínimo, impotencia para enderezar la deriva de la República.
«El único pecado de Azaña fue su falta de agallas para restaurar el orden público cayera quien cayera en instantes en que aún era tiempo […] y su falta de coraje para tener la gallardía de arriesgarlo todo por la libertad, incluso la vida».
Azaña no movió un dedo para impedir la quema masiva de conventos e iglesias porque «ni todos los conventos de Madrid valen la vida de un republicano». España había dejado de ser católica.
Nadie lo dice, pero le podía la cobardía. Cuando notó que se moría, pidió verse con el obispo de Motabaun. Según éste, cogió de sus manos el crucifijo y lo besó por tres veces exclamando las tres «¡Jesús, piedad y misericordia!». No me gustaría frivolizar y menos en Navidad con lo que pudo ser una verdadera conversión, pero no puedo evitar pensar cómo, después de haberla liado, fue capaz de decir aquello de «Paz, piedad y perdón».
Yolanda, ilústrate en vez de darte mechas y lee el artículo del jesuita Gabriel Verd, «La conversión de Azaña», publicado en la revista «Razón y Fe» en 1986.
Quieres Memoria Histórica, toma dos tazas.