Los homenajes a etarras ya los hace el Gobierno
Gracias a los votos de Bildu, o a sus abstenciones, Sánchez ha aprobado mociones de censura, investiduras, presupuestos y hasta el acceso al Gobierno de Navarra sin ganar las elecciones, a un precio insoportable de «euskaldunización» forzosa de la Comunidad Foral
Como si fuera una asociación legal y legítima, el colectivo de presos de ETA ha emitido un comunicado con el que pretende convertir en una generosa concesión lo que es, simplemente, una imposición legal obviada por el Gobierno: la supresión de los impúdicos homenajes públicos a terroristas que regresan a sus municipios, sin haber cumplido generalmente sus condenas completas.
La Ley 29/2011 del 22 de septiembre, consagrada a la Protección Integral de las Víctimas del Terrorismo, ya impide los ínclitos ongi etorris, sin necesidad de una reforma largamente anunciada por el ministro del Interior que nunca termina de llegar: la exaltación y humillación de las víctimas del horror etarra ya tendrían una respuesta jurídica y política contundente, pues, si al Gobierno le interesara de verdad evitarlo.
Que en lugar de proceder en consecuencia se haya esperado al pronunciamiento de un colectivo poblado de terroristas sin arrepentimiento alguno, es el mayor indicio de la naturaleza real de este abyecto movimiento: dulcificar los pactos del PSOE con Bildu, y ahondar con ello en el blanqueamiento emprendido por Sánchez para adecentar su alianza con la coalición abertzale.
Hace menos de un mes, el líder de Bildu, Arnaldo Otegi, ya reveló sin pudor alguno que su objetivo era intercambiar «Presupuestos por presos» para lograr liberarlos a todos, con casi 400 crímenes sin resolver y sin una condena expresa del terrorismo.
Y de la disposición a atender ese fin por parte del presidente dan cuenta el acercamiento de presos al País Vasco y la transferencia de las competencias penitenciarias a Urkullu, antesalas ambas de una posible liberación absoluta que certifique la impunidad de muchos asesinatos y ayude a reescribir un relato donde se borre la evidente distancia entre las víctimas y sus verdugos.
Pero si esas son las metas de la nueva Batasuna, encabezada por un líder condenado por terrorismo y clave en la siniestra historia de ETA, las de Sánchez no le han ido a la zaga: gracias a los votos de Bildu, o a sus abstenciones, ha aprobado mociones de censura, investiduras, presupuestos y hasta el acceso al Gobierno de Navarra sin ganar las elecciones, a un precio insoportable de «euskaldunización» forzosa de la Comunidad Foral.
Ni a Bildu ni a los presos de ETA, en ningún caso, hay nada que agradecerles. Dejar de asesinar no merece recompensa alguna. Y dejar de homenajear a quienes segaron casi 900 vidas, tantas de ellas infantiles, no puede depender de la decisión artera de los asesinos.
La degradación moral, el desprecio a la memoria y la rehabilitación del horror que está consintiendo este Gobierno, por necesidades efímeras que dejarán un legado endémico, son indignos y peligrosos.
Porque aunque los disparos en la nuca y las bomba lapa hayan desaparecido ahora, sus fines siguen vigentes: y no repudiar y castigar los medios, sin ambages ni excepciones, les da la ocasión de reaparecer cuando los asesinos consideren que las circunstancias lo reclaman.
Si llega ese día, y ojalá no ocurra nunca; los hijos y los nietos de los terroristas no sentirán vergüenza por la crueldad de sus abuelos, sino un orgullo derivado de las complicidades que ahora están teniendo y de la desmemoria que se está imponiendo. Para qué van a hacer homenajes públicos a etarras si, de algún modo, ya se los está haciendo el Gobierno con su tristísima laxitud.