Las alianzas de Sánchez dañan a España ante el mundo
Todo se limita, sea este viaje o el anuncio apresurado de enviar fragatas al mar Negro, a un doble intento vacuo de promocionarse como el líder que no es y de intentar, a la vez, el imposible de compensar el descrédito derivado de sus matrimonios políticos
El conflicto entre Ucrania y Rusia, tan incierto como indiciario de una inestabilidad global que está asentando definitivamente nuevos equilibrios mundiales de poder, ha tenido el efecto doméstico de visualizar otro de los graves problemas de España, inducido por el Gobierno y motivado por su estrambótica composición.
Si la amalgama de socialistas con populistas e independentistas ha provocado en España un sinfín de estragos domésticos, derivados todos de la aceptación de Sánchez de una intervención dañina e interesada de las fuerzas políticas que un presidente responsable hubiera debido ayudar a contener; la crisis internacional ha servido para exhibir los estragos que esa nefasta coalición provoca a la imagen de España en el mundo.
La exclusión de Pedro Sánchez de la cumbre telemática de líderes europeos convocada por Joe Biden es el clímax de una degradación de la que El Debate ha dado cuenta al desvelar el episodio más definitorio del recelo de Estados Unidos hacia nuestro país por la deriva ideológica de su Gobierno.
Que Sánchez se fuera a América a vender la imagen de España y que se volviera sin ningún acuerdo y con el casillero de encuentros institucionales a cero para, de remate, tratar de esconder su fracaso declarando «secreto de Estado» todos los detalles de su enésima excursión; define su acción internacional de una manera dolorosa.
Porque todo se limita, sea este viaje o el anuncio apresurado de enviar fragatas al mar Negro, a un doble intento vacuo de promocionarse como el líder que no es y de intentar, a la vez, el imposible de compensar el descrédito derivado de sus matrimonios políticos.
No se puede suscitar confianza con los Estados Unidos, ni con nadie, mientras a la vez se mantiene en el Ejecutivo a un partido político que denigra las decisiones de Estado; desprecia a la OTAN y presenta una hoja de servicios colaboracionista, innegable, con la comunidad de países ubicados en el siniestro eje bolivariano.
Eso no se compensa sobreactuando con Ucrania para hacer luego el ridículo cuando de verdad se decide qué hacer ante el conflicto, sino excluyendo del Gobierno a quienes se sienten más próximos a Moscú, La Habana, Caracas o Teherán que a Bruselas o Washington.
Los estragos de ese nulo prestigio no son ni pasajeros ni superficiales, y elevan a la categoría de asunto estructural para España la catadura ideológica de un Gobierno a retales que aquí intenta hacer viables sus dos almas pero, fuera de nuestras fronteras, es percibido como un todo desleal e imprevisible.
Si a todo ello se le añade la estrambótica actividad del expresidente Zapatero como embajador del facto de Venezuela y sus satélites, la conclusión no puede ser más irritante: España no solo ha perdido su lugar en el mundo; sino que ha ocupado uno alternativo al lado de los peores ejemplos.
Y eso no se remedia con otra campaña publicitaria de Sánchez simulando ser un líder atlantista, sino renunciando a una sociedad nefanda con tristes aprendices de los peores regímenes del planeta.