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Editorial

El PP se rearma tras una crisis devastadora

El pacto alcanzado ya le dará a Casado una salida digna a cambio de no poner trabas a su sucesión pacífica en dos tiempos: primero con la designación de Cuca Gamarra para pilotar la transición, secundada por Esteban González Pons; y después con la previsible proclamación por unanimidad de Alberto Núñez Feijóo, un candidato que atemoriza a Moncloa

Actualizada 04:41

En apenas una semana, el partido que según todos los sondeos encabezaba el tablero electoral en España y se confrontaba con un Gobierno alicaído, enfrentado entre sus partes y con una hoja de servicios deplorable; ha saltado por los aires con una virulencia sin precedentes.

Las razones aparentes por las que el PP ha experimentado semejante desplome, a ojos vista de todos, son bien conocidas: un enfrentamiento descarnado entre Pablo Casado, presidente del partido; e Isabel Díaz Ayuso, su principal reclamo electoral, que generó a su vez un terremoto con epicentro en Génova y su dirección nacional como principal damnificada.

Casi nadie entendió la agresividad con la presidenta de la Comunidad de Madrid, tratada por su compañero y jefe de filas con un desprecio impropio de sus peores rivales, esos que han impulsado ahora una denuncia política ante la Fiscalía Anticorrupción que más parecía destinada a auxiliar a Casado, desde el Gobierno de España, que a esclarecer unos hechos aclarados de antemano e insignificantes ante tantos otros del PSOE silenciados por la Justicia y en los medios.

Pero sin duda, en este estallido, se han percibido otras razones más profundas que explican que, con el detonante del maltrato a Ayuso, haya salido a la superficie un inmenso descontento con el presidente popular y su equipo: cuando se revuelven a la vez todos los barones regionales, los cuadros medios y las bases del partido, el veredicto está muy claro.

La salida de Pablo Casado y Teodoro García Egea es la consecuencia de haber inflamado un injusto conflicto interno; de haberlo gestionado luego con afán vengativo y excusas éticas endebles y, finalmente, de no haber entendido que todo ello desafiaba al conjunto del partido, a quienes lo componen y a quienes lo sustentan.

El deplorable broche no hace justicia a la trayectoria de Casado, que cogió al PP en un mal momento y lo colocó al frente de las preferencias de los españoles. Ni tampoco define la salud del partido ni sus opciones futuras, bastante mejores que las que quisieran sus adversarios.

Pero sí describe una crisis coyuntural que se hará estructural si la sociedad percibe que uno de sus instrumentos de mejora se transforma en otro de sus problemas. Y pierde el tiempo en cuitas y ajustes internos en lugar de en consolidar una alternativa seria, solvente y ganadora frente a un Gobierno nefasto que ahora reforzará su indeseable plan para España.

La convocatoria de un Congreso Extraordinario, que va a servir para elevar a un nuevo líder y no para dar carpetazo a esta desalmada polémica, es el primer paso para rearmar un proyecto ahora bajo sospecha que ha frustrado la esperanza de millones de españoles de encontrar en él un antídoto a Pedro Sánchez.

Sobre esto, resulta inteligente el pacto alcanzado ya, que le dará a Casado una salida digna a cambio de no poner trabas a su sucesión pacífica en dos tiempos: primero con la designación de Cuca Gamarra para pilotar la transición, secundada por Esteban González Pons; y después con la previsible proclamación por unanimidad de Alberto Núñez Feijóo, un candidato que atemoriza a Moncloa.

Pero debe haber muchos más. Y entre todos ellos, más allá de la identidad del nuevo líder que elijan, importa la claridad del proyecto, la solidez de sus propuestas y la previsibilidad de su política en algunos ejes fundamentales para El Debate, como reflejo de los que mueven a una parte mayoritaria de la sociedad española.

Todos ellos presentes en la Constitución, pero hoy en día en almoneda por los peajes asumidos por Sánchez e impulsados por el desvarío ideológico y casi moral de sus aliados: la defensa de la unidad de España, la Monarquía, la lengua y la cultura; el derecho a la vida y la libertad religiosa; resumido todo ello en el vigente orden de 1978.

Es de esperar que quien asuma la presidencia de un partido tan importante asuma esos principios innegociables, los defienda y los aplique con la energía que merecen y sin someterlos a cambalache, cálculo o tibieza alguno. Si es Feijóo el elegido, con esos valores tendrá más fácil además obtener un notable éxito en las urnas.

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