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Editorial

La negligencia negacionista de Pedro Sánchez con la ruina económica

El presidente no puede irse a Davos a dar lecciones de economía mientras la situación de España es cercana a la quiebra y él se niega a aceptar las unánimes advertencias de todas las instituciones económicas

Actualizada 08:37

Por mucho entusiasmo artificial e interesado que le ponga el Gobierno al panorama económico español, los hechos, las cifras y los informes oficiales no solo desmienten ese burdo ejercicio de propaganda; sino que advierten de peligros terminales para España que no sufren ya la mayoría de los socios de la Unión Europea.

El penúltimo aviso acaba de darlo la Comisión Europea, imponiendo una regla que en realidad debiera ser asumida y aplicada motu proprio por el insolvente equipo económico de Sánchez: el gasto público no podrá superar al crecimiento económico de cada país asociado; una regla tan determinante como la que impone también la disciplina fiscal para no disparar la deuda y el déficit públicos.

Que ese rigor se demore hasta 2023, como ha anunciado Bruselas, no es ningún plácet a Pedro Sánchez, sino la prórroga efímera que Europa concede a los más rezagados para que terminen de incorporarse a la recuperación sin tener que aplicar ajustes tajantes e inmediatos.

Pero el tope al techo de gasto, combinado con la subida de tipos de interés prevista para el 1 de julio, va a tener el mismo efecto prácticamente que la recuperación de unos límites innegociables a la deuda y el déficit, desbocados en España como casi todo lo demás.

Porque España fue el país que más PIB destruyó durante la pandemia, con un 11 por ciento del PIB, y al que más le está costando recuperarse de Europa, hasta el punto de que todos los organismos oficiales demoran hasta el último trimestre de 2023 un reequilibrio que buena parte de la Unión ya ha logrado en estos momentos.

Y no es el único dato adverso y definitorio de la caótica política del Gobierno, sustentada en una dolorosa mezcla de derroche de dinero ajeno, negación de la realidad y subidas directas o encubiertas de los impuestos.

Debajo de la propaganda económica de Sánchez el drama roza ya el caos y, cuando él y su negligente negacionismo abandonen el Gobierno, las heridas heredadas serán profundas. Más aún que las de Zapatero en su día.

Porque España acumula una deuda pública del 140 por ciento y un déficit estructural del 6 por ciento; se sitúa en el horizonte de una inflación media del 7 por ciento; ha visto descender la productividad durante 23 meses ya; soporta el doble de tasa de paro de la media europea; gasta el 12 por ciento del PIB en pensiones; ve caer hasta un 50 por ciento las expectativas de crecimiento del consumo interno y emite síntomas de fracaso de la «contrarreforma» laboral de Yolanda Díaz, con una reducción de la duración de los contratos de 60 días a solo 47.

Esa es la realidad de España, certificada de forma unánime, con matices que no cambian el diagnóstico, por Bruselas, el Banco de España, la AIREF, el FMI o la OCDE: sean nacionales o foráneos, todos los organismos oficiales dibujan el mismo escenario, hacen similares recomendaciones al Gobierno y obtienen de él parecida indiferencia, cuando no un desafío directo a sus consejos como el que supone aumentar el ya extenuante esfuerzo fiscal de los contribuyentes.

Para el Gobierno, su única receta es subir impuestos; aumentar las subvenciones por cualquier concepto; reforzar la costosísima maquinaria institucional y crear empleo público para disimular, como con la dañina reforma laboral, la tétrica realidad del mercado de trabajo en España.

¿Lecciones en Davos?

Con ese bagaje, que Pedro Sánchez se presente dando lecciones en el Foro Económico Mundial de Davos no solo es una frivolidad: también es la prueba de que su hoja de ruta, sustentada en el clientelismo, el derroche y la propaganda, no va a cambiar al menos hasta las próximas elecciones generales.

Todo el horizonte de Sánchez es llegar a esa cita, prevista para finales de 2023, con la falsa sensación de prosperidad que le puedan dar el dinero ajeno de los Fondos Next Generation de la Unión Europea y la recaudación extraordinaria derivada del drama de la inflación.

Pero debajo el drama roza ya el caos y, cuando él y su negligente negacionismo abandonen el Gobierno, las heridas heredadas serán profundas. Más aún que las de Zapatero en su día.

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