El retorno del Rey Juan Carlos
El merecido resarcimiento de Juan Carlos I debe dar paso ahora a una normalización de su presencia en sintonía con Felipe VI, cuyo comportamiento en tiempos tan duros para la Corona ha sido impecable y decisivo
La visita del Rey Juan Carlos a España ha puesto fin a dos años de extravagante exilio de una figura clave de nuestra democracia, acosada por causas judiciales que, una tras otra, se han ido archivando sistemáticamente.
Nadie ha pagado tanto por tan poco, pues a las investigaciones impulsadas con un evidente afán político contra él, contra la Corona y contra el tildado despectivamente de «Régimen del 78», se le ha añadido una infame pena de telediario al objeto de condenarle preventivamente para tratarle como un apestado.
No se puede negar la merma de ejemplaridad que el propio Juan Carlos I agravó con sus regularizaciones fiscales, que no constituyen el reconocimiento de delito alguno, pero sí contradicen las obligaciones estéticas de una institución basada en el comportamiento intachable.
Pero mucho menos puede obviarse el inmenso precio asumido por ello, la ausencia de consecuencias penales y la irrelevancia de esos errores al lado de una larga y exitosa carrera al servicio de España.
Todo eso lo percibe la sociedad española, que ha tenido siempre claras las equivocaciones del Rey pero también sus enormes aciertos. Y no ha entendido la dureza con que se le ha tratado, carente de la humanidad más elemental y del sentido de Estado que merecían tanto la persona cuanto el cargo ejercido.
Y eso se ha plasmado con el emocionante recibimiento ofrecido por Sanxenxo, con unas muestras de reparador afecto que sin duda el Rey merecía y habrá sabido disfrutar: el contraste entre el cariño recibido por la ciudadanía y la inquina desplegada por una parte del poder político ha sido tan abrumador como indicativo de una brecha apabullante entre la calle y el Gobierno de la que el presidente deberá tomar nota.
Que la Corona sea un evidente objetivo de medio Gobierno y de todos sus socios separatistas también exige altura de miras de todos
Porque no se puede estar eternamente con Podemos y, a la vez, con la Corona; como tampoco con el desprecio a Juan Carlos I y con el respeto al pueblo que representó y de algún modo sigue representando: cierto es que los mensajes de Sánchez hacia Felipe VI han sido generalmente positivos; pero no lo es menos que siempre después de señalar a la Casa Real y de utilizar los problemas del Emérito para poner bajo sospecha a la institución.
Que la Corona sea un evidente objetivo de medio Gobierno y de todos sus socios separatistas también exige altura de miras de todos. El actual jefe de Estado la ha tenido siempre, con un comportamiento impecable y una seriedad institucional que se echa en falta en tantos otros frentes, pese a que su papel era y es complejo.
Porque encontrar la fórmula para preservar a la institución, defenderla de las conspiraciones externas y mantener una esperanza de rehabilitación de su propio padre no era sencillo. Y Felipe VI lo ha logrado, sabiendo actuar cuando era preciso y callar cuando era recomendable.
Algo que Don Juan Carlos también deberá aprender a hacer para normalizar su presencia en España, sea en régimen de visita o permanente: todo lo que haga estará justificado, por su trayectoria y por su edad; pero deberá hacerlo en sintonía con su hijo para evitarle a la Corona cualquier tensión que sus enemigos, sin duda, sabrán explotar.