Golpistas indultados y terroristas en la calle
Sánchez ha escrito el episodio más negro desde 1978 con las burdas concesiones a quienes quieren enterrar la Constitución y la España democrática
Ni toda la retórica de Pedro Sánchez, amplificada por demasiados medios de comunicación empeñados en esconder lo evidente, puede camuflar ya la ristra de escandalosas concesiones a sus aliados secesionistas, a cual más obscena y degradante.
Al independentismo catalán, indultado a sabiendas de que los condenados no tenían méritos para ello como desveló El Debate con la publicación de los expedientes del Ministerio de Justicia escondidos por el Gobierno, le ha invitado incluso a repetir sus andanzas, con el anuncio de que en adelante la sedición tendrá escaso reproche legal. Y le ha entregado, nada menos, la exclusión del español en la escuela pública catalana, clave para el proyecto de construcción de identidades nacionalistas desde la más tierna infancia.
La sumisión con ERC, que bien puede extenderse a Puigdemont para coronar una rendición incompatible con la Constitución, se le añade otra igual de espuria con Bildu, amplificada por la alianza con un dirigente, Arnaldo Otegi, condenado por pertenecer a ETA y cometer crueles delitos en su nombre.
En este caso, el botín abertzale es especialmente sangrante: primero se cedieron las competencias penitenciarias al País Vasco; después se trasladó a terroristas de cárcel pese a no tener el plácet de los especialistas de su centro de origen y, finalmente, ya han empezado a disfrutar de un régimen de semilibertad que puede culminar con una reforma del Código Penal para concluir la liberación masiva.
Que en ese contexto el Gobierno se pretenda convertir en adalid de la Constitución y reproche al PP no secundarle en su asalto a la separación de poderes no solo es osado, sino también indiciario del nulo respeto de Sánchez por las reglas del juego democrático: quien más lo pisotea no puede exigirle a nadie que le ayude a hacerlo, por enormes que sean las presiones para doblarle el brazo.
Lo cierto es que el mismo dirigente que se comprometió, antes de ir a las urnas, a arrinconar al separatismo, ahuyentar al populismo y castigar con la ley en la mano todos los abusos de esos movimientos; es hoy su mayor catalizador: Junqueras está en la calle, Otegi es un socio preferente, Iglesias cogobierna a través de sus delegados en Podemos y todas las costuras del Estado de derecho están sometidas a una tensión sin precedentes instigada, y esto es lo triste, desde la propia Moncloa.
Si los desastres económicos y los despropósitos legislativos marcarán la herencia de Sánchez, sus regalos a los mayores enemigos de la democracia lo enmarcarán en el peor rincón de la historia reciente de España, aquella donde se señalará a quienes trabajaron con denuedo por degradar la Transición y todo lo bueno que trajo.