La cortina de humo de Montero para tapar escándalos
No hay que caer en la trampa de un debate sobreactuado sobre las críticas a la ministra, lanzado para tapar la derogación de la sedición, la sumisión a Bildu o la liberación de violadores
Nadie debe dejarse engañar por la polémica artificial montada en torno a Irene Montero y las observaciones que de ella y de su trayectoria hizo, en la tribuna del Congreso, la diputada Carla Toscano, de Vox.
Sin duda no es saludable entrar en el territorio de la intimidad de nadie, y es probable que las formas no fueran las más adecuadas; pero hay dos cuestiones indiscutibles de mayor calado que el ruido no debe tapar.
Porque es evidente que el progreso político de la ministra de Igualdad está estrechamente vinculado a su relación personal con Pablo Iglesias, sin cuya promoción los méritos de Montero no la hubieran llevado de la nada a la portavocía parlamentaria de su partido y, a continuación, al Gobierno de España: esa certeza pudo pronunciarse con mayor tacto, con probabilidad, pero entra perfectamente en el terreno de la crítica política.
Y porque es notorio, además, que si alguien no tiene derecho a hacerse el ofendido son quienes han hecho del acoso, el insulto o el escrache personal una manera de llegar a la política y de asentarse en ella.
La nómina de mujeres vejadas por la izquierda antisistema, cuando no por la izquierda en su conjunto, es inmensa: desde Ana Botella hasta Díaz Ayuso, pasando por Cayetana Álvarez de Toledo, Aguirre, Cifuentes, Cospedal, Olona, Arrimadas, Sáenz de Santamaría, Levy, Monasterio o la fallecida Rita Barberá; han sufrido invectivas y ataques despiadados, en todos los ámbitos, de los mismos que ahora pretenden convertir esta anécdota en una inmensa controversia política.
Solo puede señalarse que Toscana no acertó en las formas si antes se repudian las bárbaras reacciones padecidas durante años por otras dirigentes políticas del PP, Ciudadanos o Vox, incluyendo la zafia y violenta de la propia Montero tras la crítica de la diputada.
Pero no dejemos que el humo esconda el fuego: la exagerada reacción de todo el Gobierno, y de sus aliados separatistas, no es más que una mala coartada para intentar tapar la escandalosa cadena de decisiones, concesiones y errores que están cometiendo, cuando no perpetrando, en tiempo real.
La derogación de la sedición, la entrega sumisa a Bildu, la liberación de delincuentes sexuales, la expulsión de la Guardia Civil de Navarra o los adversos pronósticos económicos del FMI componen una insoportable secuencia de bochornos que pretenden tapar con esta sobreactuación para desviar la atención y confundir a la ciudadanía.
Y si en el terreno de los excesos personales no hay nadie más desautorizado que Podemos para repudiarlos, tras haber hecho fortuna con ellos; en el de la agenda pública sería intolerable caer en la trampa y distraerse de lo relevante.
Que es bien sencillo de advertir y de lamentar: con este Gobierno de falsos ofendidos, solo le va bien a la pavorosa colección de delincuentes que atentan contra la Constitución o contra la integridad de las mujeres. Y eso, se ponga como se ponga la izquierda, es bastante más grave que una frase dedicada a una ministra que colecciona improperios de mayor enjundia.