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Editorial

Sánchez está acabado, si la derecha no comete errores

La encuesta de El Debate pronostica un hundimiento del actual Gobierno, que aumentará sus trampas a la desesperada para intentar revertir su fracaso

Actualizada 08:44

El centroderecha gobernará en España cuando haya Elecciones, según el sondeo de Target Point para El Debate, en la línea de resultados también apuntada por los principales estudios demoscópicos, con la bochornosa excepción del CIS de Tezanos, convertido en una maquinaria de propaganda del Gobierno.

La tendencia, confirmada por nuestra encuesta, es clara y difícil ya de revertir, viendo la cadena de despropósitos, fracasos y escándalos que cosecha Pedro Sánchez, calamitoso en cualquiera de los ámbitos de gestión: una ruina en lo económico, un peligro en lo legislativo y un bochorno en lo político.

El PP lograría entre 131 y 133 diputados, lo que supone una distancia con respecto al PSOE de hasta 38 escaños, en la mejor horquilla, y facilitaría el relevo si los populares se alían con Vox, cuyos 50 o 52 serían decisivos para alcanzar una mayoría absoluta rotunda.

A este respecto conviene insistir en la legitimidad de una alianza que solo criminalizan quienes intentan bloquear una alternativa democrática al sanchismo: el «cordón sanitario» que exigen, mientras pactan con todos los enemigos de la España constitucional sin ningún rubor, es, además de una indignidad democrática, un mero recurso para eternizarse en el poder.

Aunque PP y Vox mantengan ahora las distancias, por razones probablemente relacionadas con la sensata aspiración popular a absorber todo el voto moderado de Ciudadanos, llegado el día tendrán que aprender a entenderse para no frustrar la esperanza en el cambio que tiene una mayoría de españoles.

El estudio confirma el hundimiento del PSOE de Sánchez, que en realidad nunca ha sido muy boyante: logró el poder con una moción de censura abyecta, tras perder dos elecciones generales en seis meses, y solo se ha mantenido en él con sucesivas coaliciones espurias con partidos que le respaldan para garantizarse el mayor botín posible, y no para mejorar las expectativas de España.

Sánchez es el presidente con menos diputados propios de la democracia, por mucho que se comporte como un rodillo plenipotenciario y trabaje a diario para debilitar los contrapoderes definitorios de un Estado de derecho, y todo indica que aún tiene margen de caída: ni siquiera el debilitamiento de Podemos le ayuda a frenar el desplome propio, lo que atestigua el fracaso de sus políticas radicales, ya insalvable quizá.

Y no parece probable que el invento de Yolanda Díaz pueda compensar fácilmente el hundimiento general de la izquierda: aunque la actual vicepresidenta intente presentar «Sumar» como una gran novedad, es la misma mercancía ideológica estropeada que España ya conoce, con otros nombres como las confluencias o las mareas pero idénticos postulados y protagonistas.

En este escenario, la derecha ha de hacer un esfuerzo por compatibilizar la legítima competición interna por una parte del electorado con una identificación clara del adversario, que es el actual Gobierno y quienes lo componen.

Y debe anteponer el objetivo compartido por sus electores, que es ver fuera de Moncloa a Sánchez, a la pelea electoral entre partidos cercanos: si algo ha promocionado al actual presidente ha sido la división del voto conservador y liberal en hasta tres partidos distintos. Y alentar esa fractura va a ser, sin duda, una de las estrategias del Gobierno para intentar enmendar un destino adverso que ya parece escrito.

No caer en esa trampa, por ejemplo promoviendo mociones de censura inviables que solo sirven para enfrentar a Alberto Núñez Feijóo y a Santiago Abascal, con Inés Arrimadas al fondo pensando exclusivamente en su supervivencia, es clave para el futuro de una alternativa más que deseable.

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