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Editorial

Sí es sí: no

Sánchez es cómplice de los desvaríos peligrosos de Montero y será culpable de sus consecuencias si no los corta ya de raíz

Actualizada 08:18

En lugar de acabar con el delito de sedición o reformular el de malversación para adaptarlo a sus necesidades y a las exigencias de sus socios, Pedro Sánchez debería centrarse en abolir el ramillete de leyes inhumanas, delirantes y chapuceras que ha ido aprobando durante la caótica legislatura, transformando el ordenamiento jurídico en un soez trasunto de los desvaríos ideológicos que caracterizan a Podemos y, desgraciadamente, al propio PSOE de los últimos años.

Las terribles consecuencias de la Ley de Libertad Sexual, conocida coloquialmente como del «solo sí es sí», resumen por sí solas el estropicio provocado por esa combinación de sectarismo infantil y arrogancia moral que caracteriza al conjunto del Gobierno, cómplice de las tropelías del Ministerio de Igualdad.

Porque gracias a la misma, las penas por brutales agresiones sexuales ya se están reduciendo, al aferrarse los delincuentes al inmenso boquete de salida que les deja la nueva normativa: la doctrina invasiva de Irene Montero solo sirve para hacer propaganda barata de su feminismo radical y para entrometerse hasta en el último rincón de la intimidad individual; pero a efectos judiciales ha logrado que las agresiones se tramiten como abusos al considerar, paradójicamente, que todos los abusos se consideren agresiones.

La citada ley, que se aprobó como anteproyecto a toda prisa antes del 8-M de 2020 y probablemente impulsó la celebración de aquella en jornada en contra de toda precaución sanitaria pese a la incipiente amenaza de pandemia, nace del mismo impulso absurdo que tantas otras como la del aborto, la eutanasia y la trans; todas ellas absurdas y peligrosas.

Y opuestas, en todos los casos, a la condición humana y ubicadas en un burdo proyecto de ingeniería social que exige una resistencia frontal del conjunto de la sociedad y de los contrapesos institucionales al Gobierno, que es cómplice en su totalidad de los abusos engendrados en el infausto Ministerio de Igualdad.

No basta, pues, con anunciar que habrá retoques para evitar los terribles desajustes ya constatados, como han hecho Sánchez o su ministra Montero, en un contexto de insultos a la Justicia por parte de Podemos que evidencia su nulo sentido autocrítico y su preocupante concepción de la separación de poderes en un Estado de derecho.

Todo lo que no sea anularlas, de una en una y con una penitencia pública honesta, equivaldrá a añadir al despropósito de su génesis un toque de chapuza indigno de una democracia seria: la vida y el ser humano no pueden ser objeto de ensayo, ni moldearse al antojo arbitrario del poder político, efímero por definición.

Sánchez, si tiene algo de dignidad, debe suspender el monstruoso catálogo legislativo que le precede. Y destituir sin dilación a cuantos ministros se sientan propietarios exclusivos de una delegación parcial que no puede funcionar como un departamento independiente, sin control ni tutela de nadie, dispuesto siempre a transformar en palabra del BOE los prejuicios y trastornos de unos dirigentes residuales con ideas marginales que acaban siendo peligrosas para el conjunto de la sociedad.

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