Galicia desnuda a Pedro Sánchez
El líder del PSOE amenaza a la España constitucional y merece la misma respuesta contundente que ha recibido de los gallegos.
La holgada mayoría absoluta del PP en Galicia puso fin a la ficción, inducida por el Gobierno y su entregado aparato mediático, de que el vuelco era viable, con el propio PSOE entregado incomprensiblemente a favor de un Gobierno del Bloque Nacionalista Galego (BNG) sustentado en los socialistas, meras comparsas de otro partido separatista.
No había razones objetivas para ese volantazo de la sociedad gallega, muy acostumbrada de antemano ya a frenar el empobrecedor discurso nacionalista habitual en Cataluña o el País Vasco, y siempre dispuesta a demostrar que, para defender la riqueza cultural, lingüística e histórica propia; no hace falta renunciar a una identidad común española.
En esta ocasión, había más razones que nunca para detener esa escalada a la ruptura que siempre se repudió en Galicia, pues a las habituales de siempre se le añadía el peligro real de que, gracias a la rendición del PSOE en su tarea de garantizar la igualdad entre españoles, el separatismo incorporara a otra región en su proyecto suicida de ruptura.
El voto en este punto a la defensiva de Galicia, que seguirá siendo un dique de contención frente a otras Comunidades que hacen de sus particularidades un trampolín de exclusión en lugar de un valor añadido para toda España, es por ello una espléndida noticia para el conjunto del país, que puede respirar aliviado y agradecido con el despliegue de sentido común de una inmensa mayoría de gallegos.
Pero también es una enmienda a la totalidad del proyecto de Sánchez, que ha puesto en subasta la cohesión constitucional de España para obtener el respaldo condicionado de quienes solo le apoyan si, a cambio, aceleran su deriva destructiva.
Que el PSOE se haya convertido en una triste escolta de Bildu, ERC, Junts o el BNG en las tres comunidades donde más necesario es defender una propuesta patriótica, desde la izquierda si se quiere, resume la degradación de una entelequia política que carece de principios, hasta extremos indignos, y se limita a adaptarse a los intereses personalísimos de su negligente líder, un dirigente sin escrúpulos capaz de sacrificar la estabilidad del país que preside con tal de seguir presidiéndolo.
Porque Sánchez no solo ha amnistiado de facto al independentismo, sino que le ha animado a incrementar su desafío a la Constitución y ha ido derribando todos los obstáculos institucionales, legales, éticos y sociales que lo frenaban, en un cambalache obsceno que amenaza, de manera frontal y objetiva, la misma existencia de la España constitucional.
Con la complicidad de la otra gran derrotada de la noche, la jefa de Sumar: Yolanda Díaz, gallega de origen, ha quedado retratada como un bluf inconsistente, un vulgar invento del propio Sánchez para sustituir a Podemos como báculo controlable del PSOE con el que conjuntar una mayoría artificial en compañía del radicalismo vasco y catalán.
Si Galicia se hubiera sumado a ese eje de la ruptura, las consecuencias inmediatas hubieran sido terribles y el país se vería abocado a una tensión territorial insoportable, jaleada desde el propio Gobierno.
Pero como lo ha parado, no puede salirle gratis al principal inductor de este otro «procés», aún más peligroso que el original de Cataluña. Porque un presidente y un Gobierno pueden proponer a la sociedad un proyecto político e ideológico determinado, aunque no guste, si se enmarca en las reglas del juego y respeta las líneas rojas.
Cuando lo desborda para sobrevivir a cualquier precio, el precio debe pagarlo el inductor del problema. Un país puede verse amenazado, ocasionalmente, por enemigos externos e internos. Pero cuando la peor amenaza procede de su propio Gobierno, las instituciones y la sociedad tienen el derecho, y casi la obligación, de responder con toda la contundencia democrática a su alcance. Eso ha hecho Galicia, y solo debe ser el primer paso.