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Editorial

La infame colaboración de Sánchez con Maduro

España no acoge a Edmundo González para reforzar la oposición al régimen, sino para consolidar aquella dictadura

Actualizada 01:30

Las razones humanitarias que permiten aliviarse por la llegada a España de Edmundo González, amenazado de cárcel y con su vida en peligro, no tapan ni compensan ni explican la escandalosa naturaleza del golpe de Estado vigente en Venezuela ni, tampoco, la inaceptable complicidad del Gobierno de Pedro Sánchez con la dictadura chavista, rodeada de probables mentiras.

Lo cierto es que el ganador de las elecciones venezolanas, con una diferencia abrumadora y pese a las coacciones y trampas del régimen, ha tenido que aceptar ser deportado de su país para proteger su integridad, una decisión humanamente comprensible, pero con aristas políticas que deberá explicar para que la resistencia democrática venezolana, capitaneada por la valiente María Corina Machado, no se desinfle desolada por el abandono de su teórico líder.

En todo caso, es evidente que este desenlace refuerza al sátrapa populista, que encabeza un nuevo autogolpe de Estado y vuelve a provocar la estampida de toda disidencia democrática, encarcelada o huida desde hace años como millones de venezolanos: solo con recordar la situación de Leopoldo López, Juan Guaidó, Antonio de Ledezma o ahora González, todos apresados o expulsados, es suficiente para entender el grado de represión vigente en un régimen totalitario que trata al pueblo como lo hace con sus líderes democráticos.

En ese escenario, pretender presentar el papel del Gobierno de España como algo modélico es, simplemente, inaceptable. Ni la acogida humanitaria a un perseguido justifica la manera en que se ha hecho, presentándolo como una simple aceptación de la solicitud del afectado, como si fuera una especie de refugiado de tantos anónimos que huyen de las guerras y las crisis en cualquier lugar del mundo.

Y menos aún cuando el ministro de Exteriores niega la existencia de negociaciones con Maduro. Cualquiera sabe que hubiera sido imposible sacar a González Urrutia de Caracas sin un acuerdo previamente negociado con las autoridades venezolanas, probablemente con la intermediación del siniestro Zapatero. Se desprecia así la verdadera intención del apaño: anular de hecho la victoria electoral de la oposición y legitimar el infame pucherazo de Maduro, posible entre otras razones por la negativa de Sánchez a reconocer a Edmundo González como ganador en las urnas y por tanto presidente electo. Reconocimiento que le ha otorgado hasta la Administración Biden.

Sánchez no se ha opuesto a la dictadura chavista, como tampoco nadie en Europa y América con la suficiente energía, sino que la ha auxiliado de manera vergonzosa al quitarle un problema de encima sin añadir, a continuación, que la salida del vencedor en las urnas iría acompañada de su reconocimiento como nuevo presidente y la denuncia, donde haga falta, del régimen de Maduro.

España no acoge a un líder más maltratado en Venezuela para reforzar el relevo de un tirano sin escrúpulos ni para defender los derechos de millones de ciudadanos atracados impunemente, sino para facilitar su continuidad, tal y como ha confirmado el fiscal general de Venezuela, revelando la existencia de conversaciones entre Madrid y Caracas para perfilar este insoportable abuso.

La indignidad que esta complicidad supone no se tapa por el beneficio individual obtenido por González: detrás de él quedan Machado y millones de venezolanos, allí o en el exilio, víctimas de una tiranía sin límites que tiene en la Moncloa un lamentable cómplice necesario.

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