Democracia sin desprecio
Es el tiempo de ejercitar el juicio crítico y desde él elaborar le mejor idea de nuestro sentir, de nuestro territorio, de nuestras tradiciones
En muchas ocasiones suele suceder que el desatino de la palabra es evidencia de falacias e intereses ocultos en el uso de la misma.
No debemos asumir que la oratoria se ha perdido entre las costuras de nuestra democracia imperfecta.
Es imperfecta porque la demagogia escribe sus renglones más torcidos e incluso torticeros. Quizás su imperfección se gesticula desde el desdén a los atributos de la oratoria. Pero, como digo, no debemos admitirlo. Tenemos que ejercitar nuestro juicio crítico y hacer uso de la Paideía (educación) socrática aunando el saber ser y el saber hacer en una esencia: los deberes cívicos.
El deber cívico implica la existencia de un mensaje coherente, construido desde la honestidad y el conocimiento.
El respeto ha de ser una seña de identidad antes de abrir la puerta a cualquier acuerdo.
Desde el respeto se hace posible la oratoria. Desde el desprecio se fortalece la demagogia y tal como decía Camus: «No hay nada más despreciable que el respeto basado en el miedo».
En nuestra democracia actual, la oratoria se esfuma en las idas y venidas de la mentira. Una mentira fundamentada en el desprecio, en el pacto falsario y alejado del bien común, en el miedo a perder, aunque el precio a pagar sea muy elevado.
Y les vuelvo a decir: ¡no debemos admitirlo!
Desde el acierto de la palabra, nuestra sociedad va a poner en valor de verdad los logros de las pasadas décadas: esfuerzo y consenso.
Nuestros jóvenes han de ser un ejemplo de esa oratoria que concede mensajes claros, de seguridad y esperanza.
En los próximos meses los ciudadanos van a llamar a la puerta del respeto sin miedo, ese conocimiento nuevo que ayuda a entender la necesidad de un cambio. Haciendo camino todos juntos con la ilusión de continuar dentro de una sociedad democrática libre, no demagógica.
Caminamos hacia el desprecio de esos gobernantes que no respeten el libre pensamiento de los españoles que, de manera libre, han optado por un mundo lleno de afán de prosperidad.
Ya no es el tiempo de duelistas del banco conservador. Tampoco lo es para una izquierda radical. De ninguna manera para el pusilánime ciudadano que se deja llevar por el viento de la indiferencia.
Es el tiempo de ejercitar el juicio crítico y desde él elaborar le mejor idea de nuestro sentir, de nuestro territorio, de nuestras tradiciones.
Son más los vociferantes que los oradores. Son más los resentidos que los templados y son más los manipuladores que los hombres de paz. Son los políticos ausentes en los momentos donde deben estar dando la cara, que se van escorando en función del soplo de las encuestas. Son, en definitiva, quienes han construido una democracia con desprecio. El desprecio hacia esos españoles que no piensan como ellos y a los que, inexorablemente, tienen que gobernar.
Como dijo Aldous Huxley: «Cuanto más siniestros son los deseos de un político, más pomposa, en general, se vuelve la nobleza de su lenguaje».
Aquí no hay nobleza. Solo nos entregan demagogia y en ella se ejerce todo el desprecio hacia los españoles.
- Pedro Fuentes es humanista y ensayista