La desintegración del Estado
Vivimos un momento histórico único, con su mímesis de tiempos pasados que nos evocan cierto dolor y temor
Que se hayan despertado los fantasmas de una España quebrada, sin sentido, es una trampa a la paz y al consenso de todos los españoles. Fue en ese amanecer, cuando «nosotros los demócratas» comenzamos el proceso de desintegración, ya que entendimos que la venganza era el camino hacia la justicia y el bálsamo a la transgresión de la democracia; España ya no vive en democracia. Y... ahí seguimos. Pero esto es sólo la antesala a la «representación» de una obra teatral absurda.
Deberíamos pensar sobre el significado del Estado Constitucional en estos instantes de terrible confusión.
La Teoría del Estado se refiere al mismo como «una comunidad social con una organización política común y un territorio, y órganos de Gobierno propios, que es soberana e independiente políticamente de otras comunidades».
Muy pronto, mejor antes que después, tendremos que expresar nuestro voto en las urnas. Por ello, se hace necesario repasar esas cuestiones elementales, de la configuración, de eso que entendemos como Estado.
Sobre la política común, el mismo término teórico referido a la construcción de leyes para velar por el bien común, se ha falseado. Solo basta con echar un vistazo al enorme deterioro de nuestras Instituciones. Es una pantomima de nuestra democracia, desde el preciso instante en el que se ha transgredido los órganos de Gobierno judiciales y las leyes quedan deslegitimadas en el mismo momento de su promulgación. ¿A quién sirve esas leyes? Qué tiempos aquellos del filósofo Bonnot de Condillac: «En tiempos de corrupción es cuando más leyes se dan».
El aumento de la inseguridad jurídica en nuestro país, incluso frente al exterior, es palpable.
El Poder Judicial politizado nunca podrá responder a leyes que velen por el bien común, solo responderá a los intereses partidistas. Por lo tanto, asistimos a un proceso notorio de desintegración.
Churchill decía que «la democracia es la necesidad de doblegarse de vez en cuando a las necesidades de los demás».
La gobernanza de las últimas décadas no asimila este concepto de doblegarse a las necesidades de los demás. Nos crea sus propias «leyes de necesidades» para que los ciudadanos nos dobleguemos ante las mismas. Y esto es un proceso determinista y relativista, síntoma, una vez más, de la desintegración del Estado.
Respecto a la comunidad social, decía Fidel Castro que «cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla».
Si nos olvidamos del uso político que se está haciendo del avance de la pobreza, este es causa de frustración y desamparo para todos sin excepción. Seguro que la cita le gusta más a la izquierda de nuestro país, pero quizás le guste menos si nos paramos a pensar y caemos en la cuenta de que el mandatario injusto que ha de temblar es un Gobierno dictatorial que está perdiendo el favor del voto.
Es por ello que nuestra comunidad social empieza a quejarse en las calles, desde sus hogares... porque la injusticia no deviene del buscado enfrentamiento entre pobres y ricos que alienta con soplido titánico Moncloa. Es falso el argumento.
Solo existe un anhelo digno dentro de una comunidad social en armonía: el trabajo, el orden, la cultura y la salud pública, y todo ello es igual a la prosperidad.
La demagógica lucha de clases que esgrime la coalición de Gobierno es el único artilugio al que se puede aferrar.
Por lo tanto, una comunidad sin empleo, sin orden civil, es una sociedad quebrada, antesala de un proceso de revolución inminente. Y esto también coopera hacia la desintegración del Estado. Y... ¡Ahí estamos!
Respecto al territorio y la soberanía, no podemos mirar atrás, como si no fuera con ese voto que hemos de depositar. Es una responsabilidad ciudadana conservar y preservar nuestro territorio sin secesionismo ni procesos independentistas. La ruptura territorial que conduce a la duda sobre la soberanía de España es una grave desintegración del Estado.
La sombra de esta duda se está desarrollando a través de dos vías: la destrucción de nuestra lengua (el nuevo libro de Lengua y Literatura señala al español como un idioma «impuesto») y a través de la destrucción de la tradición espiritual (extenso abanico de leyes ideológicas que atentan contra el sentido religioso, salvaguardando el sentimiento de otras religiones y espiritualidades).
De otra parte, el uso del comodín antimonárquico nos debe hacer pensar. Ya sabemos del deseo aniquilador hacia la institución. Esta intención no puede pasar inadvertida en ese voto que hemos de depositar. Es la mecha que enciende el proceso de destrucción de la soberanía nacional. Es muy evidente que los que quieren derribar la columna monárquica pretenden crear un nuevo Estado dinamitando el existente desde dentro.
Pues bien. Sea. Ahí seguimos camino de la desintegración del Estado.
Muchos sucesos acompañan esta mortaja que ya ha iniciado su camino hacia el panteón de ilustres Estados que murieron ante la mirada ausente de sus pueblos (la UE nos congela los fondos de recuperación para España, nos quedamos fuera del escudo antimisiles, la posible ley de censura y «caza de brujas»...).
Como decía Voltaire, «es peligroso tener razón cuando el Gobierno está equivocado». Pues bien, el Estado está en un proceso de desintegración y el Gobierno está equivocado. ¿No será que este Gobierno desea la desintegración del Estado para sobre sus cenizas construir uno nuevo a su medida? Ahora, ante el panorama internacional convulso, pandemia, recesión y guerra, sería un suicidio postularse lejos del sentir del ciudadano, dejándose acariciar por una minoría. Es muy posible que la razón esté en su incapacidad intelectual y política para detener este proceso de desintegración.
Deberíamos meditar y acompañar nuestro juicio crítico con la cautela de una madre que arropa a su hijo en el frío invierno.
Porque el frío ya llegó, este tiempo histórico te pertenece y tu voto es fuente de esperanza.
- Pedro Fuentes es humanista y ensayista