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En primera líneaEmilio Contreras

El lobo ya está en casa

Nada de lo que estamos padeciendo en España habría sido posible sin el cataclismo económico que sacudió el mundo occidental hace ahora 15 años, porque allanó el camino al populismo e hizo más fuertes que nunca a los separatistas

Actualizada 01:30

Un hecho aislado puede tener consecuencias de un calado y una trascendencia política y social imprevisibles. Sin el cataclismo económico de hace 15 años no habríamos llegado al marasmo político que ahora vive España de la mano de dirigentes que solo aspiran a mantenerse en el poder.

El 15 de septiembre de 2008 quebró Lehman Brothers, uno de los más importantes bancos americanos. Fue el estampido de una explosión financiera que algunos movimientos telúricos venían anunciando desde hacía meses. Un año antes, el 9 de agosto de 2007, la Reserva Federal tuvo que inyectar en el sistema financiero americano 90.000 millones de dólares en solo 24 horas para evitar que colapsara. Horas después, el BCE intervino con una cantidad similar cuando BNP Paribas, el primer banco de Francia y de Europa, comenzó a tambalearse.

Aquella deflagración del sistema financiero arrastró al mundo a la mayor crisis económica desde el 29 de octubre de 1929. Sus consecuencias fueron tan demoledoras que es más que probable que cuando se estudie la historia de nuestro tiempo, se diga que esa fecha fue el gozne sobre el que giró un cambio de época, del mismo modo que el 12 de octubre de 1492, con el descubrimiento de América, marcó el paso de la Edad Media a la Moderna y el 14 de julio de 1789, con la toma de la Bastilla, el nacimiento de la Edad Contemporánea.

La crisis financiera tuvo su origen en los Estados Unidos con un sistema bancario descapitalizado y desregularizado. En 1933, tras la crisis que siguió al «martes negro»de 1929, Roosevelt aprobó la ley Glass-Steagel, para fiscalizar la actividad financiera hasta entonces descontrolada. Pero en 1999 Clinton la derogó: el retorno al pasado creó las condiciones idóneas para la explosión, y la crisis de las 'hipotecas basura' fue la mecha que provocó la deflagración.

La onda expansiva del estallido económico americano tuvo consecuencias devastadoras en toda la economía occidental, incluida España. En 2008 las instituciones financieras de nuestro país habían concedido créditos superiores a sus depósitos y prestaban con el dinero que a su vez les prestaba el Banco Central Europeo. Cuando estalló la crisis, millones de españoles se fueron al paro, no tuvieron dinero para hacer frente a sus hipotecas y créditos, y la banca española se quedó sin liquidez para devolver al BCE lo que le había prestado. El entonces gobernador del Banco de España, Luis María Linde, lo resumió con estas palabras años después ante el Congreso de los Diputados: «En octubre de 2012 la banca española debía 409.000 millones. España sufría un colapso financiero; la situación más grave desde la Guerra Civil». El paro, que era del 8,2 por ciento en 2007, se disparó hasta el 26,1 por ciento en 2013. Y el PIB per capita descendió el 24 por ciento.

La experiencia histórica enseña que toda crisis económica genera una crisis social que, a su vez, provoca una crisis política. Y España no fue una excepción. Un sentimiento de decepción, inseguridad y frustración por el hundimiento de la economía generó la desconfianza de millones de ciudadanos en las instituciones y en los gobernantes. La crisis agrandó la brecha de la desigualdad y empobreció a una parte de la clase media y a una buena parte de la clase trabajadora con una gravedad que aún perdura. Un informe de la OCDE dice que «la desigualdad de ingresos en los países que la integran (España es uno de ellos) se encuentra en el nivel más alto del último medio siglo»… «la incertidumbre y el miedo al declive social y la exclusión han llegado a las clases medias de muchas sociedades». Y la debilidad de las clases medias –soporte de la democracia, como escribió Aristóteles– acaba socavándola.

España sufre desde hace años las consecuencias políticas de la crisis económica y social. Creímos que en 1977 habíamos emprendido un camino irreversible hacia la democracia, el progreso económico y la estabilidad política. Pero el crack de 2008 nos despertó de un largo sueño de treinta años, y nos empujó por una senda de retorno que podría devolvernos a lo peor de nuestro pasado.

El bipartidismo saltó por los aires. La derecha se dividió en tres partidos y la izquierda en dos. El resultado ha sido gobiernos inestables y cinco elecciones generales en poco más de siete años. La fragmentación del voto y de los grupos parlamentarios han generado gobiernos débiles, cautivos por voluntad propia de pequeños partidos separatistas con una capacidad de presión, si no de chantaje, sin precedentes en nuestra historia, que les está permitiendo barrenar el orden constitucional de 1978.

El Congreso ha pasado de ser una institución para el debate y control del Gobierno, a convertirse en una Cámara de ratificación subordinada al poder ejecutivo. Y el caudillismo empieza a sustituir al liderazgo, con grave quebranto del régimen parlamentario.

De la España reconciliada, próspera y democrática estamos regresando a la España dividida y desigual con una democracia parlamentaria en crisis. Y lo que es más grave, con su unidad nacional seriamente amenazada.

Martin Wolf ha escrito que los periodos de auge del capitalismo global han coincidido con procesos de democratización, y los de crisis con periodos de retroceso de la democracia.

No se trata de amenazar con que viene el lobo, sino de advertir que el lobo ya está entre nosotros.

  • Emilio Contreras es periodista
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