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27 de septiembre de 2024

En primera líneaMiquel Porta Perales

El derecho a la vulgaridad en España

Propiamente hablando, no se trata de que el hombre-masa sea tonto. De hecho, es un listo, o un listillo, capaz de generar tópicos, prejuicios, una terminología vacía y acción, mucha acción. Una manera –dice el filósofo– de imponer el «derecho de la vulgaridad»

Actualizada 01:30

En 1930, José Ortega y Gasset publicó 'La rebelión de las masas'. Un ensayo ampliamente traducido del cual se vendieron en todo el mundo cientos de miles de ejemplares. Un ensayo que hoy, casi un siglo después, no ha perdido actualidad. En España, por ejemplo.

Entonces, en determinadas capas de la sociedad, así como en la política y en ciertos medios de comunicación, se denostaba y menospreciaba el liberalismo y la derecha liberal. Hoy, también se aprecia el signo de aquellos tiempos de lucha ideológica y menosprecio de lo liberal. Si ayer tanto el fascismo como el comunismo tenían a su «hombre nuevo» y su «mundo nuevo»; hoy, quienes desprecian el liberalismo y la derecha liberal tienen también a su «hombre nuevo» y su «mundo nuevo». ¿Qué hombre nuevo? El hombre-masa. ¿Qué mundo nuevo? Una incierta distopía en donde domina la regresión democrática y reinan las muy exquisitas y republicanas minorías al servicio de las cuales está el hombre-masa. Es aquí donde reaparece José Ortega y Gasset y 'La rebelión de las masas'. Es aquí donde emerge una izquierda populista que hereda los reparos y diatribas sin cuento y sin tregua contra el orden liberal.

Hombre masa

Lu Tolstova

¿De qué sujeto hablamos? Del hombre-masa orteguiano «montado sobre unas cuantas abstracciones… dócil… siempre en disponibilidad para fingir». Un hombre-masa que no designa una clase social, sino una manera de ser y proceder a la carta. Un hombre-masa que «tiene solo apetitos, cree que tiene solo derechos y no cree que tiene obligaciones: es el hombre sin la nobleza que obliga, snob».

Si hace casi cien años José Ortega y Gasset hablaba de un movimiento obrero que creía tener una misión propia y no canjeable; hoy, el esnobismo del nuevo hombre-masa también cree tener una misión propia y no canjeable. Pongamos por caso –España como ejemplo-, el feminismo y la autodeterminación de género, el ecologismo y el animalismo que reivindica los derechos humanos de los animales.

Tres ejemplos de movimientos cargados de apetito, que comulgan con las falacias, que fingen, que reclaman derechos y rehúyen obligaciones, que frecuentan lo snob. ¿Adónde conduce el hombre-masa? La respuesta: «lo característico del momento es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho a la vulgaridad y lo impone dondequiera».

O lo que es lo mismo: el hombre-masa arrolla y quien no piense como «todo el mundo» corre el riesgo de ser ridiculizado, marginado y eliminado políticamente y socialmente hablando. Pero, ¿quién es ese «todo el mundo»? Nuestro filósofo responde: «todo el mundo» no es la unidad de la masa y los discrepantes; «todo el mundo» es ahora «solo la masa». El brutal imperio de las masas. Una masa que quiere expandir sus deseos vitales. Una masa que se caracteriza por la ingratitud hacia quienes han hecho posible su cómoda, o menos cómoda, existencia. La psicología del niño mimado. Esas pataletas. Ese afirmar el Yo. Ese no renunciar a nada. Esa sensación de superioridad.

Al parecer, en la España de la tercera década del siglo XXI, ese «todo el mundo», entre otros sujetos colectivos como el sindicalismo corporativo llamado de clase, el identitarismo excluyente con certificación heráldica, el progresismo de todo a cien y el pacifismo de salón, incorpora –se avanzó antes– el feminismo integrista, el ecologismo despótico y el animalismo fundamentalista. Como dicen los norteamericanos, ser diferente es indecente.

En un momento determinado de 'La rebelión de las masas', el autor afirma que el hombre-masa, vanidoso como es, se siente perfecto y no necesita que nadie se lo confirme. Ni siquiera necesita compararse con sus congéneres, porque hacerlo implicaría salir de sí mismo y equipararse con los demás. El nuevo hombre-masa no duda de su plenitud. Concluye el filósofo: «el tonto, a diferencia del perspicaz, no se sospecha a sí mismo: se parece discretísimo, y de ahí la envidiable tranquilidad con que el necio se asienta e instala en su propia torpeza».

Propiamente hablando, no se trata de que el hombre-masa sea tonto. De hecho, es un listo, o un listillo, capaz de generar tópicos, prejuicios, una terminología vacía y acción, mucha acción. Una manera –dice el filósofo– de imponer el «derecho de la vulgaridad» o la «vulgaridad como un derecho».

Por decirlo en otros términos –aires de los despotismos antiliberales europeos de la primera mitad del siglo XX–, el hombre-masa «no quiere dar razones ni quiere tener razón». El hombre-masa va más allá, no solo de la sociedad liberal, sino también de la iliberal. Una regresión democrática. En España, por ejemplo.

Otro detalle que tener en cuenta: el hombre-masa nunca actúa por sí mismo, sino que lo hace –esa es su misión– a instancias de una «minoría excelente» aposentada en el Estado. Ello no impide que la masa crea que «el Estado soy yo». Ilusos. En esto estamos. En España, por ejemplo.

Sostiene José Ortega y Gasset que los pueblos-masa –con sus minorías excelentes a la cabeza– dan por caducado el sistema de normas de la Europa liberal. El problema: dichas «minorías excelentes… no saben qué hacer, y para llenar el tiempo se entregan a la cabriola». De ahí, el desorden y la ausencia de «programas de vida». En España, por ejemplo.

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