El futuro de la lengua catalana
En Cataluña, la lengua catalana es el elemento fundamental del programa de ingeniería nacional deliberada diseñado por el nacionalismo catalán
No les crean. Entre las falacias que difunde el nacionalismo catalán –la nación catalana, el ser catalán, la identidad propia, la historia propia, la cultura propia, la lengua propia, el derecho a decidir, el expolio fiscal, la trama contra Cataluña, la deslealtad del Estado, la represión del Estado y otras– destaca la siguiente: la lengua catalana desaparecerá si no se potencia la inmersión lingüística en lengua catalana. Falso. Se lo explico. Les explicaré también la razón del victimismo lingüístico catalán que no cesa.
La lengua catalana no desaparecerá, porque no se cumplen los requisitos necesarios para su extinción: las interferencias no son unidireccionales, la base territorial no se reduce, en las zonas urbanas –especialmente en Gerona y Lérida– no se produce por ahora una substitución lingüística relevante, un número significativo de jóvenes la hablan aunque son mayoritarios los jóvenes que usan ya el español en el Área Metropolitana de Barcelona, las funciones de la lengua no se reducen y no se degrada el status de la lengua. Además, la lengua catalana es usada –aunque sea intermitentemente– por quienes están en edad reproductiva, por los ancianos y por los que no la tienen como primera lengua. Si sacamos a colación la Escala Gradual de Interrupción Intergeneracional de Joshua A. Fishman (1991), se llega a parecida conclusión: la lengua catalana se usa –en forma oral y escrita– en la educación, el trabajo, los medios de comunicación y la Administración Autonómica.
(Entre paréntesis: la evangelización identitaria de los migrantes ha fracasado, porque no quieren ser adoptados por la xenofobia nacionalista que pretende introducirles, vía chantaje, en la lengua de la tribu).
A todo ello, habría que añadir –un sinsentido identitario que rompe la cadena de la comunicación– el uso protocolario de la lengua catalana en el Congreso y el Senado, pero no –a pesar de las malas artes de Pedro Sánchez– en la Unión Europea de acuerdo con lo que indica el artículo 1 del Reglamento 1/1958 –adaptado– que fija el régimen lingüístico de la Unión Europea: «Las lenguas oficiales y las lenguas de trabajo de las instituciones de la Unión son las oficiales de los Estados miembros». Y que nadie apele, como hace el nacionalismo catalán, al artículo 8 que habla de «Estados miembros donde existan varias lenguas oficiales», porque en España, como afirma la Constitución, «el castellano es la lengua oficial del Estado» (CE, 3.1) y «las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas comunidades autónomas de acuerdo con sus Estatutos» (CE, 3.2).
Al catalán no le ocurrirá nada que no le suceda también a otras lenguas: deberá compartir –en mayor o menor medida– su geografía con esas lenguas. No teman por el futuro del catalán: no desaparecerá. Y ninguna política lingüística –por coactiva y fraudulenta que sea– podrá negar la realidad de la Cataluña bilingüe. Al respecto, el nacionalismo catalán arguye que el bilingüismo es una trampa, porque en Cataluña todos los ciudadanos hablan español, pero no todos catalán. Si, de forma reiterada, las encuestas señalan que más del 90 por ciento de los ciudadanos de Cataluña entienden el catalán, y más del 80 por ciento lo pueden hablar, ¿dónde está el problema? En los hábitos, los intereses y la voluntad de un ciudadano que tiene el derecho a utilizar, sin complejos ni imposiciones, la lengua que prefiera. Entérense de una vez: no es la lengua la que escoge al hablante, sino que es el hablante el que escoge a la lengua.
Dicho lo cual, hay que preguntar la razón por la cual el nacionalismo catalán diseña y propaga –de forma agresiva, reiterada y excluyente– la falacia de una lengua catalana en vías de desaparición si no se potencia la política de inmersión y normalización lingüísticas. Se lo explico.
En primer lugar, porque en Cataluña la lengua catalana no es solo un instrumento de comunicación en sí, sino una herramienta al servicio del llamado proceso de construcción o reconstrucción nacional de Cataluña. Por eso, la política lingüística de la Generalitat de Cataluña relega y discrimina a la lengua oficial del Estado considerándola «impropia». Lean, extranjera. Por eso, dicha política lingüística quiere sustituir la lengua española –eso y no otra cosa busca la inmersión y la normalización– por la lengua catalana.
En segundo lugar, porque, en Cataluña, la política lingüística de la Generalitat de Cataluña es la herramienta por excelencia de un nacionalismo identitario que convierte la lengua catalana –un potente elemento de nacionalización forzosa– en el eje vertebrador del ser de la nación catalana. Una política etnolingüística en toda regla. Una política lingüística que impone subrepticiamente la lengua catalana en detrimento –exclusión y sustitución– de una lengua española que, además de ser la más hablada en Cataluña, es la lengua oficial del Estado y cooficial de la Comunidad Autónoma de Cataluña. Una política lingüística que colisiona con la legalidad vigente en el Reino de España, con la filosofía lingüística de la Unión Europea, con los derechos lingüísticos de la ciudadanía de Cataluña, y con los usos de la política lingüística de la práctica totalidad de los Estados de la Unión Europea.
Conviene recordar que, en Cataluña, la lengua catalana es el elemento fundamental del programa de ingeniería nacional deliberada diseñado por el nacionalismo catalán. De ahí, la obsesión. A veces, en ingeniería, los errores de cálculo resultan fatales.
- Miquel Porta Perales es escritor