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en primera líneaJuan Van-Halen

La Monarquía, Felipe VI y el Rey padre

Ya escribí que don Juan Carlos se equivocó al pedir perdón tras su estancia en Botsuana, en 2012. El Gobierno estaba informado, no era un viaje oficial, iba invitado, no supuso gasto alguno para el erario público y no se quebró ninguna regla porque en aquel país es legal la caza del elefante

Actualizada 01:30

La Monarquía es un sistema en el que creo y es eficaz en muchas naciones punteras. Una Monarquía parlamentaria, con un Rey árbitro y moderador por encima de las banderías, supone continuidad y moderación desde la máxima autoridad del Estado. Sobre el sistema republicano me alertan nuestras dos desastrosas experiencias y que sus partidarios actuales se proclamen herederos y continuadores de la República de 1931 y quieran emularla. La Segunda República no fue idílica y democrática sino muy alejada de lo que nos pinta la Historia mentida que tratan de imponernos. Pero para saberlo hay que leer. Una reiteración del pasado no estaría libre de sus viejas lacras; sería, como aquella, un camino de extremismos y enfrentamientos. En mi caso, la confianza en la Monarquía se apuntala, además de en la razón, en la tradición. Referiré por qué. Mi familia en Flandes se mantuvo fiel a España y a la Fe católica. Leal a la Monarquía, con ella asumió responsabilidades en la Iglesia, el foro y la milicia.

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LaLu Tolstova

Ausentes de Flandes, los españoles, al sentirse inseguros por sus ideas y su Fe, los dos hermanos mayores de la familia se trasladaron a Cádiz y la primera generación española ingresó ya en la Armada. Desde entonces se sucedieron los marinos en la familia. Fieles a la Monarquía, el único Van Halen desleal a su Rey en una etapa de su vida, fue mi tatarabuelo, el activo liberal biografiado por Baroja, que conspiró contra Fernando VII cuando asumió el absolutismo traicionando la Constitución de 1812. Sufrió cárcel y tormento en la Inquisición fernandina, se fugó y se exilió en Bélgica hasta la muerte del monarca. Tras aquel paréntesis, la lealtad familiar a la Corona no conoció quiebras.

En cuanto a mí, conocí al Rey Juan Carlos cuando le faltaban años para serlo, recibido en Zarzuela con algunos jóvenes inquietos. Una larga conversación esclarecedora en tiempo de interrogantes. Esta dilatada peripecia familiar la conoce el Rey padre y fue un tema de conversación en la audiencia a la que me convocó, tras su abdicación, en el Palacio de Oriente.

Mi conocimiento directo de Felipe VI se produjo, cuando aún no lo era, en la audiencia de su recepción en la Orden de Malta, a la que asistí como vocal de su Diputación Española. También recuerdo con singular gratitud, como presidente entonces de la Asamblea de Madrid, la inauguración de la nueva sede en Vallecas que presidió como Príncipe de Asturias. Refiero estas notas familiares por si el colofón de estas líneas pudieran achacarse a lejanía o indefinición. Confío en la Institución como garantía de los valores constitucionales y, desde ellos, de la unidad y continuidad del ser y estar de España, más allá de coyunturas malas o regulares. Llamo Rey padre a Don Juan Carlos porque Rey emérito me parece una impropia cursilería,

Ya escribí que don Juan Carlos se equivocó al pedir perdón tras su estancia en Botsuana, en 2012. El Gobierno estaba informado, no era un viaje oficial, iba invitado, no supuso gasto alguno para el erario público y no se quebró ninguna regla porque en aquel país es legal la caza del elefante. El Rey no tenía que hacerse perdonar nada. Una debilidad extraña en un Monarca. Fue pretexto para ataques desmesurados de sectores que encontraron motivo para denigrarle. Sucedió un 14 de abril, aniversario de la República; otro pretexto para la manipulación. Todavía teles y periódicos caseros sacan punta insultante al tema.

Tan erróneo como aquella petición de perdón de Don Juan Carlos es su demanda a Revilla por injurias y calumnias. Revilla es un personaje de relevancia descriptible, experto en el insulto, la descalificación y la payasada, inexplicablemente jaleado por algunos medios. Al Rey padre le han injuriado y calumniado muchas veces y sobre asuntos con alguna verisimilitud o sin ninguna. Si llevase a juicio a sus calumniadores o grotescos descalificadores no saldría de los tribunales. Miembros de Gobiernos anteriores y del actual le han deseado públicamente la guillotina o los tiburones y se han quemado efigies suyas. Don Juan Carlos no se dio nunca por aludido. Y Felipe VI ha sufrido parecidos envites, incluso detalles desafectos desde el Gobierno y su presidencia.

Todos estos casos, como el del insultón Revilla, son comúnmente bravatas de quienes pretenden protagonismo y alimentar su ego. El Rey padre ha pecado de ingenuo. Quienes le hayan aconsejado se han equivocado. Si el asunto se considerase libertad de expresión y desembocase en nada, el Rey padre no quedaría bien y sería otro motivo de ataque a la Monarquía. Lesionarla es una estrategia. Ya he reiterado que el objetivo final a batir es la Corona.

No me preocupan las ocurrencias desaforadas de Revilla ni los insultos de ignaros, sino que el Rey padre viva desterrado por el Gobierno y pueda morir fuera de España. Y que, ante esta situación, a Felipe VI no se le haya escuchado ni palabra sobre algo a mi juicio tan grave. Don Juan Carlos no tiene ningún asunto pendiente con la Justicia, es un ciudadano con los derechos garantizados en la Constitución, pero se encuentra, de hecho, privado de alguno de ellos. Es el padre del Rey y, obviamente, el sentimiento de un hijo por su progenitor no disminuye por la función de uno o las circunstancias que rodeen al otro. Felipe VI habría de meditar alguna reacción. Ello no perjudicaría a la Monarquía; lo compartiría una mayoría de españoles. La prudencia no debería excluir la humanidad. Los decisivos servicios del Rey padre a España y a la democracia son evidentes y no merecen ingratitud, por más que haya cometido errores.

  • Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando
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