De herejes y demócratas
Deberíamos detenernos a pensar en nuestros representantes públicos. Así tendríamos una idea de la situación
Ya no podemos evadirnos y encoger los hombros como si la puesta en escena no fuera con nosotros. Es notable la animadversión que existe hacia la verdad, la justicia y la libertad. La crispación ha trascendido a una lucha ideológica sin cuartel.
Los hombres de criterio no encuentran su hueco en la política actual: un gravísimo problema.

Son ellos los que, desde la fortaleza que les otorga el juicio crítico, se podrían enfrentar al poder de la injusticia que muestra la España dividida.
Sería saludable indagar acerca de la causa de esta división que, desde el año 2014, ha ido en aumento.
Quizá la razón sea la conversión de la política en una disciplina ideológica que conlleva la ausencia «de honradez, pericia y compromiso», con el objetivo de destruir el orden establecido.
Los arquitectos son los gobernantes que han forjado partidos políticos de carácter sectario, falsarios en sus planteamientos sobre la justicia social.
Una profesión de político que hace que diputados que pierden su acta se recoloquen en la cesta clientelista del señor del poder. Unos profesionales del escaño que han creado una nueva casta.
De otra parte, el señor del poder necesita del miedo de sus súbditos para que ejerciten su creencia de fe en el «amo de la democracia», pero cuidado porque, en cualquier proceso de carácter revolucionario, se pasa del miedo al terror sin despeinarse.
Primero se crea el relato intelectual, sigue la disensión del orden parlamentario, se continúa por el uso de la violencia civil, la censura de prensa, la cautividad del poder judicial, el acoso mediático a la Iglesia y a la Monarquía y, finalmente, se consigue echar al vacío el orden constitucional del 78.
No entendemos los principios de sumisión y solo podemos apelar a nuestra conciencia a la hora de subrogarnos a la mesa gubernamental. Todos los comensales le deben su existencia, todos ellos le conceden el favor y la entrega de su dignidad; pero los radicales ni esto. Simplemente imponen sus condiciones acomodándose en sus escaños y presionando al que cree ser el dueño de esta «piel de toro».
Pero ante esta corte profesionalizada, al señor feudal le han surgido un grupo de herejes, del otro lado del muro y algunos de sus propias filas, quienes dieron un paso atrás ante tamaña atrocidad.
Herejes son todos aquellos ciudadanos que se revelan y se quejan de los actos del amo y de sus partidarios. Se manifiestan de forma fehaciente y esto les convierte en blanco de «la caza de brujas» y en futuros clientes de la máquina del fango.
Como son herejes, se les muestra ante Europa como «fascistas» que alimentan el delito de odio, ese odio selectivo, porque el señor del poder es un hombre limpio de odio y él, y los suyos, son los únicos demócratas, y los morados desteñidos por sus propios actos son los defensores de los desfavorecidos sociales; curiosamente, ahora se han incorporado a la casta.
Como son herejes, las víctimas del terrorismo son unos vociferantes, gente de venganza ante la inminente propuesta que favorece la excarcelacion de aquellos que un día se enfrentaron a aquellas manos blancas de toda España que pensaban que «sí podíamos».
Sí, blancas, todos juntos sin necesidad de vestirnos de morado; aquello sí fue indignación sin intereses creados.
Como son herejes, no pueden reclamar justicia ante la aplicación de la ley del «sisi»que ha puesto a delincuentes en la calle y que ahora ven como callan ante la contraria actuación desenmascarada de uno de los suyos, abandonando su papel de defensores de la injusticia por el de encubridores de la misma.
Como son herejes, no pueden solicitar una ley de okupación que ponga fin al desasosiego de esos ciudadanos que luchan por recuperar sus viviendas, porque la izquierda de gobierno argumenta que hay que proteger a los desfavorecidos sociales desde la aceptación del asalto a la propiedad privada. Por eso los herejes desean ayudar y facilitar medios a los desfavorecidos desde la acción y gestión de un gobierno cualificado, no desde la demagogia de la pobreza por parte de los «democratas radicales».
Como son herejes, no pueden pedir transparencia ante el enmascaramiento de los datos económicos; PIB calculado a través del incremento del gasto público. Un engaño matemático que nos deja a la altura de los imbéciles en Europa. Porque ellos son los que conocen la economía heredada del zapaterismo en la crisis del 2008. Y es que la cuestión es que los herejes, parece ser, no atienden a la verdad del amo.
Como son herejes, como son herejes...
Son esa mayoría que celebra el día de La Hispanidad, con devoción, orgullo y agradecimiento. Son esos que ponen una cruz en la declaración de la renta a favor de la Iglesia Católica (por cierto, saben ustedes que son 8,1 millones de ciudadanos y que Cáritas es un voluntariado que mitiga la pobreza, ayudando con su dinero y comedores sociales en una ciudad tan desigual como Madrid).
Son esos, que con libertad en estos últimos cuarenta años han participado de la alternancia política. Ese bipartidismo que se tuvo que aniquilar para dejar espacio a ellos, la indignación y, así, pudieron convertir la vida política en un enfrentamiento constante.
Que ironía. ¿Se acuerda «señor democrata» cuando nos dijo que no podría dormir tranquilo si conviviera con la fuerza morada?
Y la cuestión, señor presidente, es saber si usted les va a conceder a los herejes el mismo trato que le ha dado a los amigos del independentismo, del terrorismo, de los falsos servidores públicos, de los que dividen a este país en dos mitades...
No les va a ser posible ejercitar la generosidad. Ustedes no han puesto al servicio del país su profesión. Ustedes han hecho de la política una profesión y se les nota mucho. Como de costumbre, la excepción confirma la regla. Por eso, lo más que van a poder hacer es descalificar a esos herejes impertinentes, aunque en su afán estarían presentes atrocidades mayores.
Ya lo dijo Cicerón: «Servirse de un cargo público para enriquecimiento personal resulta no ya inmoral, sino criminal y abominable». Y ¿Dónde está la diferencia al convertir la política en un coto personal?
Posiblemente, nada de esto sea cierto porque, a fin de cuentas... ellos solo son herejes y estos falsos demócratas, «héroes de la libertad», a la manera de la Francia de 1830, «no tienen intención ni de República ni de democracia; solo quieren un régimen con enmascarada libertad donde el poder esté en manos de una camarilla selecta».
Qué canallada nos han hecho a los españoles en esta última década, algunos que eligieron «de profesión político». La realidad, y a estas alturas resulta obvio, es el asalto a un orden establecido que nos trajo una prosperidad que nunca imaginamos, a pesar de los pesares.
- Pedro Fuentes es humanista