Los otros derechos humanos
Quienes insisten con tanta vehemencia en la defensa a ultranza de los derechos humanos, suelen dejarse en el tintero algunos que no les deben gustar demasiado. No recuerdan, por ejemplo, que la Declaración Universal incluye también el derecho a la vida; una justicia independiente e imparcial; la prohibición de injerencias arbitrarias en el ámbito privado; o la consagración de la familia como «el elemento natural y fundamental de la sociedad», que ha de gozar del conveniente amparo gubernamental.
Pero aún hay más. Ese mismo texto prevé el derecho a la propiedad, estableciéndose que «nadie será privado arbitrariamente» de ella. O la libertad de practicar la religión que se profese, pudiendo educar en ella a los hijos; así como brindar asistencia especial a la maternidad e infancia; o, en fin, el derecho a la protección de los intereses morales que le correspondan a cualquier persona por sus creaciones.
Al disponer nuestra Constitución que los derechos y libertades que reconoce se interpretarán de conformidad con esta Declaración Universal, sería cabal preguntarse entonces por el nivel de respeto que estamos otorgando a ese notable catálogo de principios internacionales en el ordenamiento español y en la práctica política cotidiana.
Comenzando por el derecho humano a la vida, aquí se ha llegado a considerar como derecho fundamental justo lo contrario: acabar con el que va a nacer. Y se ha hecho a través de una decisión constitucional que sustituye la decisión soberana de los españoles al anotar en nuestra carta magna algo que nunca ha sido sometido antes a las urnas. E igualmente se ha estimado lícito terminar con la existencia fuera del marco que fijan los ciclos vitales naturales, desconociendo lo que son los cuidados paliativos y conminando a los profesionales encargados de velar por la salud a ejercer como implacables verdugos de terceras personas.
El derecho humano a ser juzgado por unos tribunales independientes e imparciales es, a su vez, radicalmente incompatible con los repetidos intentos de controlarlos desde el poder político, algo extensible a los restantes órganos dedicados a depurar la legalidad, como la fiscalía o la abogacía del Estado. Lo propio que sucede con las injerencias en el entorno doméstico, forzándonos de continuo a pensar y actuar como quieren los que mandan, monopolizando los medios audiovisuales con un inequívoco afán manipulador. La familia, estructura social esencial para la Declaración Universal, lejos de ser protegida, sobrevive a duras penas sin las ayudas necesarias, traduciéndose ese abandono en una caída demográfica sin precedentes, revistiendo en determinados lugares un carácter devastador.
Acerca del derecho humano a la propiedad privada y su debido blindaje, continuamos aguardando la promulgación de fórmulas legales contundentes para disuadir de la ocupación de viviendas, castigando de forma ejemplar tales prácticas criminales. Y que impidan la confiscatoriedad fiscal que no deja de avanzar de manera imparable, cebándose en especial con las clases medias.
El derecho humano a profesar una religión y escoger para los hijos una enseñanza acorde a tales valores es asimismo amenazado a diario por un laicismo impenitente que se confunde con la aconfesionalidad. Y por el uso de los conciertos educativos para hacer pasar por el aro a los que piensan diferente. Lo que ha sucedido no hace mucho con los llamados colegios de educación diferenciada es una pequeña muestra, sin que nadie haya apelado a la vulneración de derechos fundamentales de los padres afectados.
Y qué decir del derecho humano a la protección de la maternidad o de la infancia, al albur de innumerables embestidas concebidas para acabar con la cultura ligada a la natalidad y desafiar los cimientos más elementales en los que siempre se ha asentado una sana formación de los críos, aquí y en Pernambuco.
El derecho humano a una producción intelectual bajo el prisma moral que le dé la gana a su autor compite hoy, en suma, con una cancelación de tintes abracadabrantes en el entorno académico y editorial, en el que resulta una completa heroicidad salirse del agitprop reinante, repleto de rancios tópicos tan persistentes como falsarios.
De todos estos derechos humanos nunca hablan los que no dejan de hablar de los derechos humanos. Y, la verdad, no estaría nada mal que lo comenzaran a hacer con el mismo aparato verbal.
- Javier Junceda es jurista y escritor