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En primera líneaFernando Gutiérrez Díaz de Otazu

Solos en su negacionismo

Unos y otros asumieron que ambos habían cometido errores imperdonables, pero, a pesar de ello, por el bienestar y el porvenir de las futuras generaciones de los españoles, de nosotros y de nuestros hijos, se avinieron a perdonarse mutuamente

Actualizada 01:30

De acuerdo con mi interpretación sobre los acuerdos de la transición española a la democracia, acaecida en España tras el fallecimiento del General Franco y la exaltación a la Jefatura del Estado del Rey Juan Carlos I, no debería entrar al trapo tendido por el Gobierno en relación con la celebración de lo que ha venido en denominar los «50 años en libertad».

Negacionismo

Lu Tolstova

No debería hacerlo porque creo que eso fue lo que se consagró, precisamente, en ese proceso de transición, la superación de los desencuentros que nos habían llevado a lo largo de los siglos XIX y la mayor parte del XX a conflictos sin fin y a un proceso de cancelación alternativa de la media España con la que unos y otros no nos sentíamos ideológicamente identificados. El logro más significativo de aquel período fue lo que se denominó la reconciliación entre adversarios que habían combatido, ellos sí, en bandos opuestos.

A pesar de creer, como digo, que no debería entrar al trapo, también creo que, los que, por razones cronológicas, por edad, tuvimos la oportunidad de asistir a ese proceso, si quiera como testigos (yo tenía 18 años cuando murió Franco), tenemos la responsabilidad de trasladar nuestro testimonio sobre aquello que vivimos a las nuevas generaciones. A esas nuevas generaciones a las que el presidente del Gobierno dice querer proteger, promoviendo, precisamente, la negación de lo que aquella transición, en mi opinión, significó, la reconciliación definitiva entre los representantes de dos formas enfrentadas, por discrepantes, de entender España. Se propusieron no renunciar a sus discrepancias, pero acabar con los enfrentamientos.

Unos y otros asumieron que ambos habían cometido errores imperdonables, pero, a pesar de ello, por el bienestar y el porvenir de las futuras generaciones de los españoles, de nosotros y de nuestros hijos, se avinieron a perdonarse mutuamente y darse lo que se llamó el abrazo de la transición. Reconocieron que la repetición de los pasos por los que nuestra nación llegó a la confrontación civil de 1936-1939, era algo que no debería volver a producirse. Ellos asumieron el sacrificio (en algunos casos inmenso), nosotros y nuestros sucesores deberíamos ser los beneficiarios de ese sacrificio.

Nos encontramos ahora con que el término elegido por los representantes de la izquierda nacional para anular o cancelar a sus opositores políticos es el del negacionismo, que el diccionario de la Real Academia Española define como la «actitud que consiste en la negación de determinadas realidades y hechos históricos o naturales relevantes, especialmente el holocausto». Si se discrepa sobre la política medio ambiental, se le acusa al adversario de negacionismo del cambio climático y a otra cosa, su opinión no vale. Lo mismo ocurre con los diversos negacionismos de los que la izquierda acusa a sus adversarios políticos a fin de anular su opinión, de «cancelarlos».

Cuando uno ve esta interpretación del Gobierno sobre el proceso de la transición, ve, claramente, que, en realidad, utilizan el término negacionismo por que son absolutamente expertos en ello. En su caso, en el negacionismo de la reconciliación. En su opinión, no existió. Será quizás cierto el dicho que asevera que «cree el ladrón que todos son de su condición». Pues no, señores. La reconciliación existió y el compromiso de no volver a echarse en cara los errores de la Segunda República, de la Guerra Civil y de la posguerra también existió al objeto de no volver, nunca más, a las andadas.

En cuanto a la fecha concreta, si es que alguna se debe fijar, como mucho se ha repetido estos días, no parece lógico fijar la misma en la del año en el que falleció Franco, si no es para ocultar, con ello, los muchos problemas que el Partido del Gobierno, en particular y la izquierda en general, afrontan en este año, precisamente. Se habla de la fecha de la votación de la Ley para la Reforma Política, la de las primeras elecciones o la de la aprobación de la Constitución, pero, ciertamente, el año en el que murió Franco, pocas cosas sobre nuestro futuro se vislumbraban con nitidez en aquellos días. Hay quien incluso ha llegado a decir, en alguna ocasión, que la transición no se consumó definitivamente hasta que, en 1982, llegó al Gobierno un partido de izquierdas, el Partido Socialista Obrero Español, y nada pareció tambalearse significativamente. España había culminado su proceso.

Sin embargo, después de ocho años de un Gobierno de centroderecha, el de José María Aznar entre 1996 y 2004, volvieron a reverdecer los laureles de la confrontación entre españoles con los pactos de establecer cordones sanitarios de aislamiento del Partido Popular y maniobras análogas lideradas por el candidato de la oposición, José Luis Rodríguez Zapatero, que, posteriormente, de 2004 a 2011, materializó su deriva de confrontación con la promulgación de su Ley de Memoria Histórica, poco coherente con los acuerdos de la transición, lo que, el Gobierno de Pedro Sánchez y el Partido Socialista Obrero Español, no han venido sino a agravar, mediante la adopción de medidas, crecientemente polarizadoras, para la ciudadanía española. Esta celebración de los «50 años de libertad» sólo es un hito más en esta estrategia de polarización y de confrontación entre los españoles.

Dice el Presidente Sánchez que le preocupa mucho la orientación de los jóvenes y su presunta indefensión ante lo que el denomina el avance del fascismo o de los fascismos, sin que esté muy claro a quién se refiere con estas calificaciones. Lo que sí parece claro es que minusvalora la capacidad de los jóvenes para interpretar la realidad y adoptar sus propias decisiones y le cuesta trabajo asimilar que, quizás, lo que realmente rechaza la juventud es la dinámica de polarización y de confrontación en la que parece querer involucrarles.

Quizás le cueste trabajo entender que su obsesión por imponer «su» relato no engaña a nadie, ni jóvenes ni adultos y la mayor parte de los españoles valora la reconciliación de la transición y prefieren dejar al Gobierno y sus colaboradores solos en su negacionismo.

  • Fernando Gutiérrez Díaz de Otazu es senador por Melilla
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