La nación vasca
Yo soy vasco y amo profundamente mi tierra vasca, de igual manera, que amo profundamente al resto de los pueblos de España y a España en su conjunto como la nación española de la que me siento parte
De entre los diversos comentarios que han suscitado las palabras del Rey Felipe VI, con ocasión de su tradicional discurso de Nochebuena, dirigido a los españoles, me ha llamado especialmente la atención la reflexión hecha pública por el portavoz del Partido Nacionalista Vasco (PNV) en el Congreso de los Diputados, el señor Aitor Esteban. El señor Esteban acusó al Rey de ofrecer una «visión idílica» de la Constitución y afirmó que «aquí hay una nación que es la vasca. Decir que en el Estado español hay una única nación es negar lo incuestionable».
Esto que parece «incuestionable» para el señor Esteban, se encuentra nítidamente respaldado por nuestra Constitución, marco supremo del orden legislativo español, que, en su artículo 2 reza que «La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas». No soy jurista, pero tengo alguna práctica en lectura comprensiva y me parece que nuestra norma suprema «no crea la unidad de la Nación española» sino que «se fundamenta» en ella, es su base de legitimidad y lo que sí hace es «garantizar» el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas.
Sé que el señor Esteban y los nacionalistas vascos aducen que ellos y la mayor parte de la sociedad vasca no respaldaron la aprobación de la Constitución en 1978. En realidad, dicen que «ni el PNV ni la sociedad vasca la apoyaron en 1978». Como si no fuera exigible respetar y cumplir aquellas leyes a las que uno no vota favorablemente o de las que uno no se posiciona a favor. Sería difícilmente gobernable una sociedad en la que la disidencia de las leyes eximiera de su cumplimiento. Curiosa modalidad de democracia a la que nos invitan los nacionalistas vascos. Pero no se trata solamente del imperio de la ley.
Yo soy vasco y amo profundamente mi tierra vasca, de igual manera, que amo profundamente al resto de los pueblos de España y a España en su conjunto como la nación española de la que me siento parte.
Los nacionalistas de nuestro país llevan ya demasiados años, planteando la realidad de nuestra nación en términos de confrontación con el resto de las regiones de España a las que consideran algo que «no pertenece a su nación». Deberían explicar con qué parte de la Constitución no se identifican los señores del Partido Nacionalista Vasco o si la objetan en su totalidad, en cuyo caso, renunciarían, implícitamente, a los derechos que dicha constitución garantiza a los españoles, a sus regiones y a sus nacionalidades.
Amo el hecho diferencial. Sin la diversidad entre todas las regiones de España, nuestra nación, la española, no disfrutaría de la riqueza cultural, histórica y humana de la que somos afortunados herederos, depositarios y transmisores a las generaciones venideras. Mi amor al hecho diferencial no me conduce a recelo alguno contra el resto de mis compatriotas. Mi particularidad es algo que les ofrezco para nuestra riqueza colectiva; no algo con lo que les desafío para «mantener las distancias».
Creo que, como me dicen muchos amigos en muy diferentes ámbitos, debemos asumir la responsabilidad de cada cual a la hora de hacer frente a estas teorías de confrontación en la que algunos parecen empeñados en hacernos vivir.
Pertenezco a una generación que se ha visto obligada a suplantar la naturalidad de compatibilizar su condición de vascos y españoles por una visión traumática y polémica que parece pretender hacer imposible el vivir ambas condiciones de una manera igualmente intensa y desprovista de todo tipo de conflictos. No me refiero solamente a la época en la que la despiadada banda terrorista ETA sometió a nuestra población y a la del conjunto de España a un castigo alienado, durante la que se pretendía justificar todo tipo de tropelías, chantajes, extorsiones y asesinatos bajo el prisma de una pretendida lucha entre los vascos y los españoles que se remontaba a no se sabe bien qué momento de nuestra historia compartida de empresas comunes y desencuentros inherentes a la condición humana. Yo me quedo con la riqueza de nuestra historia común y con las grandes empresas que como nación hemos protagonizado en la historia de la humanidad.
Tampoco soy contrario al rico concepto de las autonomías (dentro de una patria común), que se apoya en el principio de acercar los ámbitos de decisión a los lugares en los que se perciben las necesidades y desde el punto de vista de la idiosincrasia más próxima al lugar en el que esas necesidades se perciben. De ahí a convertir ese principio en una vía de acceso a una aparentemente ansiada soberanía local, un abismo. En el artículo 1.2 de la misma Constitución española de la que hablaba al principio, se establece que «la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado». No siendo jurista, en mi condición de lector básico, interpreto también que no existe más soberanía nacional que la que reside en el pueblo español, en todo él. El identificar una soberanía «parcial» acabaría con la primera, la originaria, aquella de la que emanan todos los poderes del Estado.
Lo que realmente no dejo de preguntarme a mis cerca de setenta años, es por qué no nos dejan vivir nuestra vida de una manera sencilla, tal y como la hemos aprendido de nuestros padres y se empeñan en hacer de cada uno de nuestros días de vida un motivo de confrontación y de discordia.
Particularmente, prefiero convivir con el hecho de la existencia de un País Vasco, como concepto físico y geográfico incuestionable y dejar de padecer el permanente y al parecer «incuestionable», según Aitor Esteban, aunque tampoco creo que él esté muy convencido de ello, conflicto entre la nación española y la, por él identificada, como la nación vasca.
- Fernando Gutiérrez Díaz de Otazu es senador por Melilla