¿Cálculo, impotencia o cobardía?
Mientras el sanchismo pacta y da protagonismo a la anti-España, Bolaños y compañía piden a Feijóo que se aparte de Vox, y me temo que tanto Vox como el PP caen en la trampa como pipiolos
Mi actividad desde muy joven se centró en el periodismo y la literatura; la primera en sus múltiples facetas, desde dar sombra al botijo a ser columnista diario y corresponsal de guerra, y la segunda desde la obra de creación a dirigir empresas editoriales. Como empecé pronto, con buena parte del camino hecho, me tentaron y ejercí responsabilidades parlamentarias en varias legislaturas; nunca acepté cometidos ejecutivos, lo que me valió algún disgusto. Recuerdo estas circunstancias personales porque no escribo de oídas, y acaso para lo que trata este artículo venga bien anotarlo

Parece que la política y los políticos pasan por un mal momento en la consideración social. Se cree poco en quienes ejercen esas responsabilidades y la política a menudo se enfrenta a críticas muchas veces injustas. Respeto a los políticos porque los he conocido bien. Y aunque hay de todo, como en botica, en situaciones normales cumplen con su trabajo sirviendo al bien público. Es obvio que no vivimos una situación normal. Cuando los políticos atravesaban circunstancias anormales o sospechosas dimitían o eran cesados. Esta era la realidad.
Con lo que estamos conociendo en ninguna democracia que merezca ese nombre se mantendría el Gobierno. Por muchísimo menos han dimitido primeros ministros en Europa. Aquí el Gobierno no dimite, tampoco da explicaciones, miente a caño libre y es aplaudido con fervor, al menos aparente, por un rebaño de ovejas alzadas en los escaños que, por gratitud, ejercen esa impostura. Me preocupa que no les inquiete el futuro de España, y que tampoco reflexionen sobre el de su partido. Puede seguir el camino hacia la irrelevancia del socialismo en otros países europeos. El refranero apunta: «Pan para hoy y hambre para mañana».
Hay algunas opiniones que no resulta baldío reproducir. Van de la verdad incuestionable al cinismo y al humor. Por ejemplo: Adenauer, uno de los padres de Europa: «En política lo importante no es tener razón, sino que se la den a uno». Lichtenberg: «Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto». Thiaudière: «La política es el arte de disfrazar de interés general el interés particular». Lincoln: «Hay momentos en la vida de un político en que lo mejor que puede hacer es no despegar los labios». Mackenzie: «Las promesas que hicieron ayer los políticos son los impuestos de hoy». Y la célebre de Groucho Marx, mi único marxismo es el de esos geniales hermanos: «La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados».
Las opiniones de Lincoln y Mackenzie debería leerlas Marisu Montero. Cada vez que habla mete la pata y, si se trata de promesas del ámbito de su ministerio, suben los impuestos. Si hubiese que encontrar una opinión significativa que viniese como anillo al dedo a cada uno de los ministerios, seguro que las encontraríamos. De las reproducidas, las de Adenauer, Lichtenberg, Thiaudière y Groucho Marx podrían aplicarse directamente a Sánchez, pero compartiéndolas con el resto de su Gobierno.
¿Y la oposición? Si seguimos los comentarios que reflejan el pulso de lectores de los columnistas de El Debate, no pocos piden movilizaciones como las que vivimos en un pasado no lejano. Muchas decenas de miles de ciudadanos que llenaron las calles contra las políticas del Gobierno. ¿Por qué la oposición descarta convocarlas nuevamente? Es la pregunta que se hacen los lectores. No encuentro fácil repuesta. Sólo sé que la oposición, en la derecha y el centro derecha si se quiere, pierde el tiempo lanzándose entre ellos acusaciones de grueso calibre. Se atacan más que lo que inquietan a Sánchez y cada vez que se enfrentan le hacen un favor. Mientras el sanchismo pacta y da protagonismo a la anti-España, Bolaños y compañía piden a Feijóo que se aparte de Vox, y me temo que tanto Vox como el PP caen en la trampa como pipiolos.
El adversario de España y de los que creen en su Historia, en su Constitución, y en la Monarquía como sistema parlamentario y constitucional, es el sanchismo, no una u otra parte de la oposición, que se verían obligadas a entenderse para construir un futuro distinto que debería empezar por derribar el entramado que ha creado Sánchez, y cada vez con más evidencias, dando nuevos pasos adelante en la deconstrucción, no analítica sino mostrenca, por mero interés personal del residente en Moncloa.
¿Por qué la oposición no se mueve? ¿Por qué no vuelve a la calle? Me pregunto si es por un cálculo político de esperar a que caiga la fruta del árbol. Sería un error. Podría no caer. Un experto en trampas para elefantes no es de fiar tampoco en el terreno electoral. Están creciendo las nacionalizaciones de votantes que consideran seguros. Otra posibilidad es que la oposición se considere impotente para convocar con éxito. Sería también un error. Desde ese planteamiento no se podría confiar ni en unas elecciones. La tercera opción es la cobardía, pero quiero descartarla. Por decoro y vergüenza torera. Una alternativa cobarde no merecería serlo.
El liderazgo supone compromiso, acción y riesgo. Y, desde luego, no fiarse de un tipo como Sánchez. Con él no se puede acordar ni la hora de la siesta. Después de lo visto en el Tribunal Constitucional y el Tribunal de Cuentas, no. Eran otros tiempos; no los resucitemos.
- Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando