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En primera líneaAntonio Bascones

El humanismo en la vida

Debemos enseñar a compartir, a conversar, a intercambiar conceptos y sobre todo a entender, aunque no se comparta. Por supuesto, no es necesario abdicar de nuestras ideas, sino, más bien, de entender las otras

Actualizada 01:30

Hoy día la tecnología, la inmediatez, las prisas por continuar el camino, muchas veces sin saber dónde, hacen que se olvide la importancia que tiene hablar con las personas, la necesidad que todas tienen de una mano que les palmotee la espalda, de una mirada de afecto, de un saludo cercano, de una palabra adecuada. La mirada, la palabra, el tacto, ocupan un lugar importante en las interrelaciones personales. Es necesario dedicar tiempo a estos menesteres. Las personas que lo hacen se califican como empáticas. No abundan, pero es necesario ejercitarse, día tras día, en esta actitud. Con buen entrenamiento se consigue.

La cultura del libro no existe y por ende no existe la cultura de la palabra y el diálogo, lo que nos lleva a que no exista la cultura del entendimiento y de la concordia. Y nuestras sociedades entran, así, en una espiral de sinrazón, enfrentamientos, y desasosiegos que hacen que el progreso se estanque. Por eso, el Camino de Santiago es un acto, un proceso por el que las personas encuentran su yo, bucean en su interior y comparten sentimientos y experiencias con otros caminantes, que muy posible, no volverán a ver en su vida, pero ese momento mágico del encuentro, de la entrega de emociones es importante y muy posiblemente se volverá a repetir a lo largo de su camino.

Sería necesario que en la educación de los jóvenes hubiera más materias con estos contenidos. Debemos enseñar a compartir, a conversar, a intercambiar conceptos y sobre todo a entender, aunque no se comparta. Por supuesto, no es necesario abdicar de nuestras ideas, sino, más bien, de entender las otras. Para ello es fundamental que el alumno se enriquezca con valores como el trabajo, el tesón, la responsabilidad, la meritocracia, palabra tan olvidada, pero siempre tan necesaria. La sociedad debe entender, y con ella nuestros gobernantes, que el estímulo de estos valores enseñará a nuestros jóvenes a crecer en un ambiente de esfuerzo, que nada se regala y que nada se obtiene sin trabajo, sin esfuerzo y especialmente sin honradez.

Nuestra sociedad está acostumbrada, desgraciadamente, a las recomendaciones, a las presiones para que una persona consiga un puesto, un contrato, una sinecura. Estamos rodeados del sin esfuerzo, del todo vale, de todo se obtiene con una amistad, con un apretón de manos en un reservado de un buen restaurante acompañado de buenos mariscos y caldos. El padre le dice al hijo «no te preocupes, hablaré con el profesor»; el amigo le dice al que solicita el favor «tranquilo, eso está hecho, hablo con mi contacto y te llamo»; el intermediario dice «de cuánto estamos hablando» y así todo.

No existen problemas que no sean insalvables, sino laxitudes en los compromisos y en los valores. Todo se consigue cuando se es capaz de traspasar líneas rojas o cuando estas no existen y capeamos a nuestro libre albedrío sin tener en cuenta las leyes y los compromisos morales que nos deben guiar. Las sociedades se corrompen cuando la verdad no existe, no se ejerce o simplemente se evade. Y esto es lo que está pasando continuamente dado que las bases humanistas que no se tuvieron en la infancia no se pueden ejercer cuando se es adulto.

Son los profesores y las familias los que deben enseñar estos valores y, sobre todos ellos, la verdad a ultranza. No veo a los políticos deslizarse por este camino. Si lo hicieran serían un buen ejemplo que se trataría de imitar, pero casi ninguno sigue estas directrices. En la honradez y en la verdad comenzaría a florecer una nueva sociedad. La actual está ayuna de estos valores y mientras este problema no se solvente no habrá regeneración por mucho que se le caliente la boca a los políticos. Presumen de que la van a poner en práctica, pero cuando se presenta la ocasión se la saltan. En la base del humanismo está la respuesta. Si no se defienden estos principios, si no se siguen estas directrices no habrá cambio por muchas veces que se repita en los períodos electorales. Ahí todos son buenos, pero el tiempo es quién lo demuestra. Solo merece respeto aquél que es firme en sus valores. Los demás, triste es decirlo, no merecen autoridad, pues esta se basa no en el miedo que imprime el poder, sino en el respeto que da la virtud, la coherencia y la verdad.

  • Antonio Bascones es presidente de la Real Academia de Doctores de España
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