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tribunaAntonio Bascones

La codicia del poder

Muchos son los que piensan que no se puede obligar a las personas que paguen para que un grupo, por cierto bastante numeroso, haga de su capa un sayo y se lo meta en la faltriquera

Actualizada 01:30

Cuenta la leyenda, que un hombre cargado con un saco de oro intentó atravesar un río y cerca del mismo, un campesino, le aconsejó no traspasarlo pues era peligroso. El hombre, imbuido de soberbia y vanidad no le hizo caso y se hundió. El paisano le aconsejó, una vez en el cauce, que tirara el saco para salvarse, pero la codicia se lo impidió y se sumergió en las procelosas aguas. La moraleja es que murió por su codicia, por su desmedida ambición y prepotencia desatada. La gente puede entender fácilmente este chascarrillo vulgar que encierra connotaciones muy interesantes y que nos deben llevar a la reflexión.

Esta historia viene a cuento de lo que pasa en muchos de nuestros políticos, que el afán desmedido de su ambición los hace caer en la desgracia y repudio de la sociedad, representada en esta historia por las aguas profundas del río de la vida. Defienden su salario y prebendas por encima de los intereses de la colectividad. La comunidad no los perdona y por eso los devora, no pueden salir a la calle, pues los abuchean; los aplausos anteriores se transforman en clamores y vituperios que hacen que, por el narcisismo del que otrora presumían, se sientan invencibles. La realidad los haría tener conciencia (si esta la tuvieran en una pequeña medida) del fracaso y, aunque ellos sigan en su vanidad, en su interior más recóndito piensan que son invencibles. Su soberbia es inmensa y rápidamente rechazan estos pensamientos. Ellos nunca se equivocan. No creen en la verdad. La Verdad son ellos.

La calle les recuerda continuamente que deben deshacerse del talego de las monedas de oro si quieren salvarse. En esta sociedad hay muchos que intentan cruzar el río poniendo sus sacos de dinero a buen recaudo: Santo Domingo, Panamá, Las Bahamas o Luxemburgo son buenos lugares. Lo vemos todos los días presumiendo de sus correrías y hazañas, mientras exigen que el pueblo cumpla con sus obligaciones tributarias, bajen las pensiones o las ayudas sociales. Una pregunta que aletea es si es moralmente defendible pagar impuestos para que un grupo de la banda se lo lleve crudo. Muchos son los que piensan que no se puede obligar a las personas que paguen para que un grupo, por cierto bastante numeroso, haga de su capa un sayo y se lo meta en la faltriquera.

La codicia no tiene parangón con otros lugares y con otras épocas. Nunca se han visto hechos como los actuales. Aparecen todos los días en primeras páginas. Se roba, hay que decirlo con palabras claras, y se corrompe a todos los que se acercan a la fuente del dinero. Los vemos a todas horas, sentados en bancos y banquillos de los juzgados que, sin pestañear, declaran su inocencia. La mentira flota en sus palabras, pero parece que no pasa nada. Sin embargo, la sociedad se va pudriendo cada vez más, la gangrena va avanzando, el relativismo se hace dueño de todas las decisiones. Nada escapa a la relatividad. Todo se justifica si el fin es bueno. A todas horas la mentira es la respuesta a las preguntas. Se miente, se desvalija, se calumnia con total impunidad.

Una vez, una zorra invitó a cenar a una cigüeña, pero sirvió la sopa en plato hondo. Consiguió que no cenara y que se enfadara, pero, más tarde, a los pocos días invitó a almorzar a la zorra y le puso el condimento en un recipiente de cuello largo y estrecho que la impedía meter el hocico. La moraleja es que hay que tratar a los demás como quieres que te traten a ti y si no actúas correctamente no te quejes. Una fábula de Esopo que demuestra como la zorra está imbuida de una falsa generosidad pues no desea compartir, sino solo demostrar superioridad y una excesiva vanidad. La cigüeña actúa de manera racional sin mostrar rabia ni venganza. Trata de enseñar a la zorra que las acciones malas causan daño y que traen malas consecuencias. La cigüeña son los jueces que juzgan las consecuencias y emiten su veredicto. No critiquemos a los jueces porque actúen de manera justa. Se puede concluir que no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan o, también, aquello de quien la hace la paga. Codicia y malas acciones son los mensajes de esta tribuna.

  • Antonio Bascones es presidente de la Real Academia de Doctores de España
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