La corrupción y la picaresca gozan de buena salud
El corrupto quiere demostrar, a diestro y siniestro, su autoridad, su dominio. Es la hegemonía que da el dinero sobre los valores
Llevamos muchos años en que desayunamos con las noticias en los periódicos sobre la corrupción y los engaños, que asolan este país. Todos los días abren los telediarios con este tema y las tertulias y comidillas, en cafeterías, bares y televisiones, son frecuentes y están a la orden del día. Basta tomar un café en la barra de un bar para oír hablar de estas cuestiones. No hay cenáculo que no tenga cierta información de la actualidad y que no incluya entre sus programas este argumento tan manido que ha llegado a ser trending topic, utilizando una terminología al uso.
Sin embargo, nada hay nuevo bajo el sol. Ya en el Siglo de Oro nuestra literatura castellana nos enseña la crítica social de una manera clara y, por qué no decirlo, cruel.
En 1554 apareció la obra anónima del Lazarillo de Tormes en la que un muchacho, metido al servicio de varios amos como un ciego, un escudero y un clérigo, tiene que aguzar su ingenio para sobrevivir. Desarrolla la astucia, el engaño y toda clase de añagazas con el fin de superar los contratiempos que le presenta el hambre y la penuria. Hoy día, esto se presenta merced al fácil acceso que da, a los políticos y otros menesterosos de honradez, la posibilidad de entrar en el entramado de la economía y crecer al amparo de las necesidades vitales del momento.
Poco después, en La Celestina o Tragicomedia de Calixto y Melibea, se denuncian las malas artes en el amor, en una sociedad ayuna de honradez y rectitud. El dinero lo corrompe, la astucia lo consigue y la mentira lo reafirma. La picaresca al servicio del engaño, lo que hoy día se traduciría por el entramado de las mascarillas, construcciones, favores, pleitesías que pueden ser cambiados por dinero, favores o mercedes al uso.
En la literatura de la picaresca española no podemos olvidar a Mateo Alemán con su Guzmán de Alfarache y a Quevedo con don Pablos donde exponen, con una prosa no exenta de crudeza, la hipocresía social y la pobre condición humana de la sociedad corrupta en la que viven.
Una gran parte de las personas quieren un trozo del pastel de la corruptela. Los casos que han salido a la palestra, en mayor medida, han sido porque el denunciante no tenía acceso a las prebendas de los otros y quería su parte de la tarta o deseo de venganzas. Todos quieren estar en la pomada, acariciar la supremacía.
Los corruptos compran inmuebles, posesiones, se trasladan en grandes autos, flamantes yates, frecuentan amistades peligrosas, acuden a lugares de mala catadura moral y hacen alarde de su soberbia y vanidad fotografiándose en situaciones procaces que tiempo después les pasan factura. El corrupto quiere demostrar, a diestro y siniestro, su autoridad, su dominio. Es la hegemonía que da el dinero sobre los valores. La preponderancia del envilecimiento sobre los principios.
La filosofía, que no distingue entre el bien y el mal, porque todo es relativo, se extiende como un cáncer por todo el cuerpo social y lo enferma. El concepto que impera en nuestro armazón de comportamiento es el relativismo. Lo llevamos impreso en nuestro ADN, un patrimonio genético que se multiplica con familiares y amigos. Por eso es fácil y frecuente, ver a la familia en primera línea desvergonzada, sin tapujos ni secretos, cumpliendo las órdenes del director de escena.
Mateo Alemán en su obra Guzmán de Alfarache presenta, en uno de sus pasajes, un realismo fuera de dudas con aquello de «alguacil soy, traigo la vara del rey, ni teme al rey ni guarda ley». Esta frase no puede ser más demoledora y desdibuja la línea que debe separar lo bueno de lo malo.
En todos estos pícaros subyace un determinismo genético y ambiental pues si el padre de Lázaro de Tormes fue a galeras, el de Guzmán de Alfarache era un aventurero tramposo y sensual y una madre adúltera y mentirosa.
La Historia de la vida de Buscón, llamado don Pablos, ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños, (1626), escrita por Francisco de Quevedo, de padre barbero ladrón y de una madre aficionada a la brujería.
Nuevamente el determinismo ambiental y genético pivotan en la vida del protagonista. La muerte de su padre en la horca hace que regrese a Madrid en busca de la herencia. Vuelto a la corte, conoce a otros pícaros y retorna a los engaños hasta que es encarcelado. ¿Están nuestros corruptos de hoy afectados de este determinismo?
Sin duda somos hijos de la picaresca, un género literario asociado a las letras españolas que nos ha impregnado el alma y el ADN a través de la historia. Así somos y así seremos. Todos estos pillos están en la España actual. ¿Seremos capaces de inhibirnos a este desafío y podamos desterrar este maleficio?
La sociedad no puede tragar, sin inmutarse, más sapos. Tiempo vendrá en el que se pueda cambiar este hechizo con nuestro voto.
- Antonio Bascones es presidente de la Real Academia de doctores de España