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TribunaAntonio Bascones

Ideología y odio, buenos condimentos para el éxito

Después, en la intimidad comentarán que no les encantó, pero haciendo ascos, haciendo de tripas corazón, se tomaron el plato y se tragaron el sapo. Después la mala digestión les pasará factura

Actualizada 01:30

Se pueden preparar buenos platos con estos aderezos –la ideología y el odio– que, bien dispuestos, aportan una dosis adecuada de efectividad que gusta a las masas. Estar mal instruido es un factor que aporta una facilidad sobreañadida para que todo funcione a la perfección. Un buen cocinero, y de eso tenemos pruebas, sabe aderezar en cada momento las respuestas que hay que dar y las maneras que hay que hacer para que el plato, servido con una buena sonrisa, guste al cliente e incluso reciba plácemes y felicitaciones.

El sabor, el paladeo de estos alimentos, los acompaña durante mucho tiempo, es más, cada vez que es necesario hay que inventar un plato distinto, pues el pueblo necesita de estos gustos y hay que darle lo que precisa, si queremos que nuestro restaurante sea de éxito. El cocinero sale a las mesas, pasea entre ellas, preguntando a su público si le gusta el condimento. Lo ha inventado en noches de desvelo, constantemente preocupado por dar al usuario lo mejor y lo que más precisa. Sus parroquianos son lo primero, pero siempre bajo su órbita culinaria. De esta forma, maneja la personalidad de ellos, sus reacciones, sus decisiones y, siempre orientándolos en el mejor camino, que invariablemente es el que diseña un buen cocinero como él. El mejor devoto es el que está dispuesto a comerse el bodrio que les prepara. Esa es su misión, con la obsesión que el cliente disfrute y repita su asistencia a su local. La sonrisa es cualidad necesaria, virtud obligada de una buena presentación del alimento que, no solo aporta calorías, sino que estimula que el asistente a su restaurante lo comente con amigos y familiares y celebren en ese lugar sus reuniones, todas aderezadas con vítores y palmas, con canciones y gritos de apoyo. Desde lo alto, el cocinero acompañado de sus camareros, corifeos del momento, aporta señales con las manos y la palabra para que el aquelarre sea lo más bonito posible y todos, extasiados y abducidos, muestren su apoyo al líder del restaurante que, asiduamente, prepara nuevas entregas al paladar de los vasallos que observan con arrobo, no exento de interés, como su cocinero, va consiguiendo, poco a poco, más estrellas Michelín con las que inventar nuevos platos, diferentes sensaciones gustativas, que hagan que el pueblo pueda saborearlas con el deleite preciso en cada circunstancia.

Así, de esta manera, se van aportando nutritivos intelectuales que causan dosis de desgana, laxitud, abulia y la conciencia de que su líder, el cocinero, sabe lo que hace y que ellos solo deben limitarse a degustar el alimento que les ofrece, sin necesidad de tener que dar su aquiescencia ni su opinión. El guisandero no la necesita, sabe que su plato es el mejor. Si el cocinero ha preparado este guiso es porque lo demanda el consumidor. No necesita su aprobación, por adelantado la tiene y en eso radica el aplauso que ya se cuela entre bambalinas.

Así, poco a poco, lentamente, se transforman los gustos, los sabores, en una palabra, los valores que el cocinero trata de cambiar y que tras mucho esfuerzo ha conseguido en parte, aunque siempre hay feligreses a los que no les gusta el guiso y expresan caras de desagrado, pero se comen el plato. Después, en la intimidad comentarán que no les encantó, pero haciendo ascos, haciendo de tripas corazón, se tomaron el plato y se tragaron el sapo. Después la mala digestión les pasará factura, pero eso es otro cuento que otro día desmenuzaré. Ahora lo que importa es que se zamparon el estofado –solo de esta manera se puede expresar la manera de ingerir el alimento– rápidamente sin dar cuartos al pregonero, sin mirar a los compañeros, no vaya a ser que alguno se vaya de la lengua. Hay que mantener la figura si se quiere progresar en ese mundo feliz que maneja el cocinero y sus palmeros. Hay mucha competencia, pues las buenas mesas del restaurante son pocas y siempre para los elegidos que han manifestado que los platos servidos por el chef han hecho el deleite de su vida, pues perdidos en el tráfago de la sociedad, pudieron encontrar a su líder y desde entonces ya ocupan una buena mesa en el local de las prebendas. Siempre recibirán, mientras no manifiesten desagrado a los platos que se sirven, buenos premios de alimentos sazonados de ingredientes que bien manejados por la cocina harán las delicias de su vida. La mesa está servida. Vengan y coman. Disfruten de lo votado.

  • Antonio Bascones es presidente de la Real Academia de Doctores de España
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