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La astrología

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La astrología, la tecnología y los mesías seculares: destripando la nueva religión de los 'millennials'

Tu signo del zodiaco y la influencia de Júpiter en tu carta astral, los números de seguidores que tienes y tus referencias culturales donde ufanarte, al más puro estilo de Samantha Hudson, de las pocas lecturas a las espaldas, son los credos de la Generación Y

Cuando Nietzsche hacía literatura  con su «Dios ha muerto», sentencia que luego buscaría empacar dentro de su filosofía, no estaba expresando otra cosa que la capacidad de ligación del hombre con la idea y vivencia que tenían las generaciones anteriores de Dios y como ésta se había vuelto «inoperatoria» con el asentamiento de ese monolito histórico-semántico llamado modernidad.

Mal que pese a los calzadores de citas que buscan justificar sus peregrinadas con frases sacadas de alguna web de aforismos, el maestro de la sospecha no enunció «el hecho religioso ha muerto», pues sería una ocurrencia del mismo calibre que decir: «el hígado ya no es necesario» o «lo hermoso está en el retrete de Duchamp». 

La búsqueda de sentido, derive donde derive, es algo que el hombre lleva marcado a fuego desde los primeros soplos de la razón. Las ideologías que conforman la cultura de la cancelación no han conseguido desposeernos del innato carácter rítico, de la necesidad de seguir llevando a la liturgia, aunque de forma paganizada, aquellas cosas que estimamos que son dignas de ser ensalzadas. Hete ahí a los maradonianos, a los seguidores de la Fuerza de Georges Lucas en Australia, a los jugadores de Quidditch –en la realidad, y no en las novelas de Rowling– o a los que profesan el culto cargo en la pequeña isla de Vanuatu, donde sus seguidores reconocieron en los aviadores estadounidenses de mediados del siglo XX una sociedad más avanzada a la suya, lo que les llevó a pensar que nuestros dioses eran mejores que los suyos. De este modo, esta tribu, por mímesis girardiana, tomó como tótem a los aviones de carga, izaron banderas, llevaron a cabo prácticas militares con cañas y simularon los movimientos de los controladores aéreos con antorchas en lo alto de una palmera. Todo por ver si para ellos, también, caían del aire en paracaídas víveres con los que mantenerse y obviar la fatigosa faena de ganarse el sustento con el sudor de su frente cazando o recolectando. 

La tribu de Vanuatu quedó marcadamente influenciada por el choque cultural con los occidentales

La tribu de Vanuatu quedó marcadamente influenciada por el choque cultural con los occidentalesUn Mundo Inmenso

La creencia de los descreídos

Los últimos informes de Pew Research Center, en el que se indica que el cristianismo y otras manifestaciones de vinculación con un credo en particular están en franca decadencia en el mundo occidental, o los datos arrojados por el estudio Laicidad en Cifras (2018), de la Fundación Ferrer i Guàrdia, donde se registra que los jóvenes de 18 a 24 años son el grupo que manifiesta una mayor increencia, no significa que la pregunta sobre el misterio de la vida o la muerte, el más allá, o la belleza y miseria en nuestro mundo sean cuestiones de las que nos podamos desentender así como así. 

Si bien mengua la fe o la creencia de que un sistema organizado de ideas, preceptos y dogmas morales en occidente ya no es satisfactorio para los anhelos del sentido, la realidad es que la Generación Y, popularmente conocida como millennials, cada vez muestra más interés hacia las prácticas esotéricas o las pseudorreligiones, que gracias a su capacidad de adaptación, a estar fuera de las dinámicas de bien y mal de las sociedades judeo-cristianas, han encontrado un suculento y lucrativo modo de estar en el presente. En definitiva, una creencia sustentada a golpe de artilugios, cachivaches y certezas que llegan por Amazon. 

Cuando en Pew Research Center preguntaron a los adultos estadounidenses por su sistema de creencias en 2017, seis de cada diez aceptaban las `tesis´ sostenidas por los movimientos New Agedonde cuatro de cada diez creían en distintas formas de panteísmo, que la energía espiritual puede emanar de objetos físicos y donde un 29 %, inclusive dentro del mundo cristiano, tenía en cuenta la astrología.  

Independientemente del credo, la astrología tiene aceptación entre los creyents

Independientemente del credo, la astrología tiene aceptación entre los creyentsPEW R.C.

Luna en Capricornio 

Los primeros indicios que conocemos de la astrología en occidente es de hace 5.000 años. Fueron los babilonios y los egipcios quienes empezaron a estudiar el movimiento de los planetas, relacionándolo con los sucesos que ocurrían en su vida cotidiana. Luego, esta tradición llegó a la Antigua Grecia y a Roma, también en China, lo cual dio pie a los signos tal cual los conocemos hoy. La lectura de los astros, mezclada con interpretaciones íntimas como el lugar o fecha del nacimiento y el posicionamiento de los planetas, el sol y la luna, aunque disponen de unas vías de interpretación, parten, en buena medida, del talante del lector de estos fenómenos, por lo que no hay dos lecturas de las cartas astrales iguales entre sí. 

La pátina cientificista con la que se viste y desviste la astrología, a conveniencia en función del interlocutor, llevó al rechazo de plano de la comunidad científica por no utilizar un método contrastable en sus averiguaciones de cómo le va a ir a piscis hoy.

El experimento de Forer, también conocido como la falacia de validación personal o el efecto Barnum, puso de manifiesto que las personas, ante las vaguedades, siempre y cuando tengan un componente positivo y asimilable, ante un sujeto de referencia y con `autoridad´ sobre la materia tratada, son proclives a creer lo que les digan. En su estudio utilizó un test de personalidad a una muestra amplia de personas, propiciándoles un cuestionario distinto pero entregándoles las mismas respuestas que fueron asumidas, mayoritariamente, de buen grado, pues daban por sentado que las conclusiones del test se referían a ellos en concreto. 

Para sus respuestas, Forer utilizó el horóscopo.

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Tecnología y mesías seculares

La facilidad de acceso a todo tipo de contenidos y conocimientos a tan solo dos deslizadas por la pantalla del teléfono móvil hace de la sobreinformación y la democratización del valor de las opiniones un poderoso aliado para el florecimiento de las `pseudos´. En un mundo donde cada uno puede buscar la opinión que más le encaje a su perspectiva sobre lo que la vida es y lo que la vida debería ser, junto al narcisismo monetizado, ha ayudado a extender un culto hacia la tecnología en el albor de esta nueva revolución socio-industrial. En este contexto, el hecho religioso toma autopistas de peaje en la búsqueda de una razón de ser ante la difícil tarea de hacernos cargo de la siguiente pregunta: ¿por qué existimos?.

Esto, junto a la proliferación de los hombrecillos verdes, de los mesías seculares de las que nos hablaba Steiner en Nostalgia del Absoluto, donde en función de la posición de privilegio en la que te encuentres en la escala social tus tesis pueden pasar de ser un auténtico disparate a maná de Twitter con el que venerar a los imprudentes, configura un nuevo mundo donde las voces discrepantes son anuladas en aras de la libertad. 

Lo decía así Steiner en las primer páginas del citado libro: «A menos que yo lea de manera errónea la evidencia, la historia política y filosófica de Occidente durante los últimos 150 años puede ser entendida como una serie de intentos –más o menos conscientes, más o menos sistemáticos, más o menos violentos– de llenar el vacío central dejado por la erosión de la teología. [...] La descomposición de una doctrina cristiana globalizadora había dejado en desorden, o sencillamente había dejado en blanco, las percepciones esenciales de la justicia social, del sentido de la historia humana, de las relaciones entre la mente y el cuerpo, del lugar del conocimiento en nuestra conducta moral. Hacia estas cuestiones, de cuya formulación y resolución depende la coherencia de la vida del individuo y de la sociedad, se dirigen las grandes `antiteologías´, las `metarreligiones´ de los siglos XIX y XX». 

¿Y del siglo XXI?

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