De exorcismos y prácticas esotéricas: la batalla de la Iglesia contra el mal
El exorcismo es un sacramental de la Iglesia que se administra con exquisita cautela, pues requiere del sacerdote un permiso especial y una profunda vida de piedad e integridad moral
Hace casi medio siglo se estrenó una de las películas que han dejado huella más honda dentro del cine de terror y de tema satánico: El exorcista (William Friedkin, 1973). Este film se basaba en un suceso auténtico que había afectado a un chico de catorce años en 1949.
Como señala para El Debate el sacerdote Gabriel —así lo llamaremos—, la actual propagación de ocultismo y esoterismo supone una puerta abierta a la acción diabólica en sus diversos grados. «Es evidente que vivimos en una sociedad pagana, donde se expulsa a Dios y se instala lo que no es Dios», comenta. Y lo explica con un ejemplo: «Estas Navidades se ha representado una obra de teatro satánica que se anunciaba en autobuses; acudir a estos espectáculos es una invitación a Satanás». Gabriel, que durante bastantes años ejerció de exorcista, alerta sobre «brujos y santones»: cada vez hay más que «no son meros charlatanes».
Según Gabriel, las prácticas esotéricas u ocultistas —desde la ouija o el reiki hasta las «flores de Bach»— «suponen una invocación a espíritus que no son ángeles benéficos». De hecho, el inicio de posesión demoniaca en El exorcista es, precisamente, la ouija. Coincide con este análisis Luis Santamaría, especializado en «new age» y miembro de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES). En su opinión, «nuestra sociedad no ha pasado de la creencia a la increencia, sino a la credulidad». El elenco de sustitutos de Dios no para de crecer: amuletos, piedras mágicas, seducción por lo paranormal, «sanación holística», tarot, espiritismo, brujería, hechizos, conjuros, vudú, santería… Según la Iglesia, la única «magia blanca» que merece tal nombre es la prestidigitación, el hábil truco de adivinar una carta dentro de la baraja y sacar un conejo de la chistera.
No suele bastar una sola sesión, sino que el exorcismo debe reiterarse a veces durante varios meses
Santamaría entiende que el auge estos ritos y creencias «se debe a la falta de formación, porque en las parroquias y catequesis no se explica el efecto peligroso que conllevan». Se trata de un fenómeno que va de la mano de algunas corrientes eclesiales que pretenden decir que, en realidad, no hay milagros ni demonios, sino que son meras metáforas o alegorías. Tanto Santamaría, como Gabriel y otros sacerdotes consultados lo tienen claro: «Como dice el Papa Francisco, «il Diavolo c’è», el diablo existe».
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Satanás y sus secuaces
Sin embargo, ¿hasta qué punto la ouija, el tarot o el reiki pueden acarrear una posesión demoniaca? ¿Tan peligrosos son? Según los sacerdotes con los que El Debate se ha puesto en contacto, el primer mal de estas prácticas es que, de suyo, constituyen un ataque grave al Primer Mandamiento, pues suponen idolatría o superstición. En segundo lugar, esos rituales e invocaciones vienen a ser «números de lotería»; el que juega se expone a lo que pueda suceder. Santamaría usa la analogía de las drogas: «No todas las personas que fuman porros acaban en la heroína, y no todas las personas que siguen estas prácticas acaban en una posesión o infestación demoniaca; sin embargo, ese es el camino».
Fuera de la acción ordinaria que la Iglesia atribuye a Satanás «y sus secuaces» —las tentaciones, y, como decía el cardenal Medina Estévez en 1999, al presentar el nuevo ritual de exorcismos, «el engaño, la mentira y la confusión»—, existen varios grados de operativa demoniaca: desde la infestación o la influencia hasta la vejación y la posesión propiamente dicha. La infestación, como explica Gabriel, afecta a lugares y cosas. Cuenta este sacerdote el caso de una «extraña plaga de insectos que invadió la casa de una persona que había acudido a ciertas prácticas no saludables». La influencia (a veces llamada «obsesión»), por el contrario, se da en personas. Según el libro Exorcística, del sacerdote José Antonio Fortea, «la influencia puede ejercerse sobre el cuerpo (enfermedades), sobre la mente, sobre las emociones o sobre la voluntad». El grado siguiente es la vejación, y, como ejemplo, los sacerdotes consultados señalan rápidamente el caso de Juan María Vianney, el Cura de Ars. En la biografía de este santo se describen situaciones de auténtico terror: según su testimonio, el diablo a veces lo agarraba de los pies y lo arrastraba por la alcoba. San Pío de Pietrelcina padeció episodios de este tipo. En estos casos, y según la explicación que aporta la Iglesia, la acción preternatural del demonio no se debía, obviamente, al proceso habitual que hemos señalado. De ahí que no todas las influencias satánicas sean culpa de quien las sufre. Como explica otro sacerdote —al que llamaremos Miguel—, se daría una situación comparable a la de Job.
El elenco de sustitutos de Dios no para de crecer: amuletos, piedras mágicas, tarot, espiritismo, brujería, hechizos, conjuros, vudú, santería
La posesión propiamente dicha se caracteriza por el dominio que los ángeles caídos ejercen sobre el cuerpo de la persona. No se trata de un estado evidente: hay momentos de crisis en medio de una vida que puede ser normal. Los rasgos distinguibles van más allá de los trastornos psiquiátricos —aversión a lo sagrado; hablar lenguas que, en realidad, el poseso no ha aprendido de manera natural, ya sea el arameo, el latín o el griego antiguo; fuerza sobrehumana; conocimiento de lo oculto—, si bien incluyen tendencias autolesivas que pueden llevar al suicidio. En todo caso, como dice el padre Gabriel: «La posesión no es algo contagioso, no es como el sarampión».
Afianzarse en la fe
No obstante, los indicios de posesión no implican que haya de practicarse un exorcismo. Ha de llevarse a cabo una inspección y discernimiento; de hecho, la mayoría de supuestas posesiones acaban derivándose a psiquiatras o psicólogos. Solo cuando el sacerdote exorcista —«un presbítero piadoso, docto, prudente y con integridad de vida» que disponga de la «licencia peculiar y expresa» de su obispo, tal como señala el Código de Derecho Canónico— tenga suficiente convicción, puede llevarse adelante este rito, aunque con la autorización de la persona afectada. Aún más, y como recalca Miguel: el proceso de exorcismo debe partir de que, en sus momentos de lucidez, el poseído exprese su deseo de afianzarse en la fe y en la práctica de los sacramentos. El padre Miguel coinciden con Fortea al indicar que el aborto es otro medio que abre a Satanás una puerta para que ejerza su influjo preternatural.
El exorcismo es un sacramental con varias partes, como el empleo del agua exorcizada, que se diferencia del agua bendita por un ritual especial y por incluir sal. Se recitan oraciones y letanías, así como salmos y lecturas del Evangelio. Todo el rito requiere de una gran concentración por parte del sacerdote, pues realiza un acto de adoración a Dios para imprecar en su nombre al demonio o los demonios presentes en el poseso. Como señala Gabriel, no suele bastar una sola sesión, sino que el exorcismo debe reiterarse a veces durante varios meses.
El motivo por el que sacerdotes como Gabriel prefieren la casi absoluta discreción tiene que ver con naturaleza propia del exorcismo. «No es recomendable para nadie, Satanás pone en práctica todos los medios a su alcance para atacar al sacerdote; es un tema pegajoso, el sacerdote y quien se aproxime a un exorcismo debe protegerse y llevar una vida seria de piedad». Comenta algún caso en que, a su juicio, cabe la posibilidad de que un clérigo no haya observado la debida prudencia… Habla con tremenda cautela y apunta a los remedios obligados: «La piedad mariana pone a cien por hora al diablo, por eso hay que protegerse bajo el manto de la Virgen, la Sangre de Cristo, la filiación divina». Sentencia citando la epístola de Pablo: «que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos».