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Carmen Fernández de la Cigoña

Hablemos de sexo, política y matrimonio

La programación de las distintas plataformas audiovisuales, la nueva narrativa social, los postulados políticos e ideológicos que se imponen o las sucesivas modificaciones de las leyes de educación van cumpliendo, paso a paso, el objetivo de transformación social en el que parece empeñado el mundo actual

Actualizada 04:33

No se me ocurre a mí decirle a nadie de qué puede hablar y de qué no. Precisamente porque llevo muy mal que me impongan tanto lo que puedo decir como lo que no. Pero de lo que sí que estoy convencida es de que en esta sociedad cada vez es más necesario hablar prácticamente de todo. La estrategia del avestruz no funciona. Y mirar para otro lado, o pensar que el entorno a mí no me afecta, y a los míos tampoco, es irreal. Las cosas, especialmente las menos agradables, no desaparecen por esconder la cabeza y no verlas o por mirar para otro lado. Pero además es que debemos ser muy conscientes de que de lo que no hablemos nosotros, hablan otros. Y en muchos casos, en la mayoría, con un criterio muy distinto al que podamos tener, y en lo que nos toca más de cerca (familia, amigos, hijos…), desde luego con mucho menos cariño e interés real por lo que entendemos que es su bien.

Si a mí, ya entrada en años, me hubieran dicho en mi juventud que a estas alturas de mi vida estaría hablando de sexo en público, hubiera pensado que quien lo decía debía tener graves problemas de juicio. Pero la realidad, como siempre, manda. El mundo en el que viven nuestros jóvenes y adolescentes, poco o nada tiene que ver con el que era hace 20, 30, 40 años. Y no es buena cosa vivir de espaldas al mundo, o en la ficción de que es otra la realidad.

Al fin y al cabo, también es en el que vivimos todos los que estamos aquí. Lo que no significa que nos tenga que gustar todo lo que pasa en el mundo solo porque es real. Puede (ojalá) que no, pero de nada sirve ignorarlo. En este mundo hay una sobrexposición a la sexualidad, en cualquier tipo de variante que se pueda tan solo imaginar. Hay una cancelación del sentido común. Hay una exaltación del emotivismo, del deseo, del individualismo, difícil de digerir por cualquier sociedad, aunque la nuestra se lo traga.

Si no hablamos de sexo, de política, de matrimonio, del esfuerzo, de compartir... El mundo actual hará desde sus propios criterios lo que no hagamos nosotros

Con todas esas circunstancias, también hay un «público objetivo», como diría aquél, especialmente vulnerable a todo ello. Este grupo, cada vez más numeroso, está constituido por todos aquellos que no son capaces o, simplemente, han hecho dejación de la capacidad de formar criterio propio, criterio razonado y razonable, y se dejan llevar por el ambiente dominante y por toda esa saturación de lo que se admite y se impone como políticamente correcto.

Dentro de él, es cierto que en general la juventud, las generaciones más jóvenes, engrosan ese «público vulnerable» de una manera más que significativa. Y no es extraño. Todo su ambiente les invita a ello. La programación de las distintas plataformas audiovisuales, la nueva narrativa social, los postulados políticos e ideológicos que se imponen, las sucesivas modificaciones de las leyes de educación van cumpliendo, paso a paso, el objetivo de transformación social en el que parece empeñado el mundo actual. O parte de él. Pero aparentemente va ganando batallas y en parte se debe porque esos jóvenes no encuentran otras voces que, frente a los criterios imperantes, frente a la imposición ideológica y política, les presenten otra interpretación de la realidad que reclame la naturaleza de las cosas, el bien, la verdad, la belleza, el sentido de la comunidad y del hombre.

Por eso, hablemos de sexo. Y de política. Y de Matrimonio. Y de esfuerzo. Y de compartir. Y de una lectura distinta, correcta, de la Historia. Porque si no lo hacemos nosotros, dejamos el campo libre a todos los otros que ya lo están haciendo. Y los perjudicados ante esta situación somos todos; es la sociedad. Por eso hay que poner al menos nuestro granito de arena para evitar que solo se oiga la otra voz.

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