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Miércoles de Ceniza: el año nuevo del hombre viejo

Recuerda, hombre, cuál es tu sino. Memento, homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris. Recuerda, hombre, que fuiste creado en el murmullo del universo, que dominaste la tierra, que erigiste ídolos que cayeron con el soplo de una generación

«maldito el suelo por tu culpa: | comerás de él con fatiga mientras vivas; brotará para ti cardos y espinas, | y comerás hierba del campo. Comerás el pan con sudor de tu frente, | hasta que vuelvas a la tierra, | porque de ella fuiste sacado; | pues eres polvo y al polvo volverás» (Génesis 3, 17-19).

Recuerda, hombre, cuál es tu sino. Memento, homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris. Recuerda, hombre, que fuiste creado en el murmullo del universo, que partiste del lodo, que dominaste la tierra y sus bestias, que erigiste ídolos que cayeron derrocados con el soplo de una generación.

Las civilizaciones se han constituido siempre en torno a un relato fundante cuya vigencia es renovada al compás del calendario litúrgico y que para los católicos nos cita con un memorando que no pierde vigencia -al igual que el dolor o la belleza- por mucho que se repita año tras año, década tras década, siglo tras siglo hasta la consumación del tiempo, hasta el colapso de toda certeza y rastro humano que se unificará en el Padre cuando ya no queden astros ni sujetos con los que despistar la mirada.

Cada Miércoles de Ceniza, el sacerdote esparce sobre ti los despojos de las palmas del Domingo de Ramos del año anterior. Unta su dedo en la naturaleza quemada y te marca con el rescoldo de un fuego muerto el signo de la Cruz para que recuerdes; para que vuelvas a zambullirte en la pila bautismal, para que asumas tu Gólgota particular, para que busques a tus Cicerones, que no apóstoles de saldo, para llevar hasta las últimas consecuencias el suplicio de vivir expulsado del paraíso.

Hoy, día de ayuno y de abstinencia, no bastan consejos de Instagram con tonos corales y animaciones abombadas. No bastan consejos perriflaúticos de concordia y consenso entre la especie (o las especies, que dice la agenda). No basta con irse a comer sushi o darse un atracón antes del amanecer. Del mismo modo, no pueden servir los trámites eucarísticos, la dispensación del Pan de Vida consagrado, por meros preceptos de fe o herencias `tradis´de nostálgicos de lo Absoluto. No. Toda Cuaresma es una preparación para ver al Dios, que fue niño, y que todavía es joven, vaciarse de los sagrarios, dejando al mundo a la intemperie por espacio de tres días; aunque rulen los cubatas y las playas estén de bote en bote porque la pandemia está controlada, aunque suenen los hits de los springers, el hombre palpa la orfandad cuando pierde a su padre y solo cabe esperar que lo que dijo fuese cierto y no un cierre trágico de la literatura mítica.

Hoy, y durante las próximas semanas, no cabe esperar más que un silencio arrebatador del que se prepara para ver al Hijo del Hombre ensalzado, reconocido como Rey, para después ser escupido, humillado y condenado a muerte de cruz, dándole por corona de sus fueros lo que solamente el mundo puede ofrecer a la hora de la verdad cuando los corazones se vuelven pedernales y la razón fuegos de artificio. Espinas, clavos, espadas al cinto y una lanzada certera. Esa es la revelación. Eso es lo que está escrito. Ese es el camino por el que opta el Cordero Inmaculado, inmolado en los altares de la soberbia, y que hoy nos reclama reciedumbre y mansedumbre, coraje y arrepentimiento, virtud y astucia para arrodillarnos, para descentralizarnos, para alimentar las fuerzas en el espíritu al que Dios reclama con ahínco en medio del ruido pidiendo una gota de agua.

Ahora queda la esperanza de la Pascua, pero no su promesa, pues no sabemos ni el momento, ni el lugar, ni la hora mientras las trompetas de las Siete Iglesias sigan muteadas. «Eres polvo y al polvo volverás». Polvo. Sí. Polvo que se queda en la margen del cenagal, esperando ser devuelto al lodo fundante, a la adama que hace nuevas todas las cosas una Cuaresma más.

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