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Entrevista a rectores de universidades católicas

Daniel Sada: «La ola de las Humanidades es irreversible»

El rector de la Universidad Francisco de Vitoria analiza la situación de las universidades católicas, el reto de las Humanidades en la sociedad y las tareas a acometer para ser un centro académico de referencia

Desde 2003 es rector de la UFV. Durante estos 19 años, la Francisco de Vitoria ha experimentado una profunda transformación. De ser un centro agregado de la Complutense a convertirse, con tesón, esfuerzo y sorteando dos crisis económicas casi seguidas, en un espacio de diálogo, encuentro y excelencia académica.

Conversamos con Daniel Sada.

–¿Cuál es el espacio que ocupa una universidad católica en el mundo de hoy?

–Cada vez, las universidades, decimos con más frecuencia que no se espera de nuestras instituciones que formen exclusivamente para la vida profesional, que era lo que se reclamaba no hace mucho por parte de las empresas, sino que se espera que formemos para la vida. Esto significa poner a la persona en el centro y entender qué significa la formación integral de la persona. Y esto desde la antropología cristiana es mucho más fácil entenderlo y hacerlo.

–¿Qué rol tiene la UFV para meter al mundo empresarial en una dinámica sobre la importancia de la reflexión humanística, de la reflexión antropológica, desde las primeras etapas del proceso universitario?

–Está habiendo una revolución a favor de las Humanidades, que tiene que entender bien tanto el mundo de la empresa como el sistema educativo. Las empresas, aunque todavía falta mucho, tímidamente, van entendiendo la necesidad de tener personas que además de una buena formación técnica e idiomas, se requieren una serie de valores transversales que se van detectando como fundamentales. La empresa todavía tiene que terminar de creérselo porque la mayoría de ellas siguen valorando lo mismo: la nota que han sacado, cómo hacen un caso. Cuestiones técnicas, en definitiva. El sistema educativo, que es muy lento a la hora de adoptar cambios y en escuchar lo que le reclama la sociedad, tiene que entender desde las etapas preuniversitarias, y por supuesto la universitaria, que la ola de las Humanidades es irreversible. Joseph Auon, escribió hace unos años Robot Proof (A prueba de robots) donde se cuestiona qué estamos enseñando a la gente cuando lo que les damos a cambio de mucho dinero, dicho sea de paso, es una formación en áreas que sabemos que van a hacer las máquinas. Formar a prueba de robots significa entender qué es lo más humano de la persona y lo más humano de la formación para de verdad prepararnos a un mundo donde no queremos competir con la máquina, queremos convivir con la máquina y aportar lo más humano. Aquí las Humanidades juegan y jugarán un papel fundamental.

Daniel Sada, rector de la Universidad Francisco de Vitoria, en su visita a la redacción de El DebateP.A.

–Habiendo pasado ya el eco del 25 aniversario de la Francisco de Vitoria, ¿cómo afronta los próximos 25 años la universidad? ¿Cuáles son los pilares en los que en los que se quiere sustentar?

–Lo que ahora nos proponemos para los años venideros es terminar el proceso de los primeros 25 años, en el que lo que hemos intentado es entender bien qué significa este término tan manido de la formación integral a través de nuestro modelo formativo que se llama `formar para transformar´; qué significa generar las condiciones para que el impacto en una persona que está empezando su vida adulta de verdad despliegue lo más posible sus dones y le permita orientarse a vivir vidas plenas y con sentido, para sí mismo y para la gente que la va a rodear en la vida. Esto, que es un papel aspiracional de la universidad, va mucho más allá de la formación para un oficio o una profesión. Esto era nuestra aspiración, nuestra ambición como universidad, y estamos intentando cerrar ese modelo que no consiste en poner un barniz de unas cuantas asignaturas de Humanidades, de mucha actividad fuera del aula, de mucha provocación, sino que consiste en un modelo que tiene que asumir toda la comunidad docente y, por tanto, todos los profesores tienen que contribuir a este propósito sin importar que estén enseñando una asignatura técnica.

Por otro lado, queremos ser la universidad de las nuevas realidades. Entender qué nuevas realidades vienen, parafraseando a Peter Drucker, y saber abordarlas. La universidad constantemente tiene que mirar hacia adelante. Qué grados o qué posgrados ofertar, qué formación continua impartir a las generaciones que ya están en el mundo laboral... La universidad tiene que estar presente, provocar reflexión e incentivar la búsqueda de la verdad en las nuevas realidades que están por venir.

–¿Se puede seguir asumiendo la oferta de grados, como pueden ser periodismo, comunicación audiovisual, publicidad, cuando no existe una demanda laboral que pueda acoger a todos estos egresados? ¿Qué responsabilidad tiene en este proceso de falsas expectativas la Universidad?

–Creo que la formación de grado de las universidades debe recuperar algo que ha estado en sus orígenes: una perspectiva generalista y de formación básica de los universitarios; sabiendo que luego hay tiempo para la especialización. Además de que surjan nuevos títulos y que atiendan a esas nuevas realidades mencionadas, los títulos antiguos necesitarán cambiar su diseño curricular porque hay que afrontar la comunicación o el periodismo, por poner dos ejemplos, a los tiempos que vienen. Es necesario saber cómo prepararse ante esta realidad. Por otro lado, creo que la formación de grado se ha especializado demasiado y probablemente lo que nos reclama la sociedad y sus nuevos retos son personas que tengan criterio, que piensen bien, que tengan capacidad de aprendizaje. Hay muchas cosas que no están ligadas especialmente a una formación técnica específica, sino a una formación general, y esto se puede hacer desde cualquier título, aunque probablemente requiera una recomposición de los currículos.

Daniel Sada aborda los retos de la universidad católica hoy en díaPaula Argüelles

–El Regnum Christi, realidad eclesial a la que pertenece la UFV, ha vivido un proceso de renovación profundo en el último lustro a raíz de lo ocurrido con su fundador. Ha sido un camino largo, doloroso, de discernimiento y luz, acompañados por la Santa Sede. ¿De qué manera le afectó a la UFV esta situación? ¿Cómo están viviendo esta nueva etapa?

–La verdad es que el proceso en sí a la universidad no le afectó desde el punto de vista de alumnos o de personal. Pero sí creo que todo lo ocurrido nos ha ayudado como institución educativa del Regnum Christi a afrontar con humildad y con auténtica escucha identificar que lo que verdaderamente importa es lo que Dios quiere. Entonces la pregunta `qué quiere Dios del Regnum Christi en general, y de una institución como nuestra universidad en particular´, nos ha ayudado a renovarla, a desaprender muchas cosas, a abrirnos a la Iglesia y a entender a la Iglesia como madre que nos ha sabido llevar y proteger para juntos intentar entender qué quiere Dios de nosotros. El abrirnos a otras realidades eclesiales, que es en lo que se ha convertido la Francisco Vitoria, nos ha permitido hacer que otros carismas se encuentren como en casa; ayudándonos a saber identificar un propósito común en nuestra misión: ser una universidad católica de verdad.

–¿Cómo se compatibiliza el aula con el Sagrario? Sobre todo con el perfil de alumno cada vez más heterogéneo y no necesariamente vinculado con la tradición católica...

–Se vive con más naturalidad. Los jóvenes en general están muy abiertos a tener noticias de algo que a lo mejor ni han sabido siquiera por sus abuelos. Hay muchas generaciones que no pertenecen a ese cristianismo cultural y que están abiertos a que se les provoque o se les invite a la pregunta que suscita Dios y la trascendencia, que, a mi juicio, es probablemente la primera pregunta auténticamente universitaria. Si se priva de ella a la universidad, se la está privando de algo importantísimo, porque la universidad está para buscar la verdad. La primera pregunta que nos confronta es que saber si somos creados o somos fruto del azar; queremos saber cuál es el destino y el sentido de nuestra vida, si la vida termina con la muerte o hay algo más. Todo hombre se lo pregunta y el hecho religioso está ahí. Hace unos días un grupo de 40 alumnos de la UFV, del Grado de Biotecnología, la mayoría de ellos no creyentes, peregrinaron a Tierra Santa, entendiendo que quizá en Palestina pasó algo hace 2000 años que tiene que ver con sus vidas y que quieren, a pesar de ser un viaje caro y complicado, ir allí para hacerse preguntas que son muy propias de la universidad y muy propias del momento que les toca vivir.

–Respecto a la `batalla cultural´ y el lenguaje belicista que se está utilizando para afianzar las trincheras dialécticas de uno y otro bando. ¿Qué rol tiene que tener la Universidad Francisco de Vitoria ante determinados posicionamientos ideológicos que van directamente contra la línea de flotación de su propio ideario?

–La universidad está para pensar y hacer que se piense. En momentos donde la discrepancia llega a estar criminalizada, la universidad tiene que tener un papel de denuncia y de oxigenación del ambiente cultural y del debate público. Esta cuestión, quizá, es más importante que en otros tiempos. Coincido en que quizá no hay que proponer en términos de batalla ni en términos bélicos el diálogo con los demás, pero claramente es un reto de la sociedad contemporánea y que apela directamente al espíritu y a la naturaleza de la universidad, que nace para buscar la verdad y a la verdad hay ciertos límites que no se le pueden poner, porque conducen a la mentira y al error.

–Una universidad tan marcada por el pensamiento dialógico, vertebrado en la figura de don Alfonso López Quintás, ¿qué vías debe buscar para el coloquio con el mundo de hoy?

–Mirada y escucha. Me parecen dos términos clave. La mirada, por un lado, con la que nos aproximamos a los demás y sobre todo al pensamiento de los demás, que normalmente es muy fácil etiquetar, prejuzgar, y saber traspasar la primera pantalla que los demás nos ofrecen a través de sus comportamientos, de sus agresiones verbales o de sus expresiones ideológicas. Y en segundo lugar... Si sabemos escuchar, intentaremos entender desde el punto en el que los demás construyen aquello con lo que no estamos de acuerdo. Aunque seamos capaces de afirmarnos en nuestra identidad, la única manera de encontrarnos con los demás es en aquellos puntos con los que se puede construir. Creo que esto nos ha podido faltar, en general, al pensamiento católico y a las universidades en particular. Es algo, primero, necesario, y que, por otro lado, es garantía de que al menos se abren caminos para desbloquear cuestiones que son necesarias. Si no, estamos hablando siempre a la parroquia y a los convencidos, y no entramos en ese diálogo que queremos producir y que decimos que creemos en él.

Si de verdad queremos transformar, el acompañamiento es fundamental

–En la UFV el acompañamiento es una pieza importante del proyecto educativo. ¿De qué manera la universidad tiene que ofrecer un acompañamiento en el ámbito afectivo y emocional a sus alumnos? ¿No sería más oportuno fortalecer las carencias con los que llegan a la universidad? Me refiero a la falta de comprensión lectora o de análisis crítico, sin emotivismo, de una situación compleja...

–El acompañamiento lo consideramos como algo básico. Es un sello fundamental de nuestra universidad. Entendemos que responde a la misma esencia del hecho educativo, que es poner la relación en el centro. Lo cognitivo es muy importante, pero los alumnos son personas, se relacionan con personas y la relación profesor-alumno condiciona completamente el proceso de enseñanza y aprendizaje. Entonces, entender esto por parte del profesor y por parte del alumno es fundamental. En efecto. No sólo requiere acompañamiento el alumno sino también el profesor. No basta con que sepa Derecho Administrativo o que tenga competencias exclusivas en el ámbito financiero o en el desarrollo técnico de su ciencia. Si de verdad queremos transformar, el acompañamiento es fundamental. Por eso, también, es importante formar y acompañar la vocación docente como algo más que la transmisión de conocimientos, que es muy importante, pero cuyo valor y riqueza se dispara cuando se los concibe como maestros.

–¿Qué hay que cambiar en el sistema de becas para la investigación para que los doctorandos que deseen vivir en el mundo académico no tengan que atravesar una carrera de obstáculos y precariedad como la que ofertan las universidades hoy en día? ¿Nos lleva algún lado la ANECA?

Daniel Sada, rector de la Universidad Francisco de VitoriaPaula Argüelles

–Todo el sistema educativo en general está aquejado de esa paradoja de que, por un lado, todos queremos el mejor profesor para nuestros hijos o el mejor profesor para la enseñanza cuando son pequeños y también en la universidad, pero lo reconocemos poco y le pagamos poco. Todos queremos autopistas, pero que no pasen cerca de casa.

Esto es toda una reflexión social y de reconocimiento a una función cuya importancia nadie discute, pero que luego hay que ser coherente con lo que estamos dispuestos a pagar por ello. En todos los sectores hay dificultad y una de cada tres personas en España cobra prácticamente el salario mínimo. El tema de la ANECA tiene, como todo, su parte positiva. La acreditación de los profesores es un baremo de exigencia. Podemos discutir el formato en el que está hecho, pero creo que es necesario y que está muy bien en cuanto a que permite a los docentes medirse, estar actualizados en su ciencia y demostrar competencias tanto para la docencia como para la investigación. Lo que quizá hay que revisar es la carga burocrática que significa para los profesores, que les agota. A veces sovietizamos el proceso, que, siendo necesario, lo convertimos en una carga excesiva. En cualquier caso, en otras épocas de la historia de la universidad, se han llevado a cabo procesos similares. A mi juicio, me reitero en lo dicho: está bien demostrar las propias competencias tanto en docencia como en investigación.