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El filósofo Diego Garrocho y la escritora Ana Iris Simón durante el Congreso de la Pablo VIPaula Argüelles

Congreso `Iglesia y Sociedad democrática´

Diego Garrocho: «Lo postmoderno es fundamentalista, polariza el espacio público»

La segunda jornada del II Congreso Iglesia y Sociedad Democrática «El mundo que viene», organizado por la Fundación Pablo VI, ha contado con un debate entre dos generaciones

La mesa redonda Jóvenes y futuro: tres miradas a una sociedad posmoderna ha mostrado la divergencia de puntos de vista de Amelia Valcárcel, catedrática de Filosofía Moral y Política (UNED), cuya participación se ha producido por videoconferencia, por una parte, y, por otra parte, Diego Garrocho, vicedecano de Investigación de la Facultad de Filosofía en la Universidad Autónoma de Madrid, y Ana Iris Simón, periodista y autora del afamado libro Feria. Moderados por el periodista Rafael Latorre, han charlado acerca de un «país asediado por urgencias», caracterizado por una «enorme inquietud por el futuro». Los jóvenes actuales, una generación que vive en la incertidumbre, y que ha visto cómo se ha devaluado el optimismo.

Valcárcel, a la pregunta «¿Es cierto que los jóvenes de hoy son la primera generación que vive peor que sus padres?», responde que ese no le parece el problema, porque incluso cree que se trata de «una generación consentida». Asegura que nunca hasta la fecha se ha tenido tanto aprecio hacia los hijos, «puestos en el mundo con cierto confort». Por su parte, Garrocho asume que la actual generación se caracteriza por «una nueva manera de dolerse, que no consiste sólo en precariedad laboral, sino también en fatiga espiritual». En su opinión, estamos ante un tema que admite muchos matices, pero que está encuadrado en una situación inequívoca: «vivimos en un tiempo de desesperanza», porque ha decaído «la curva de expectativa»; antes había unas reglas claras cuyo cumplimiento llevaba aparejada una retribución. Por el contrario, el mundo de hoy está acogotado por la «incertidumbre», y no sabe reactivar el pacto social, debido a una serie de «enemigos invisibles», empezando por la imprudencia que supone conceder tanta relevancia, sobre todo en ámbitos educativos, al «entorno tecnológico».

Ana Iris Simón comienza su intervención aclarando que sus padres no son tan mayores como algunos se piensan; su padre tiene 55 años, y su madre nació en 1969. En todo caso, sus padres formaban parte de una generación que, si cumplía con unas «recetas», estaban en disposición de «construir una biografía», algo que hoy no se da. Dice: «Nosotros nos hemos creído mantras del mercado, como ese de ‘tú estudia másteres, inglés, y tendrás hueco en el mundo laboral’, pero el mercado laboral no te permite ese progreso». Señala que se trata de un asunto habitual en las «conversaciones de nochevieja», aunque sin caer en simplismos, porque hay diferentes modos de comprender el problema, ya sea con mentalidad socialdemócrata o capitalista. Admite que «en parte sí que hemos podido vivir mejor que los padres, porque hemos podido ir a la universidad», pero añade: «nos estamos cargando de un plumazo lo que consiguieron muchas generaciones anteriores». Coincide con Garrocho en apuntar que no se trata sólo de una precariedad laboral o material. Da la razón a su madre al asumir que también hay una crisis de valores: «Es innegable».

Ana Iris Simón repasa los preceptos de las generaciones anteriores que de nada sirven ahoraPaula Arguelles

Latorre ha ahondado en este aspecto, al comentar que los jóvenes de esta época valoran positivamente la estabilidad, frente al menosprecio que a veces se vende de que una vida estable sea una vida plena. Una vida arraigada frente a una vida basada en experiencias efímeras. Ana Iris ha respondido relatando una paradoja de su entorno de amigas que están pensando en casarse y tener hijos, puesto que quien primero ha logrado emanciparse ha sido «la más pobre». Lo cual le ha permitido considerar como una frivolidad los discursos sobre emprendimiento; «cuando no hay asideros, no es tan fácil». Según Garrocho, «los jóvenes muestran avidez de valores y principios». Por eso, «ahora la postmodernidad es fundamentalista, lo cual genera la polarización del espacio público; los jóvenes sienten la necesidad de afirmar valores con muchísima vehemencia». En su opinión, es más que lícito proponer los propios valores y modos de entender la vida buena pública, pero «las propuestas actuales son pobres y vehementes». Sea como fuere, todo obedece a una pulsión evidente: «queremos vidas con sentido, volver a aspirar a proyectos de sentido pleno».

En este punto se ha hecho más palpable la diferencia generacional. Amelia Valcárcel, que tiene edad para ser madre de Simón o Garrocho, mira en otra dirección: «Vivir consiste en repetir lo que otros han vivido con la ilusión de sufrir lo menos posible». Pretende atemperar las emociones y reprocha a los dos jóvenes participantes de la mesa redonda: «Habéis comprado el lote entero de Jeremy Rifkin, eso de que el trabajo no es seguro, de que nada es seguro». Asevera: «Este mundo es mucho más habitable que nunca antes; si no te quieres quedar a trabajar en España, por algo será, porque no es emigración lo que hace nuestra gente, es diáspora».

Garrocho se defiende y asegura que no ha comprado nada a Jeremy Rifkin. Concuerda con Valcárcel: «Es posible que vivamos en un mundo con mayor prosperidad, pero hay un problema generacional». Lo cual ha deparado unos minutos de abierta dialéctica sobre cómo cada uno de ellos, pues ambos son profesore de universidad, ha logrado acceder a sus respectivos puestos laborales. Garrocho le ha dicho a Valcárcel: «usted ha tenido un acceso en unas condiciones distintas, mientras que hoy el acceso y la estabilidad son menores, y por eso hace treinta años los catedráticos no tenían una media de sesenta años, como hoy sucede». Ha apostillado enfocando la cuestión en otro punto: «mis alumnos sufren por un horizonte de expectativas que se ha derrumbado».

Valcárcel ha comentado que «el mercado no es nadie, somos nosotros, vivimos en una sociedad abierta donde el poder de la opinión es importante». Esto le ha permitido enlazar con el cambio en los modelos de opinión: «el principal problema de nuestro mundo es que tenemos más publicidad que opinión, y la gente que nos gobierna consulta a sus gabinetes de comunicación». Cree que «la publicidad tiene demasiada presencia, y todo, incluyendo el pensamiento, se parece a la publicidad; el pensamiento ha sido sustituido por el eslogan». En consecuencia, «los populismos van en ascenso, y no es fácil resistirse al populismo; los populismos hacen que las democracias mueran por dentro». «Dentro de cien años quizá sólo haya autocracias; ese mundo, ese futuro no me gusta, prefiero el actual», sentencia.

Garrocho ha insistido en la necesidad de estabilidad. Los jóvenes echan de menos asideros y anclajes como la familia, y la pareja, y añade que «la inestabilidad sentimental se debe a una herencia de inestabilidad global, a una lógica perversa capitalista que desactiva la familia como agente vinculante». Explica: «serás más reactivo ante la explotación laboral, si tienes que luchar o mantener a tu familia». Por eso, el sistema capitalista prefiere promover alternativas a la familia, como vivir solo en un piso pequeño y con ninguna vinculación aparte de la suscripción a Netflix. Por eso aboga por una derecha política que tenga la justicia social como punto central de su agenda, y por empresarios conservadores que entiendan que su empresa debe ser un espacio de encuentro y dignidad que permita a sus empleados formar familias.