Los maestros se mueren en junio
Veo a los profesores agobiados, cansados y sin tiempo para hacer lo que consideran importante. Les veo asfixiados por la burocracia, por el exceso de responsabilidad formal ante casos de trastornos o psicopatologías
Junio es el mes del profesor desconocido, del que nadie sabe ni cómo ni donde murió, por quien brilla un fuego eterno, allí donde la memoria ocupa el lugar del abandono, en mitad de un cementerio de infinitos pupitres de mármol y el cielo como pizarra. Junio es el mes de las evaluaciones, de los informes, de las adaptaciones curriculares, de las quejas, las medias ponderadas, y la burocracia. Si conoce a algún profesor, no se le ocurra preguntarle qué tal le va estos días. Verá la cara de alguien al que le han volado una pierna, se arrastra por el fango y pide suplicante el tiro de gracia.
¿Pero quién se acuerda de los profesores en junio? Prendamos una llama y que suenen las trompetas. Ruido y pompa, mientras ellos reposan en la memoria. Que conversen con los ecos de las voces perdidas, allí donde no molesten. Nosotros a lo nuestro, que es más divertido: el pin parental, el adoctrinamiento, y los libros de texto, si la nación española empezó en 1812, Al-Andalus era la anti España, o Cervantes fue el hermano mayor de Almudena Grandes.
No veo a los profesores como soldados de la batalla cultural, pegando tiros contra la ideología de género, el liberalismo, la meritocracia o el feminismo. Me parece que todo eso les resulta secundario, casi irrelevante en su quehacer cotidiano en comparación con lo que realmente les agota. No creo que se levanten preocupados por cómo van a evitar que un lunes a primera hora les adoctrinen en matemáticas, o cómo responder al contenido ideologizado en una clase de literatura de finales de mayo, después del patio, con los chavalotes sudorosos, sin aire acondicionado y hormonados perdidos.
Veo a los profesores agobiados, cansados y sin tiempo para hacer lo que consideran importante. Les veo asfixiados por la burocracia, por los procesos cada vez más reglamentados, por el exceso de responsabilidad formal ante casos de trastornos o psicopatologías, por adaptar los programas a la nueva legislación mal desarrollada, por la incertidumbre que generan los cambios legislativos, por la presión de los padres, por estar en primera línea de batalla sin apoyo, por no tener tiempo para corregir, por no poder leer con ellos, por tener que cumplir con un currículum al que no llegan, por carecer de recursos para ayudar a los que lo necesitan, por no poder acompañar a los que piden más, y por muchas cosas más. La burocracia les asfixia y los papeles les aplastan.
Creemos que nos enfrentan las ideas, pero lo que nos mata son los procesos
Junio huele a polvo, a sangre y a grasa. Huele a ganas de retirada, a armisticio. Huele a derrota universal, a batalla ganada y paz perdida. Todos los meses de junio son las once de la noche de un once de noviembre de 1918. Veo a los profesores como a los soldados a la vuelta del frente, sus rostros marmóreos y la mirada vítrea. Los veo derrotados, con ganas desesperadas de vacaciones. ¡no pueden más! y no creo que sea por el adoctrinamiento.
Creemos que nos enfrentan las ideas, pero lo que realmente nos mata son los procesos. Es mucho más frustrante un diagrama de flujos que un párrafo adoctrinador. El profesor se desangra por la burocracia, por el absurdo positivista en el que hemos convertido la educación reglada, mientras el debate público se centra en el adoctrinamiento ¿Qué más da una doctrina u otra, si ambas alimentan un sistema cada vez más intervencionista contra el profesor? Discutimos en planos diferentes de la realidad y las soluciones no se encuentran con los problemas.
Junio es el mes del profesor desconocido, la ocasión para tenderle una mano, simplificarle la tarea y quemar en el fuego perpetuo todos esos procedimientos que no sirven para nada.