En el año 70 d.C. las legiones romanas de Tito entraron en Jerusalén, destruyeron el templo y redujeron la cuidad a escombros, haciendo realidad la profecía de Jesús cuando lloró por la ciudad. Aunque Tito dejó en pie el muro occidental para recordar la victoria de Roma, los judíos lo atribuyeron a la promesa de Dios de proteger una parte del templo que simbolizara su alianza fiel con el pueblo.