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El nacimiento de Cristo, de Juan Pantoja de la Cruz

El nacimiento de Cristo, de Juan Pantoja de la CruzMuseo Nacional del Prado

El nacimiento del Hijo de Dios hecho Hombre «visto» por san Juan de la Cruz

La sencillez de estos versos, en cuya expresión el poeta procede de modo discursivo, contrasta con la complejidad conceptual y formal de las obras en las que expone sus teorías y experiencias místicas

Romance del Nacimiento

Ya que era llegado el tiempo
en que de nacer había,
así como desposado
de su tálamo salía,

abrazado con su esposa,
que en sus brazos la traía,
al cual la graciosa Madre
en su pesebre ponía,

entre unos animales
que a la sazón allí había,
los hombres decían cantares,
los ángeles melodía,

festejando el desposorio
que entre tales dos había,
pero Dios en el pesebre
allí lloraba y gemía,

que eran joyas que la esposa
al desposorio traía,
y la Madre estaba en pasmo
de que tal trueque veía:

el llanto del hombre en Dios,
y en el hombre la alegría,
lo cual del uno y del otro
tan ajeno ser solía.

San Juan de la Cruz (Juan de Yepes) colaboró con santa Teresa de Jesús en la reforma de la Orden del Carmelo; y por ello llegó a estar preso en Toledo (desde diciembre de 1577 hasta agosto de 1578). Precisamente durante su cautiverio escribió los Romances del Evangelio, un conjunto de nueve romances, con un total de 310 versos octosílabos, sobre los misterios de la Trinidad, encarnación, creación y redención en la Iglesia y en la Esposa que vienen a ser un compendio de su doctrina mística.

El romance seleccionado lleva el número 8, y en él se explica, en 24 versos octosílabos con asonancia /-ía/ en los pares -y abandonando la forma no estrófica para agrupar los versos en cuartetas- el acto misterioso de haber tomado carne humana el Verbo Divino en el seno de la Virgen María: nace el Niño Dios y es puesto en un pesebre por su Madre; hombres y ángeles entonan cantos de alabanza, mientras «Dios en el pesebre / allí lloraba y gemía»; y la propia Madre queda sorprendida ante una inusitada escena -recogida en la última cuarteta que cierra el poema, en un sorprendente clímax poético-: «el llanto del hombre en Dios, / y en el hombre la alegría, / lo cual del uno y del otro / tan ajeno ser solía».

La sencillez de estos versos -287 a 310 del conjunto-, en cuya expresión el poeta procede de modo discursivo, contrasta con la complejidad conceptual y formal de las obras en las que expone sus teorías y experiencias místicas.

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