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La Natividad, de Juan Correa de Vivar

La Natividad, de Juan Correa de VivarMuseo Nacional del Prado

Poesía de Navidad

Rafael Alberti y Carlos Murciano: poemas de Navidad popular

Cuando Alberti volvió por segunda vez a Rute, en 1925, «se acercaba la Navidad -afirma-. Para alegrar a mis sobrinillos escribí una serie de canciones inspiradas en las figuritas del Nacimiento que les levanté»

El alba del alhelí es la tercera obra -tras Marinero en tierra y La amante- de inspiración popular de Rafael Alberti, y a ella pertenecen los catorce poemas reunidos bajo el título Navidad. Las figuritas del Nacimiento que le levantaba el poeta a sus sobrinillos le inspiraron estos ingenuos poemas. Cuando Alberti volvió por segunda vez a Rute, en 1925, «se acercaba la Navidad -afirma-. Para alegrar a mis sobrinillos escribí una serie de canciones inspiradas en las figuritas del Nacimiento que les levanté». Por su indiscutible calidad literaria, reproducimos los poemas 2 y 3.

-Un portal.
-No lo tenemos.
-Por una noche...
-¿Quién eres?
-La Virgen.
-¿La Virgen tú,
tan cubiertita de nieve?
-Sí

En el poema 2, la Virgen, cubierta de nieve, solicita un portal para pasar una noche -no se explicita a quién va dirigida la solicitud-, pero obtiene una respuesta negativa: «No lo tenemos»; así como la extrañeza de su interlocutor-expresada de forma interrogativa-. al enterarse de que quien pide cobijo es la Virgen. La disposición tipográfica de todos los octosílabos -a excepción del verso final, que es bisílabo- hace más vivo el diálogo, que concentra alternativamente la atención en ambos personajes: «Un portal/Por una noche.../La Virgen/Sí» (adviértase la eficacia de los puntos suspensivos, que hacen más patética la petición de la Virgen); «No lo tenemos/¿Quién eres?/¿La Virgen tú, tan cubiertita de nieve?» (y ahora son la aliteración del fonema /t/ -«tú, / tan cubiertita»- y el diminutivo del participio en función adjetiva -«cubiertita»- los encargados de subrayar emotivamente la incredulidad de quien habla con la Virgen). Diálogo rápido y sin retórica, en el que los versos pares riman en asonante /é-e/ («eres/nieve»), para concluir con un contundente monosílabo agudo, que métricamente tiene dos sílabas y se constituye a modo de pie quebrado, haciendo más intensa la afirmación: «Sí».

La mejor casa, Señora,
la mejor,
si sois la Madre de Dios.

Que tenga la mejor cama,
Señora,
la mejor,
si sois la Madre de Dios.

¡Abran los portales, abran!
Pronto,
por favor,
que está la Madre de Dios!

Este otro poema, de indiscutible calidad literaria, esconde bajo su aparente sencillez una extraordinaria destreza técnica que le permite a Alberti establecer la inmediata conexión con la sensibilidad del lector, al que hace disfrutar del tierno lirismo de sus versos. La voz lírica pide la mejor casa (estrofa 1) y la mejor cama (estrofa 2) en el caso de que se trate de «la Madre de Dios», verso de cierra de ambos esrtofas: ”si sois la Macdre de Dios” (versos 3 y 7). Y aceptado este hecho no como hiopótesis, sino como realidad, en la tercera estrofa pide con vehemencia -y de ahí la entonaciòn exclamativa- que se abran con urgencia («pronto», es decir, con celeridad) todos los portales, petición formulada de manera amable y cortés (con la expresión «por favor»), precisamente «(por)que está la Madre de Dios» (verso 11, que cierra el poema y en el que culmina el clímax emocional).

El poema tiene todos los ingredientes propios de la lírica popular, que soporta su contenido mediante la repetición de palabras («Señora» -versos 1 y 5-; «la mejor» -versos 1, 2, 4 y 6; y, en el caso de los versos 1 y 2, en construcción anafórica-; «Abran […] abran» -verso 8, claro ejemplo de epanalepsis, al repetir la misma palabra al principio y al final del verso, logrando así una mayor relevancia significativa y expresiva-) y de estructuras sintácticas en construcción paralelística («si sois la Madre de Dios» -versos 3 y 7-). Y a la musicalidad del poema contribuye el tipo de versos empleados, así como la rima: son octosílabos los versos 1, 3 (en la estrofa 1), 4, 7 (en la estrofa 2) y 8, 11 (en la estrofa 3); tetrasílabos los versos 2 (en la estrofa 1), 6 (en la estrofa 2) y 10 (en la estrofa 3); trisílabo el verso 5 (en la estrofa 2) y bisílabo el verso 9 (en la estrofa 3). Además, los versos 2 y 3 (en la estrofa 1), 6 y 7 (en la estrofa 2) y 10 y 11 (en la estrofa 3): y, además de ser agudos, riman con asonante (o tónica), mientras que los versos 1 (primera estrofa), 4 y 5 (segunda estrofa) y 8 y 9 (tercera estrofa) quedan libres. Métrica, sintaxis y semántica forman así un todo indisoluble que le da al poema una profunda coherencia interna.

Carlos Murciano ha mostrado hondura de pensamiento y también dominio de la versificación clásica en su poesía navideña. Y así, emoción contenida y profundo lirismo se dan cita en el hermosísimo Villancico del posadero en Belén (incluido en su obra La Noche Santa, de 1978), que recuerda al mejor Gil Vicente, y que transcribimos a continuación:

Tan cerca como le tuve
y dejé que se me fuera.
Malhaya la posadera

Y eso que les vi la luz
nimbando sus sienes, pero…
Malhaya sea el posadero.

Malhaya la posadera
que me dijera que no
abriera. Malhaya yo.

Malhaya yo que les vi
la luz y no les retuve.
Tan cerca como le tuve.

Y ahora tan lejos, temblando
sobre el heno y la retama.
Malhaya mi blanda cama.

Murciano emplea en este poema el octosílabo, agrupado en conjuntos de tres estrofas, en las que se combina la rima consonante con la asonante, y con la peculiaridad de que los versos 2 y 3 de cada estrofa riman entre sí: estrofa 1, rima consonante /-éra/ («fuera/posadera», versos 2 y 3); estrofa 2, rima asonante /é-o/ («pero/posadero»); estrofa 3, rima asonante aguda /-ó/ («no/yo», versos 8 y 9); estrofa 4, rima consonante /-úve/ («retuve/tuve», versos 12 y 13); estrofa 5, rima consonante /-áma/ («retama/cama», versos 14 y 15). Queda libre el primer verso de cada estrofa (1, 4 -palabra aguda «luz»-, 7, 10 -palabra aguda «vi»- y 13). Este factor de timbre es decisivo a la hora de difundir a lo largo del poema una musicalidad que se hace más dura en la estrofa 3 y, n concreto, por efecto de los versos 8 y 9, que terminan, respectivamente, en dos monosílabos agudos («no/yo») que tiene su trascendencia semántica en el eje vertebrador del poema: «no», negatividad; «yo», la propia identidad.

Hay, además, diferentes aliteraciones de sorprendentes efectos expresivos; así, por ejemplo, del fonema vocálico /a/ en el verso 3: «Malhaya la posadera» (tres palabras, con ocho vocales en total, seis de las cuales representan el fonema de abertura máxima; así como en el verso 15: cuatro palabras, con 8 vocales y predominio absoluto del fonema /a/, con excepción del fonema /i/ en el determinante posesivo «mi»); o del sonido palatal fricativo [y] en la combinación «Malhaya yo», con la que concluye el verso 9 y se inicia el verso 10, originando un claro caso de anadiplosis. De hecho, la expresión con carácter interjectivo «malhaya», presente en los versos 3, 6 y 7 (en posición anafórica), 9 y 10 (formando la aludida anadiplosis), y 15 se constituye, repetida seis veces, en ese lamento que recorre el poema, con el significado de «disconformidad, disgusto o molestia con algo, y ese algo es, precisamente, el rechazo a acoger a no solo a Jesús, aludido con el pronombre personal átono de tercera persona singular «le» en los repetidos versos 1 y 12 («Tan cerca como le tuve»), sino a todas la Familia Santa, aludida en el verso 4 («Y eso que les vi la luz») y en los versos 10 y 11 («Malhaya yo que les vi / la luz y no les retuve») merced al pronombre personal átono de tercera persona plural «les». Hay, además, otro indicio que permite situar al «yo poético» ante la Sagrada Familia al completo: la luz que desprenden sus figuras, algo así como una luminosidad sobrenatural (verso 4: «Y eso que les vi la luz»; versos 10 y 11: «Malhaya yo que les vi / la luz…»,; versos que insisten, con ligeras variantes, en esa aureola lumínica que implica el verbo «nimbar», y que rodea la cabeza de las figuras celestiales, expresado en gerundio en el verso 5: «nimbando sus sienes...» ).

El desdoblamiento del «yo poético», a modo de «posadera/posadero», en especial en la estrofa 3 (versos 9-11: «Malhaya la posadera / que me dijera que no / abriera. Malhaya yo») hace más patético el contenido, que adquiere ribetes de auténtica contrición (o arrepentimiento de una culpa cometida: no dar asilo a la Sagrada Familia) en la estrofa que cierra el poema, mediante un brusco contraste que sitúa al «yo poético» en una «blanda cama», frente a la Sagrada Familia que, tiritando de frío -«temblando» (verso 13)-, debe dormir «sobre el heno y la retama» (verso 14).

Las alusiones al «yo poético» son continuas, ya sea mediante formas verbales: «tuve» (versos 1 y 12), «dejé» (verso 2), «vi» (versos 4 y 10), «abriera» (verso 9), «retuve» (verso 11); o mediante pronombres personales: «me» (verso 2, de gran expresividad, ya que no es lo mismo «dejé que se fuera» que «dejé que se me fuera», pues el pronombre traduce un grado de mayor implicación; y verso 8), «yo» (versos 9 y 10); y también por medio del determinante posesivo «mi» (verso 15). La presencia del modo subjuntivo va desde la imprecación (verso 6: «Malhaya sea el posadero») hasta la irrealidad de la acción (verso 2: «fuera»; verso 7; «dijera; verso 8 “: [no] abriera»). Y un último contraste entre lo que pudo ser y no fue lo establece una simple contraposición temporal: «Tan cerca como le tuve» (versos 1 y 12, en pasado perfectivo), frente a «Y ahora tan lejos…» (verso 13, en el que el traslado a la situación actual no la produce un verbo -que está ausente-, sino el adverbio «ahora», que además remite a otra circunstancia locativa (verso 15: «mi blanda cama»). Es el aforismo latino «hic et nunc», atribuido a Cicerón en la Cuarta Catilinaria, y que presenta con toda intensidad el estado anímico que acongoja al «yo poético», por lo que el poema se cierra con un fuerte ascenso climático. Y lo que más admirable resulta es la sencillez de materiales poéticos con los que Murciano construye un poema que emana un fresco lirismo.

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