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La Naticidad, de Federico Barocci

La Naticidad, de Federico BarocciMuseo Nacional del Pradoº

Dos poemas de Manuel Machado: 'el Niño divino' y 'Navidad'

El poeta sevillano nos ofrece un villancico navideño, titulado El Niño divino («Villancico de Navidad» es el subtítulo), compuesto por 32 versos: un dístico en versos pentasílabos, que constituye el estribillo que fija el tema y se repite cuatro veces, iniciando y cerrando la composición (versos 1-2, 11-12, 21-22 y 31-32); y seis coplas en versos octosílabos, entre las que se intercala, de dos en dos, dicho estribillo. Dado que estas coplas presentan rima asonante en los versos pares (/á-o/), podría considerarse el poema un romance popular, en estilo sencillo, y cuyo clima de afectividad se ve acrecentado por algunos diminutivos tales como «boquita» (verso 9), «mulita (verso 15), “cabecita» (verso 29); y escasos adjetivos, aunque estratégicamente ubicados: «En la boquita y los ojos / tiene un indecible encanto» (versos 9-10), «Tiene por lecho las pajas, / por techo el cielo estrellado» (versos 17-18), «De una claridad sublime, / tiene el semblante bañado…» (versos 19-20).

Adviértase que en estos dos últimos casos, los versos pares de la copla cuarta están rematados por unos puntos suspensivos que crean un ambiente evocador de lo más sugerente y cuyo empleo se repetirá a lo largo del poema (versos pares de la quinta copla y verso final de la sexta y última copla, previa a la repetición del estribillo); y, de esta forma, el enunciado queda en suspenso, creando, así, una cierta expectación que aumenta la expresividad.

El Niño divino

De llanto y risa,
de risa y llanto.

Venid a ver el Infante
que ha nacido en el establo,
que por ser Rey de los Cielos
no quiso en tierra palacios.

Es el Niño más bonito
que nunca vieron humanos.
En la boquita y los ojos
tiene un indecible encanto.

De llanto y risa,
de risa y llanto.

Para que no sienta frío
del mundo donde ha llegado,
una mulita y un buey
su aliento le están echando.

17 Tiene por lecho las pajas,
paralelismo
18 por techo el cielo estrellado…
De una claridad sublime,
tiene el semblante bañado…

De llanto y risa,
de risa y llanto.

Cuando el Niño sea un hombre
lo llevarán al Calvario…
Pero su Padre Divino
lo arrebatará en sus brazos...
Como a la par llora y ríe,
al mover de uno a otro lado
la cabecita, en el aire
traza del Iris el arco…

De llanto y risa,
de risa y llanto.

Analicemos ahora el estribillo, de un eufónico vocalismo («á-o/í-a/; /í-a/á-o/»), eje vertebrador del poema, montado sobre un retruécano (o conmutación), ya que se invierten los términos de una cláusula («verso 1: “De llanto y risa») en la siguiente («de risa y llanto»), para que el sentido de esta última forma contraste o antítesis con el de la primera. Porque, en efecto, el contenido de este estribillo nos presenta al Niño Jesús que ríe y llora simultáneamente en el pesebre, uniendo así la alegría del Nacimiento («risa») -porque su venida trae al mundo la salvación del género humano- con la tristeza («llanto») de su desvalimiento en el Portal de Belén -ha preferido un establo a palacios-, que anticipa los futuros sufrimientos de su Pasión y Muerte redentora en la Cruz. No obstante, en el desarrollo poemático, Manuel Machado prefiere detenerse en la alegría del Nacimiento, y solo dedica una estrofa -la quinta- al sacrificio del Calvario: «Cuando el Niño sea un hombre / lo llevarán al Calvario…» (versos 23-24).

El texto contiene algún que otro encabalgamiento (versos 3-4, oracional: «el Infante / que ha nacido»; versos 13-14: «Para que no sientas frío / del mundo»); un caso de sustantivación bastante original (versos 7-8 «Es el Niño más bonito / que nuca vieron humanos»); y, sobre todo, varios hipérbatos que vienen pedidos por exigencias ya sea de la rima asonante /á-o/, ya sea por la necesidad de obtener versos octosílabos: «no quiso en tierra palacios» (verso 6; en vez de «non quiso palacios en tierra», todo un símbolo de humildad); «De una claridad sublime, / tiene el semblante bañado…» (versos 19-20; en vez de «Tiene el semblante bañado de una claridad sublime…»); «en el aire / traza del Iris el arco» (versos 29-30;: en vez de «traza el arco [del] Iris en el aire»; este movimiento de la cabecita del Niño en el aire que, por sí solo, es capaz de iluminar el cielo con el arco iris, es una imagen de sorprendente belleza plástica). Y aún nos quedan por reseñar dos espléndidas construcciones paralelísticas en los versos 17-18: «Tiene por lecho las pajas / [tiene] por techo el cielo estrellado…»), versos en los que la paronomasia «lecho/techo», en contraposición con «pajas/cielo estrellado» (es decir, la humildad de la tierra frente a la inmensidad del cielo) tiene un innegable valor expresivo. Muchos recursos, pues, que al estar empleados con sencillez, no sobrecargan el poema de retórica hueca.

Navidad (villancico doliente)

Nunca, Señor, pensé que te ofendía
porque jamás creí que a tu pureza
alcanzase la mísera torpeza
de quien, aun de quererlo, ¡no podría!

Triste de mí, tampoco concebía
que pudiera caber en tu grandeza
amar la nulidad y la pobreza
de este gusano vil, que dura un día.

Pero al llegar la Navidad y verte
niño y desnudo, celestial cordero,
y para el sacrificio señalado…

Sé cuánto mi maldad pudo ofenderte
y sé también —y en ello sólo espero—
que más que te he ofendido me has amado.

Por el contenido, así como por la perfección técnica del soneto, este Manuel Machado parece entroncar con el mejor Lope de Vega; un soneto que en su día apareció publicado en el diario ABC, y que se ajusta a la estructura clásica: versos endecasílabos, agrupados en dos cuartetos (ABBA/ABBA) y dos tercetos (CDE/CDE).

El poema, concebido como un apóstrofe lírico -ya en el verso 1 figura el vocativo «Señor», al que el poeta se dirige-, en la que la tensión emocional aumenta según avanza, presenta a un poeta contrito que, al llegar la Navidad, al tiempo que se arrepiente de sus muchas imperfecciones humanas, confía plenamente en la misericordia divina. Es la contraposición de la «mísera torpeza» (verso 3) frente a la «pureza» divina (verso 2); es la magnificencia divina (versos 6-7) frente a la indigencia espiritual del poeta (que, en el verso 8, recurre en cierto modo a la imprecación, al autodenominarse «gusano vil», en sobrecogedora metáfora).

En resumen, estos dos cuartetos ponderan la misericordia divina frente a la indiferencia ante ella del ser humano en general y del propio poeta en particular-; y de ahí la presencia de continuas antítesis: «pureza/mísera-torpeza» (versos 2-3), «grandeza/nulidad y pobreza» (versos 6-7); que, en una gradación ascensional, conducen a la imagen de «gusano vil» que el poeta tiene de sí mismo (verso 8). Sea como fuere, los dos polos de este apóstrofe están lo suficientemente explícitos: el «yo del poeta» («pensé», «ofendía» -verso 1-, «creí» -verso 2-, «¡[no] podría!» -verso 4-, «[tampoco] concebía» -verso 5-; «Triste de mí» -verso 5-, «este vil gusano» verso 8-; frente a la figura del Señor, al que el poeta se dirige acongojado: «te ofendía» -verso 1-, «tu pureza» -verso 2-, «tu grandeza» -verso 6-. Adviértase las palabras elegidas para garantizar la consonancia de las rimas en /-eza/: «pureza/torpeza» (versos 2 y 3), «gradeza/pobreza» (versos 6 y 7), nombres que, como ya hemos apuntado, indican a las claras la contraposición entre la figura divina y la humana. Hasta aquí, los cuartetos, que cumplen la función de «motivos secundarios o de apoyo».

El primer terceto coincide con el eje temático: con la llegada de la Navidad, el poeta repara en el «celestial cordero» (verso 10), destinado al «sacrificio señalado» (verso 11); que es, precisamente, ese niño al que el poeta contempla «desnudo», esto es, desvalido (verso 10). Nos encontramos, pues, ante la intuición de la futura muerte de ese niño en la Cruz, como sacrificio expiatorio de los pecados de la humanidad. Es el «Cordero de Dios que quita los pecados del mundo...».

Y es en el segundo terceto cuando el poema se reviste de «ropaje lopesco» -el Lope de Vega arrepentido de las Rimas sacras-: el poeta lamenta su maldad, reconocida a través de las ofensas que ha causado al Señor (verso 12); pero, en un juego típicamente conceptista, expresa su esperanza (verso 13) en que el superior amor del Señor hacia él perdone sus ofensas (verso 14). Y así, el poema termina de forma climática, abrazando el poeta su confianza en la misericordia divina. Y otra Navidad es buen momento para una la reflexión teleológica que nos ofrece. El subtítulo del poema, «Villancico doliente», queda, pues, plenamente justificado.

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