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Una de las participantes del estudio realizado por Julio Bermúdez y su equipo

Una de las participantes del estudio realizado por Julio Bermúdez y su equipoTempleton Religion Trust

Neuropsicología y arte sacro: tres estudios que muestran cómo la belleza «reprograma» el cerebro hacia Dios

Investigadores como Julio Bermúdez, Robin Jensen o Kutter Callaway analizan qué ocurre en la mente al contemplar piezas de arte sagrado

Cuando un católico entra en una iglesia, algo cambia en su mente. No es una metáfora ni una afirmación teológica, sino una conclusión científica. En concreto, del experimento llevado a cabo en Washington D.C. por un equipo multidisciplinar liderado por Julio Bermúdez, arquitecto y profesor de la Catholic University of America. Titulado Causes & Effects of Sacred vs. Secular Architecture, el proyecto investiga los efectos neurofisiológicos de la arquitectura sagrada en la psique.

«Los creyentes –plantea Bermúdez– siempre han hablado de cómo los templos facilitan la conexión con lo divino, pero ahora podemos medir empíricamente qué cambios ocurren en el cerebro». Lo hicieron instalando biosensores y cascos con un sistema EEG móvil –que recoge la actividad bioeléctrica cerebral– a una treintena de católicos practicantes. Visitaron dos edificios: la basílica del Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción, de estilo neobizantino, y la estación de trenes Union Station, de corte neoclásico. «Ambas emplean una estética premoderna; una apunta a lo sagrado y la otra celebra el progreso de la humanidad», comenta el arquitecto.

Basílica de la Inmaculada Concepción, de Washington D.C.

Basílica de la Inmaculada Concepción, de Washington D.C.

Al analizar los resultados, el equipo de Bermúdez descubrió, por ejemplo, que en la visita a la basílica predominaban las ondas cerebrales gamma, relacionadas con la «superconciencia», el máximo nivel de atención. O que la llamada «red neuronal por defecto» –que opera cuando la mente no está centrada en nada concreto, en una suerte de «modo automático»– se activó mucho menos en la iglesia que en la estación de tren, y durante menos tiempo. Además, el área parietal del cerebro –que integra los sentidos– estaba también mucho más activa en el templo, lo que indica una mayor respuesta a los estímulos estéticos.

Integrando estos y otros datos recogidos –tanto psicológicos como fisiológicos–, los investigadores concluyeron que el edificio religioso induce en el visitante católico un estado cerebral similar al de quien reza o medita… con una diferencia: no requiere un trabajo extra por parte del fiel. «Uno puede entrar en un estado de oración o contemplación sin inputs exteriores, haciendo un esfuerzo, pero aquí hablamos de una experiencia generada externamente: es la arquitectura, la obra sagrada, la que te está proponiendo el acto contemplativo», explica el investigador.

Arte sacro y neuropsicología: una vía fértil

El experimento en Washington D.C. se inscribe en una tendencia aún minoritaria, pero con mucho potencial: la relación entre el arte sacro y la neuropsicología. Una labor que comienza, como planteaba Bermúdez, confirmando intuiciones milenarias con datos empíricos. En esta línea –y sin salir de EE.UU.– encontramos el trabajo del compositor y profesor de Stanford Jonathan Berger, que investiga de qué manera la difusión del sonido en los espacios de culto genera una «estética de lo sublime». O el proyecto de Robin Jensen, James Brockmole y G.A. Radvansky, profesores de la University of Notre Dame (UND), que estudiaron si el modo de mirar el arte sacro fortalecía el crecimiento espiritual y si este proceso cambiaba en función del tiempo y el lugar.

Estos confirmaron que la geografía y la época del año afectan de modo efectivo la experiencia. Dicho de otro modo: comprobaron que no es lo mismo contemplar la misma pieza de arte sacro en la Basílica de San Pedro –pongamos– el día de Navidad que en julio en un casino de Las Vegas. «La vida espiritual de las personas está formada y desarrollada por las experiencias sensibles en sus lugares de culto», apunta Jensen, teóloga y directora del proyecto, en un artículo publicado por la UND. «Y a veces quien planifica el culto no piensa lo suficiente en el elemento visual, lo que redunda en nuestro empobrecimiento», añade.

Un niño juega con su sombra en el suelo de la Basílica de San Pedro del Vaticano

Un niño juega con su sombra en el suelo de la Basílica de San Pedro del Vaticano

Otro ejemplo es el trabajo del profesor y teólogo bautista Kutter Callaway. En el libro The Art of New Creation, describe un estudio llevado a cabo usando el Test de Empatía Multifacético (MET), un programa informático que identifica el grado de conexión de los participantes con una serie de fotos de personas experimentando un rango de emociones diversas. En su trabajo, Callaway comparaba dos grupos: a uno le mostraba fotos neutras, sin intención artística, y al otro le presentaba fotos cuidadosamente realizadas siguiendo reglas de composición clásicas, buscando la belleza.

Tras analizar los datos, llegó a dos conclusiones. Primero, que los miembros del segundo grupo identificaban mejor la emoción retratada, y que la intención artística, por tanto, llevaba a un mejor conocimiento de la realidad, y no al revés. Y segundo, que estos respondían con un grado «significativamente mayor de empatía afectiva». Es decir, que la belleza les llevaba instintivamente a sentir una conexión más profunda. Dando un paso más allá, Callaway abre la puerta a ver en los resultados un vínculo entre el arte y los tres trascendentales: la belleza, el bien –una respuesta más compasiva– y la verdad –un conocimiento más acertado del otro–.

El propio Callaway elabora con estos resultados una reflexión espiritual. El autor plantea una «doctrina pneumatológica»: que el Espíritu Santo sostiene activamente –sopla– tanto la Creación como las criaturas. Bajo esta premisa, concluye, la creación artística y las experiencias estéticas «son expresiones concretas de criaturas humanas sostenidas por el Espíritu colaborando con Su continuo trabajo creativo en este mundo». Por tanto, añade, son potenciales lugares «donde aprehender la trascendencia divina y responder a ella».

Imagen del proyecto 'Understanding the Enduring Impact of Encounters with Sacred Art', liderado por Robin Jensen

Imagen del proyecto 'Understanding the Enduring Impact of Encounters with Sacred Art', liderado por Robin JensenTempleton Religion Trust

Mirando al futuro

El campo, no obstante, es fértil y está abierto a muchos otros enfoques. Sara Valentina Schieppati, Cinzia Di Dio y Gabriella Gilli –de la Università Cattolica del Sacro Cuore, en Milán– plantean el interés de investigar si las imágenes se perciben como más «vitales» que las profanas; por ejemplo, comparando imágenes de santos con las de otras personas ya fallecidas. «También sería interesante analizar el rol de las expectativas puestas sobre estas imágenes, y la creencia de que estas pueden actuar como intermediarios o facilitadores de la devoción religiosa», escriben.

Los propios investigadores citados en este artículo quieren profundizar. Volviendo al inicio, Bermúdez plantea un proyecto futuro en el que –si logran financiación–analizarán la reacción de ateos, protestantes y católicos a la arquitectura secular y de ambas denominaciones cristianas. «Creo que este trabajo –concluye, englobando toda su investigación– viene a validar la importancia de la encarnación, que es fundamental en el cristianismo: si Dios se ha hecho hombre, también nuestro cuerpo puede ser usado para llegar a Él».

  • Artículo publicado originalmente en la revista ‘La Antorcha’, una publicación gratuita editada por la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP) y que ofrece una mirada cristiana sobre la realidad.
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