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mañana es domingoJesús Higueras

«Se llenaron todos del Espíritu Santo»

Sin Él no somos capaces de nada, pues el hombre, si no está lleno de Dios, no deja de ser más que un mero animal inteligente llamado a desaparecer con el paso del tiempo

Actualizada 04:30

Todos somos invitados mañana a celebrar con alegría la gran solemnidad de Pentecostés, pero no como un piadoso recuerdo de algo que ocurrió hace dos mil años, sino para revivir el comienzo de la presencia de Cristo en la historia de los hombres, por medio de la Iglesia que es, en definitiva, un misterio solo explicable por la presencia constante del Espíritu Santo en sus miembros.

Fuego y viento: estos son los dos signos de los que se sirve el Espíritu Divino para manifestar su presencia el día de Pentecostés y confirmar así a los apóstoles que se cumplía la promesa de Cristo. Pues el Señor había indicado que no les dejaría solos, sino que enviaría al Espíritu de la verdad para protegerlos y guiarlos hasta la verdad plena.

El fuego es luz que ilumina a su alrededor las tinieblas que provocan miedo o desconcierto en los que en ellas se encuentran. Sin la luz seríamos incapaces de caminar, de avanzar, ni siquiera de vivir. Cuando se posaron sobre las cabezas de los discípulos unas lenguas de fuego, el Señor estaba dando a entender que venía para iluminar nuestras mentes frente a las tinieblas del error o de la ignorancia, pues vivir en la verdad es la condición necesaria para seguir a Cristo y vivir en Cristo.

El viento impetuoso nos recuerda la fuerza y el poder que acompañan a los que confían en Jesús; una fuerza que es prestada, pues conocemos nuestros límites propios de la debilidad humana. También el viento nos trae resonancias de ese «primer soplo» que Dios insufló de su nariz al barro de la tierra para que fuéramos completamente humanos, tal como lo relata el libro del Génesis, pues Pentecostés supone una nueva creación del hombre por parte de Dios. Fuego y viento, es decir, luz que ilumina el entendimiento y fuerza para poder vivir en la verdad. Ese es el modo de actuar del Espíritu Santo en las almas.

Por nuestra parte, solo se espera que dejemos actuar a Dios y ser dóciles a sus inspiraciones. Una docilidad que brota del convencimiento absoluto de que le necesitamos. Que sin Él no somos capaces de nada, pues el hombre, si no está lleno de Dios, no deja de ser más que un mero animal inteligente llamado a desaparecer con el paso del tiempo. Pero con Dios somos eternos, aprendemos el significado de la vida y somos capaces, con nuestra libertad, de participar en su proyecto creador.

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