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Mañana es DomingoJesús Higueras

«Paz a vosotros»

Es Cristo el que sale al encuentro de cada hombre derrotado, arruinado interiormente porque ha sido cobarde, o porque ha huido de su verdadero ser o ha sido herido y por eso ha herido a los demás

Actualizada 13:01

Aunque este sea el modo habitual de saludarse en el pueblo de Israel, en labios de Jesús resucitado cobra un especial significado: es la forma que tiene de presentarse ante sus apóstoles después de la tragedia de la cruz, en la que la mayor parte de ellos –excepto san Juan–huyeron despavoridos ante la crueldad de sus enemigos. Precisamente la paz es el fruto de la guerra, es la victoria sobre el adversario que quiere nuestra ruina, para así dominarnos y convertirnos en dóciles súbditos que cumplen sus deseos.

Solo Jesús puede pronunciar con propiedad esta palabra bendita que todos llevamos como un deseo grabado en el corazón, pues sólo Él ha librado la gran batalla contra el misterio del mal y de la muerte y sólo Él ha sido capaz de entregarse voluntariamente a ese pozo de negrura que es la maldad humana en su totalidad, para superarla con el poder que domina todo el universo: el poder del amor.

Es Cristo el que sale al encuentro de cada hombre derrotado, arruinado interiormente porque ha sido cobarde, o porque ha huido de su verdadero ser, o ha sido herido y por eso ha herido a los demás. Cristo en la cruz ha podido saborear el lado oscuro de la humanidad, pues quiso enfrentarse al autor del mal en el campo de batalla que es el corazón humano, pues todos estuvimos en el corazón de Cristo en el momento en el que soportó nuestras culpas, asumió nuestra responsabilidad y restauró así la armonía con Dios, con los demás y con nosotros mismos.

Cristo puede ofrecernos la verdadera paz porque en nuestro nombre se ha enfrentado a los mayores enemigos del hombre: la muerte, la mentira y la maldad, resultando vencedor porque nada hay más inmutable que la verdad, el bien y la vida verdadera, es decir el amor.

Cristo resucitado es la evidencia de la victoria de Dios sobre todos aquellos que siguen empeñados en vivir en las tinieblas para así ocultar sus malas obras y poder mantener su estatus de aparente superioridad sobre el resto. Por eso la Iglesia nos invita a unirnos a la victoria de Jesús, pues anteriormente fuimos también asociados a su pasión y para ello es el mismo Cristo –encarnación de la Divina Misericordia– quién viene a buscarnos a nuestros escondites del miedo o la inseguridad, como hizo con los apóstoles el mismo día de su resurrección para que sepamos que podemos y debemos tener paz en nuestro interior, pues suya es la victoria y quiere que la compartamos con Él.

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