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mañana es domingoJesús Higueras

«Jesús, gritando de nuevo con voz potente, exhaló el espíritu»

Toda la vida del Salvador estuvo encaminada hacia esa hora en la que llegó al extremo del amor por nosotros

Actualizada 01:30

Para un creyente, contemplar la pasión de Cristo, no es un mero ejercicio de memoria por el cual recordamos todos los sufrimientos que voluntariamente aceptó por nosotros; es mucho más que eso, pues por medio de la liturgia de la Iglesia somos invitados a participar en esa pasión no como meros espectadores sino en el lugar de los protagonistas, pues sabemos que fueron nuestros pecados la razón por la que Jesús subió a la Cruz. Toda la vida del Salvador estuvo encaminada hacia esa hora en la que llegó al extremo del amor por nosotros, demostrándonos que no es un Dios indiferente al destino humano, sino que se hace uno de nosotros para poder así ponerse en nuestro lugar y transformar nuestro destino oscuro en vida eterna. ¡Cuántas veces nos hemos quejado pensando que el Señor nos abandona a nuestra suerte! ¡Cuántos reproches en nuestro interior hacia un Dios que nos llamó a la vida para sufrir absurdamente! Pero en la Cruz de Cristo encontramos todas las respuestas a los interrogantes más profundos del corazón humano, pues amor y dolor son dos realidades que si las separamos carecen de sentido, pero al unirse en el corazón de Cristo se convierten en dos caras de la misma moneda y son el núcleo de la vida humana. Pretender vivir sin sufrimiento es una fantasía de la que pronto somos desengañados, pues según avanza la vida comprendemos que lo que más nos duele siempre es lo que ocurre a los que más nos importan, ya que amar es arriesgarse a sufrir y Dios quiere también asumir ese destino del hombre. En la Cruz se nos revela que cuando el hombre está dispuesto a llegar hasta el final en el amor, es decir, cuando asume las consecuencias dolorosas de entregar su vida, el dolor ya no es una maldición sino el camino necesario para llegar a la perfección. Solo el que ama entiende este lenguaje profundo que San Pablo llamaba la sabiduría de la Cruz por medio de la cual las consignas del mundo –gozar, triunfar– se manifiestan absolutamente inútiles y vacías pues no llevan más que a una búsqueda desesperada y egoísta del propio bien. Pero cuando invertimos el orden y anteponemos siempre el bien de los demás al nuestro, sucede en el corazón el milagro de la felicidad que curiosamente se encuentra cuando nos olvidamos de nosotros mismos para vivir por y para los demás. Cristo te invita esta Semana Santa a unirte a su pasión para que consigas llegar con Él, por el amor, a la gloria de la resurrección.

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